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[PRENSA] Dar al-Horra: Aixa versus Zoraida, una historia de celos, odio, reproches y maquinaciones

Otro palacio poco conocido por el de los granadinos es el de Dar al-Horra, que fue morada de la reina mora Aixa y de sus hijos Bobadil y Yusuf. Un palacio en el que, durante el tiempo en el que vivió Aixa en él, fue una pieza decisiva el tablero en el que se jugaba el futuro del reino nazarí, que se encontraba en plena desintegración. Fue en este tiempo cuando sucedió quizás el más enconado conflicto que hayan tenido dos mujeres en Granada. Un conflicto lleno de reproches, ojerizas, celos y conspiraciones. Se trata del odio a muerte que durante sus respectivas vidas se profesaron Aixa y Zoraida, dos sultanas que habían yacido como favoritas en el lecho de Muley Hacén, el penúltimo rey moro de Granada.

Empecemos por Aixa. Los historiadores no se ponen de acuerdo en asignarle un padre, pues unos dicen que fue hija del rey Muhammad IX El Zurdo y otros de Muhammad X El Cojo. El caso es que Muley Hacen se casa con ella y le hace tres hijos: Boabdil El Chico (los moros tenían una gran tendencia a ponerle motes a sus reyes); Yusuf, que muere muy joven, y una niña que llevará el nombre de la madre. Aixa fue una mujer de armas tomar que se lo puso difícil a los Reyes Católicos en su conquista de Granada y la que, según la leyenda, le dijo a su hijo Boabdil aquello de “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre” cuando, derrotado, abandonaba la ciudad de la Alhambra. Aunque en realidad aquella frase fue escrita tres siglos después por el padre Echevarría en la obra Los paseos de Granada, donde pretendió desacreditar al último rey nazarí de España haciéndolo pasar por un rey llorón. El mensaje tomó forma y desde entonces es habitado entre nosotros. Tanto que muchos granadinos no avezados en Historia solo ven a Boabdil como un cobardica con los ojos llenos de lágrimas al que la madre le echa un rapapolvo por haber entregado Granada.

Pero a lo que íbamos. Aixa, mujer enérgica y de carácter fuerte, fue material de habladurías varias en lavaderos y plazas públicas cuando su esposo Muley-Hacen (el que da nombre al pico más alto de la península ibérica) le puso los cuernos con la cristiana reconvertida Zoraida (otros dicen Soraya y algunos más Zoraya). Antes de convertirse al Islam, Zoraida se llamaba Isabel de Solís y había sido hecha prisionera en una razzia de moros en el pueblo de Martos. Era hija del alcalde de Bedmar (hay una novela de Brígida Gallego titulada Isabel Solís. Soraya, que les recomiendo). La niña cautiva había crecido en la corte nazarí hasta convertirse en una bella muchacha capaz de hacer tilín al Muley, que se enamoró perdidamente de ella. Zoraida, que significa Lucero del alba, también se enamoró de él. Así que el Muley repudió a su legítima y se casó con la cristiana reconvertida. A Aixa, despojada ya de su condición de sultana, la envió a vivir primero a las partes menos nobles de la Alhambra y después al palacio de Dar al-Horra. Muley quería evitar a toda costa las conjuras y malos rollos entre su nueva favorita y la ex. Y no era para menos. La bella Zoraida también tenía dos hijos de Muley-Hacen (Sair y Nair) y con Aixa se disputaba cuál de sus respectivos primogénitos tenía derecho a la sucesión del trono. Dicen los cronistas del Sálvame Deluxe de aquellos tiempos que se miraban ambas y saltaban chispas. Como digo, la historia de celos y odio mutuo entre Aixa y Zoraida fue de traca.

El Palacio

Aixa, inteligente y de fuerte personalidad, no se fiaba de las intenciones de su ex, intrigante como él solo, pues había subido al trono derrocando a su propio padre. Así que sabiendo cómo las gastaba el Muley, participó con la famosa familia de los Abencerrajes en una conspiración para destronarlo y poner en su lugar a su hijo Boabdil, cosa que consiguió tras liberar a este de una de las torres de la Alhambra en la que su padre lo tenía preso.

Pues bien, esta mujer que luchó tan a las bravas por los derechos de sus hijos, era la dueña del palacio que nos ocupa. Dar Al Horra quiere decir algo así como Casa de la Honrada, o Casa de la Señora o Casa de la Honesta, que de todo se ha dicho. Allí se refugió con sus hijos después de que su exmarido se liara con la marteña. La casa fue testigo de intrigas, conspiraciones y gentes dispuestas a derrocar a quién hiciera falta. Desde allí se podían ver los movimientos de la corte: si las antorchas de las estancias donde se celebraran las reuniones no se apagaban durante toda la noche, ya podía intuirse que había un gran problema. Desde allí se seguía muy de cerca los agitados y decisivos acontecimientos que estaban teniendo lugar en Granada, que era como una tierra sin dueño y un volcán a punto de la erupción. Por un lado, el hermano de Muley-Hacen, un tal El Zagal, guerreaba para quitarle el trono a su sobrino. Y por otro los cristianos hostigando a cal y canto para echar a los moros de Granada. Desde su casa, Aixa se convirtió en el emblema de la resistencia contra los cristianos, a los que no quería ver ni en pintura. Cuando la ciudad se rindió a los Reyes Católicos el dos de enero de 1492, Aixa partió al exilio con su hijo, primero al señorío de Andarax, en la Alpujarra, y después, en octubre de 1493, a la ciudad marroquí de Fez, donde murió pocos años después. En cuanto a Zoraida, al morir Muley Hacén, se quedó sin saber qué hacer. Aquel no era su mundo y solo había entrado en él por amor. Durante un tiempo vive perdida entre su corazón y el dolor que le produce su soledad y la impotencia de su corazón. Al quedarse viuda la pretende el hermano de Muley Hacen, un tal El Zagal, pero le da calabazas, le dice que prefiere seguir viviendo con el recuerdo de la única persona a la que había amado en su vida. Al cristianizarse Granada, ella volvería a su antigua religión y a llamarse de nuevo Isabel de Solís. Ya no sería el lucero del alba para nadie más.

Reparaciones

El palacio, que está en el Albaicín Alto, se compone de un patio central con alberca, pórticos y varias estancias. Tras la conquista de los Reyes Católicos y Aixa ya en el exilio, los monarcas cristianos se le cedieron a Hernando de Zafra. Fue en ese palacio donde en 1493 se firmaron los acuerdos con la nobleza mudéjar granadina para que se fueran con Boabdil a Marruecos. Después el edificio formó parte del convento de Santa Isabel la Real hasta que con la desamortización pasó a manos del Estado. En 1931 el arquitecto Leopoldo Torres Balbás consideró que aquel palacio debía ser restaurado para que la ciudadanía recordara una parte de la Historia de Granada, por eso intentó acercarse a su fisonomía original. Después fue Prieto Moreno el encargado de nuevos proyectos de conservación y restauración. Hasta que, con las transferencias autonómicas en 1984, se hizo cargo la Junta de Andalucía. Los domingos se puede entrar gratis a verlo. Si se presta atención, aún se oyen los ruidos de sables.

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