[PRENSA] El futuro de las cuevas del cerro de San Miguel en Granada
El cerro de San Miguel es un sitio privilegiado, uno de esos lugares en el mundo donde te sientes una mota pequeña en el paisaje inmenso, pero a la vez formas parte de algo enorme, vital y hermoso.
No debe ser esta una sensación particular, ya que son cientos de personas las que a diario peregrinan por estas laderas para disfrutar de una mirada amplia del horizonte dibujado por la Alhambra, el Albaicín, el centro de Granada, el área metropolitana y lo que queda de Vega. El momento mágico del día es el atardecer, cuando la luz se va despidiendo a lo grande, regalándonos un atisbo de gloria que viste de rojo, naranja, rosa y oro un entorno que es ciudad y campo, que nos da la sensación de estar paseando por un entorno histórico de verdad y no recreado, algo auténtico que ha sobrevivido a lo largo del tiempo con y por las gentes que habitan sus cuevas, caminos y veredas.
En su Estudio de campo, Ángel Pérez Casas, entonces director del Museo Arqueológico de Almería y publicado en La Gazeta de Antropología, explica que la gran profusión del hábitat troglodita en la provincia de Granada se debió, en parte, a la facilidad que ofrecían ciertos suelos compuestos por conglomerados, areniscas, margas y calizas, para ser trabajados sin que presentaran problemas de derrumbe. “Estos suelos que jalonan los ríos Darro, Beiro y Genil tienen fuertes pendientes que permitían, por su orientación, la mayoría al sur y al sudeste, el asentamiento humano en los diversos niveles del terreno, resguardando a sus moradores de los rigores del verano y del invierno”.
El Estudio especifica que en 1950 se habían censado en Granada 32.426 viviendas urbanas, de las que 3.682 eran cuevas y la mayor parte, 3.309, se encontraban dentro de los límites del casco urbano, mientras que 373 estaban localizadas en la zona periurbana, esencialmente campesina. En octubre de 1962 la mayor parte de la población gitana de estos barrios “trogloditas” fue desalojada como consecuencia de los temporales, “y tras una serie de accidentados cambios pasó a formar parte de las actuales barriadas de Haza Grande, Zaidín, Virgencica y Polígono de la Paz”.
La historia de la titularidad de las cuevas de San Miguel, situadas debajo de la Iglesia del mismo nombre, y las Cuevas Coloradas, las que se encuentran debajo de estas, es complicada. El expediente de investigación del 2011 sobre la Finca 21.546 del Registro de la Propiedad nº1 de Granada en el Cerro de San Miguel del Ayuntamiento de Granada al que ha tenido acceso este medio remite, entre otros, a un informe del 23 de febrero de 1956 que explica que la Dirección General de Beneficencia adquiere el terreno de 140 cuevas construidas en San Miguel Alto y 16 en Cuevas Coloradas en 1952, que las cede de forma gratuita en 1955 al “Patronato Benéfico de Santa Adela” y que tienen casuísticas distintas: en algunas siguen viviendo quienes las excavaron en la época, otros tienen contratos de arrendamiento, otras con contrato de compraventa e incluso las hay inscritas en el catastro. Hasta febrero de 1958, en los registros contables del Patronato constan los porcentajes de pago por las cuevas por parte de sus ocupantes. Sin embargo, no se producen inscripciones registrales en todos los casos.
En 1986, el Patronato celebra una subasta pública de los terrenos a la que concurre el Ayuntamiento y resulta adjudicatario. Concluye el informe que se trataría de una doble venta en la que prevalece el derecho de quien inscriba primero en el registro, siempre que haya buena fe. El Ayuntamiento inscribe en 1991, antes que casi todos los demás, y se supone la buena fe por desconocimiento de la existencia de la anterior venta por parte del Patronato de Santa Adela. “Luego la propiedad de la finca es del Ayuntamiento, salvo de las 7 cuevas inscritas antes de la inscripción por el ayuntamiento el 12 de abril de 1991”. Algo que genera controversia y se tendría que ir dirimiendo en los tribunales.
Hace décadas que el Ayuntamiento de Granada trata de desalojar al menos parte de las cuevas. En 2007, con el Partido Popular gobernando en el ayuntamiento, se produjo un desalojo policial con tapiado. En 2008, una sentencia del TSJA desestimó el recurso del Ayuntamiento para desalojar las cuevas del cerro de San Miguel; para el alto tribunal andaluz, prevalecía “el derecho individual a la inviolabilidad del domicilio frente a la necesidad del Ayuntamiento de entrar en dichas cuevas”. La anterior, interpuesta por el consistorio ante el Juzgado de lo Contencioso-Administrativo número 2 de Granada en 2007, ya les había sido denegada, según fuentes de Europa Press.
En 2014 hubo una nueva actuación con carga policial incluída en la que se desalojaron siete cuevas en el Cerro de San Miguel, después de una intentona unos meses antes que fue evitada por una movilización ciudadana. Urbanismo esgrimió entonces un informe de los técnicos municipales en el que se aludía a la ruina inminente de las viviendas y al riesgo para la integridad de las personas, algo que desmentía la población troglodita que temía una recalificación de los terrenos para un “nuevo pelotazo urbanístico”.
Recientemente se produjo una nueva actuación policial motivada, según el Ayuntamiento, esta vez con gobierno del PSOE, por la necesidad de limpiar la zona de enseres que ensuciaban y ponían en riesgo la salubridad del lugar y también para buscar a una persona acusada de violación. La Asociación de Vecinos de las Cuevas del Sacromonte interpuso una denuncia contra el concejal de Urbanismo y el jefe de Policía Local por allanamiento de morada, daños y detención ilegal durante un operativo policial realizado según ellos “sin orden judicial y haciendo uso de una fuerza desproporcionada”.
Ordenar y regular sí, pero… ¿cómo?
Rafa Fuentes Soldevilla es geógrafo urbanista, gestor social del hábitat y vecino del Albaicín. Desarrolla su profesión como asesor urbanístico y territorial desde hace años y nos explica que el cerro de San Miguel, también llamado del Aceituno, es una parcela urbana regulada en el Plan General de Ordenación Urbana que data de los años 80, un plan general que concibe el suelo como rústico con protección rural, una concepción que señala ambigua y sin determinar en un lugar donde “ninguna de las administraciones ha sido capaz de lograr el desarrollo armónico y necesario para un espacio de este tipo, que trasciende el barrio del Albaicín, en una pieza conectada a la ciudad que hay que considerar desde ámbitos integrales de ciudad”.
El Ayuntamiento de Granada está ahora a punto de hacer público un plan especial que aborda el ámbito concreto de las cuevas y el entorno de la muralla. Hasta ahora, las casas y habitaciones cueva no han estado reguladas dentro de los usos residenciales que desarrolla un Plan General y esto, según Rafa, ha generado disconformidad social de una parte y falta de entendimiento en un tema sensible que tiene una terrible necesidad de ser abordado de forma seria, comprometida y responsable: “no puede ser una cuestión respondida con propuestas legislativas sin contemplar a los residentes que viven en las cuevas, a la gente que le da uso cotidiano, a los turistas que la visitan cada día”.
Para Rafa, en la elaboración no se ha dado un proceso participado serio y abierto en el que puedan salir a relucir todas las cuestiones y maneras de ver lo que supone la habitación en cueva en el uso actual, los usos que puedan permitirse con ese futuro plan especial y lo que supone para la ciudad esta pieza excepcional por el contenido histórico y lo que puede suponer en el futuro a la ciudad.
El plan especial determinará ahora la compatibilidad, los usos que se van a permitir. Si dice que no puede haber uso residencial, las cuevas habría que cerrarlas. Si determina que puede haber usos compatibles con el uso residencial, el de paseo, forestales, ajardinamiento, marcará cómo se hace; “y el tema es sensible porque hay residentes”, opina Rafa, “habrá quien tiene la documentación de la propiedad, habrá quien no la tenga; también es muy controvertido el ámbito de la propiedad de la parcela municipal; y no debe estar claro a nivel judicial y registral porque para estas fechas estaría resuelto”, comenta el urbanista que señala que se trata de un tema a abordar políticamente con responsabilidad y contundencia pero que pone en riesgo el voto.
Para él la solución permitiría que las cuevas sigan habitadas, regulando su uso y cuidado para que no haya problemas de seguridad, estableciendo usos respetuosos con el espacio que se habita y la ciudad; y bajo ningún concepto se tendrían que permitir construcciones con impacto visual desde el otro cerro o la Alhambra, “ como ya se hizo con la urbanización de los Cármenes de San Miguel que alcanzó una cota indeseada, no tenemos necesidad de seguir creciendo por lugares con esta cualificación patrimonial y de ciudadanía histórica”.
El punto de vista de la Asociación de Vecinos del Albaicín coincide con la necesidad de una regulación y ordenación seria pero con una perspectiva diferente. Pepe Bigorra, arquitecto, miembro de la Junta directiva de la Asociación de Vecinos del Albaicín y vocal de la Junta Municipal de Distrito Albaicín, nos cuenta que la asociación celebra la elaboración de este plan especial que regulará cómo llevar a cabo lo que vienen “peleando” desde hace años: un parque público periurbano declarado como zona de protección ecológica “donde se ha de regenerar la vegetación y demás, esperamos que este plan dicte las normas para todo este suelo y hacer de esto un espacio de uso y disfrute público, de todos los granadinos, que no se privatice”. Dicen desconfiar de muchas de las personas que han ido privatizando el suelo en el cerro ante la inacción de las administraciones públicas, cercando sus dominios, acudiendo a notarios para registrarlas, “Confiamos en que en el futuro no se vuelva a hacer lo mismo”.
La asociación dice recibir quejas ciudadanas, sobre todo de problemas de convivencia, especialmente en la zona fronteriza entre el Albaicín y el cerro, “que no afectan evidentemente a todos los habitantes de esta zona sino a algunos”. Bigorra nos relata la situación “muy complicada” de las cuevas, de las que “algo menos de la mitad son de titularidad municipal e incluso en algunas de las que tienen esta titularidad presuntamente municipal hay gente que las ocupa, que las posee, que comercia con ellas”. Encuentra que en la zona hay diferentes casuísticas “gente que tiene servicios, escrituras, toda la documentación en regla; hay muchos que no, hay quienes están enganchados ilegalmente a los servicios de suministro y roban el agua y la luz, la energía que no se paga a las eléctricas la pagamos entre el resto de usuarios”.
Para la dirección de la asociación de vecinos la actuación del ayuntamiento en la zona está tratando de “depurar las diferentes situaciones para darles la solución más adecuada”, el arquitecto opina que quizás las zonas del borde del cerro, que cuentan con servicios y escrituras, se puedan quedar, pero eso es algo que tendrá que dictaminar el planeamiento, y en los casos de propiedades con doble matriculación, los tribunales, “Lo que no puede ser es que un señor decida mover tierras y sacar tierra de una cueva, ampliar una terraza y vallarla declarándola de su propiedad, invadir las veredas e impedir el paso de la gente”.
Desde el Albaicín se quejan de que, “abajo, para hacer un agujerito por el que meter una tubería tienes que llamar a un arqueólogo y aquí arriba hay gente que ha excavado cuevas con máquinas y nadie les ha dicho nada”; en un idéntico entorno BIC donde cualquier actuación necesita de un informe favorable de la consejería de Cultura, “aquí Cultura siempre ha mirado a otro lado con la excusa de que no tenía recursos, pues para joder a un albaicinero sí que han tenido recursos. Queremos que aquí arriba reine la legalidad urbanística que nos exigen ahí abajo”.
Para Pepe, “el consistorio está haciendo una tarea tan ingrata como meritoria y es ir uno por uno a ver quién está, quién no está, estudiando los papeles, valorando el estado de las cuevas y empleando a Servicios Sociales, si hay gente vulnerable y necesita una asistencia, si la cueva no está en buen estado y se tiene que ir, se le ha de ofrecer una alternativa habitacional”. El arquitecto entiende que entra en juego la habitabilidad del lugar, “siempre y cuando cumplan la normativa, no sólo higiénicas sino también estructurales. Si esto no las tiene, no puede tener el visto bueno; si urbanísticamente no es habitable, no puedes tener viviendas. Tiene que cumplir todo lo que cumplimos abajo, es lo que no quieren reconocer, ellos dicen ser especiales”.
Patrimonio de la Humanidad
“Yo soy Patrimonio de la Humanidad, para que te vayas enterando”, así le contestó Angustias Ruiz Navarro, La Mona, a uno de los policías que le impedía la entrada a su casa cueva en el cerro de San Miguel, durante la última actuación policial del Ayuntamiento de Granada. “Me rompieron la escayola y el muro de mi cocina, me pusieron la mano en el pecho diciéndome que no podía pasar. Yo soy bailaora con título de profesora de flamenco, que es Patrimonio de la Humanidad, y yo también lo soy”.
Angustias quiere que transmitamos desde El Salto Andalucía su versión de las actuaciones policiales, de las que dice: “No pueden entrar ‘a saco’ donde hay niños, porque los niños se asustan; si ven a un policía con un fusil y un escudo, ese niño puede sufrir un ataque y la policía ha ido sin conciencia de nada, han ido a matar”.
La Mona, bailaora de flamenco de reconocido prestigio, nos cuenta que su familia ha vivido en el cerro desde hace 200 años; “la familia más antigua del Albaicín”, que tiene un lema: “No me toques que no te toco”. Ha cumplido 75 años y dice haber “corrido todo esto” desde que tiene seis: “Vendí mi casa porque yo quería vivir en mi cueva, porque vivo más a gusto, vivo más feliz”. Dice llevarse muy bien con los vecinos, pero no tanto con lo que están haciendo las instituciones: “No sé lo que estos señores están buscando; bueno, sí lo sé, hacer casas cuevas rústicas para alquilarlas ellos. Alguno del Ayuntamiento tendrá participaciones en el reparto, aquí suele haber reparto; me han llegado noticias de que se ha vendido el colegio de San Miguel para convertirlo en un hotel”.
Afirma que en el cerro han llegado a vivir 4.000 personas y 6.000 en el camino del monte, y que ahora cada día pasan cientos de personas por aquí y estas personas necesitan luces para no caerse y “una barandita en la escalera”. Apela a “estos señoritos de la corbata, que no sé dónde les ha tocado el título, si en un paquete de pipas o de patatas o le han dado el puesto a dedo, que va a ser lo más seguro” para que pongan contenedores y servicios de basura. “Aquí hay niños pequeños que necesitan agua; te puedes alumbrar con un quinqué, pero el agua es la fuente de la vida. No se puede dejar sin agua a menores ni asustar a menores. Los menores y mayores tienen peor edad, para mí van por delante”.
Propietarios con miedo a perderlo todo
Juan es actor en distintas compañías granadinas. Viven en una cueva en el cerro de San Miguel de la que es propietario. Vivienda que cuenta con referencia catastral y por la que paga impuestos de contribución, luz, agua, basura; “tenemos suministros como cualquier otra vivienda”. Recientemente ha aportado prueba gráfica de su cueva, “porque hemos visto que en los planos urbanísticos del Ayuntamiento no venía la prueba gráfica de nuestra propiedad”. Juan señala que parece no ser el único caso en este sentido, “con lo cual, el problema es que la información que están manejando para elaborar el plan de regulación de esta zona no se corresponde para nada con la realidad de este barrio de San Miguel, en el que no aparecen ni una décima parte de las cuevas que hay”. Su temor proviene de este y otros problemas en la regularización de la zona que dice quitarle la salud y el sueño: “hasta nos han llegado rumores de expropiaciones”.
Según Juan, el Ayuntamiento tendría que admitir que no todo el terreno es suyo y “empezar a colaborar con todos los vecinos, con toda su experiencia, con todo el valor humano que hay aquí». Comenta que en Guadix, una zona de la provincia de Granada famosa por sus barrios de cuevas, cuando se dieron cuenta en los años 80 de que las cuevas tenían un gran valor, lo primero que hicieron fue ir a pedir la opinión a la gente que vivía en las cuevas, “gente que no sabía escribir pero con una gran sabiduría en cuanto a cuevas, los únicos que sabían mantenerlas”. Agradece la labor de colectivos como la asociación de cuevas turísticas de Andalucía, gracias a la cual se ha creado una regulación de las condiciones de las cuevas para mejorar su habitabilidad, facilitar cuestiones prácticas como hacer un seguro, pedir permiso de obras y también concebir las cuevas como un bien patrimonial a proteger, restaurar y defender: “si somos suelo urbano nos aplicarían la LISTA, pero al quedar en suelo rústico nos aplican la ley de parques naturales con lo cual aquí puede no estar planteada la defensa de las cuevas”.
El futuro del cerro de San Miguel: ¿Barrio o parque periurbano?
Alex es profesor, doctor e investigador de estadística en la Universidad de Granada, hijo de los propietarios de una cueva en San Miguel, sus padres la compraron con unos amigos en los años 80, “arreglaron esta cueva y me he criado aquí, explorándola como si fuera un tesoro”. Considera la evolución del cerro desde ese momento como positiva. Comenta que durante unas décadas mucha de la población era gente que estaba de paso, “dejaban sus restos, botellas, estaba sucio y era un poco conflictivo en este sentido”. Las personas que han hecho de las cuevas su hogar, según Alex, “han propiciado un cambio notable en el cerro. Ahora hay pequeños huertecitos, jardines con plantas bonitas y las cuevas están bien cuidadas”.
Para Alex, el cerro confiere a Granada un interés particular, por la orografía y otras circunstancias, supone una singularidad que es apreciada por el turismo y muchos de los granadinos. Compara esta situación con la de otros países que, cuando detectan una zona donde se habita de manera singular, el gobierno trata de buscar leyes que rijan esa casuística; como ocurre con Christiania en Copenhague, Dinamarca, que se rige por otras leyes diferentes porque sus gobernantes han decidido adecuarlas a esa singularidad social: “No entiendo por qué aquí hay una mentalidad tan obtusa para ceñirse únicamente a una única forma de legislar, cómo el Ayuntamiento no tiene la capacidad para mirar a este cerro y llegar a un acuerdo con sus habitantes para crear una legislación particular que preserve esta singularidad, creo no se hace porque no hay voluntad política”.
David, psicólogo y antropólogo, vive en una cueva del cerro desde hace 15 años, su hija de 13 nació aquí y vive con él. “Mi caso no es un caso especial. Hay más niñas que han nacido aquí. Otras familias que no se han ido nunca, incluso en el 63 cuando el Ayuntamiento expulsó a tantas familias en un desalojo masivo dispersando a la gente al polígono”. Estima que ahora mismo puede haber unas 60 cuevas abiertas, “aunque ahora el cerro es la ruina de lo que fue en el pasado, donde se llegaron a registrar hasta 185 casas cuevas en 1950 con 1000 personas viviendo aquí. El barrio actualmente se está recuperando”.
Los habitantes actuales dicen no querer ‘poner en valor’ las cuevas desde una perspectiva de explotación como recurso turístico e incorporarlas “al gran parque temático de Granada: todo para los turistas, nada para la gente que lo habita”, como ocurre con los barrios históricos que tradicionalmente han sido habitados por familias humildes y ahora sufren, como es el caso del Albaicín, un proceso de gentrificación sutil y a largo plazo. Para David, sin embargo, la sustitución de la población del cerro de San Miguel se ha intentado mediante una agresión directa del Ayuntamiento, amedrentando a los vecinos con operativos policiales carentes de orden judicial: “Vienen con metralletas de gas pimienta, pegando patadas en las puertas para librarse de la gente, limpiar la era y construirse su chiringuito”.
Denuncia que la interlocución entre la asociación de vecinos del cerro de San Miguel y el Ayuntamiento es nula, “no sabemos los planes que tiene el Ayuntamiento para nuestras casas, se nos niega la participación ciudadana en su elaboración”. Encuentra contradicciones entre las instituciones; por una parte, señala las intenciones de la nueva ley andaluza, LISTA, que prevé el mantenimiento y la conservación de los barrios trogloditas en Andalucía y defiende los barrios de cuevas como un bien patrimonial a mantener y recuperar; por otra parte, este objetivo parecería contrario a la posible intención municipal de desalojar y destruir las cuevas.
Para él, una cueva podría ser el futuro de sostenibilidad y eficiencia energética en contra de la imagen de mugre que se quiere dar, “¿Qué queréis, museos cueva, que ya los hay, o barrios vivos con gente real habitándolos? ¿Qué intereses hay detrás para que presionen de esta manera?”
Jose Manuel Padial es profesor de zoología en la Universidad de Granada y vecino del Sacromonte; conoce esta zona desde que era niño: “Como naturalista que soy, siempre me ha gustado la periferia de Granada, sus bosques y ecosistemas diferentes. Aquí venía a la zona de la Abadía y del Cerro de San Miguel a ver algunas especies de aves como el rabilargo, que no se veían en otras zonas de la ciudad. Este era un espacio muy rico en diversidad biológica que, por desgracia, no se ha tratado demasiado bien. Podía ser muchísimo mejor, pero algo de ello queda”.
La regeneración de los ecosistemas no necesita de intervención urbanística, según Padial, tampoco de un parque de estilo tradicional con las especies alóctonas ornamentales que vemos en todos los parques de la ciudad, sino que “se podría trabajar, los vecinos ya lo están haciendo, para que este barrio sea más natural y tenga un entorno ecológico más favorable para la vida, con más sombra, más diversidad, donde se retenga más el agua”. Para el zoólogo, la restauración ecológica es una inversión muy buena que requiere de poco dinero, “simplemente hay que dejar que la naturaleza siga haciendo, que sabe hacer muy bien su trabajo”.
Saca a colación la discusión actual sobre cómo mejorar el entorno, no sólo en urbanismo sino a nivel social, en un panorama donde cada vez hace más calor y en el que “nos estamos enfrentando a unos retos que son ya obvios para todo el mundo y, sin embargo, nos falta imaginación para responder, seguimos maltratando los ríos, los cerros, no hay una inversión mínima para, por ejemplo, repoblar y mejorar esta zona y convertirla en un vergel mediterráneo”. Señala que hay tradiciones urbanísticas que conciben la segregación entre la ciudad y el campo como una barrera indisociable, aunque hay expertos que defienden que la forma más adecuada para afrontar el cambio climático es que la naturaleza entre en las ciudades y estas sean cada vez más verdes; todavía hay quien no quiere considerar al cerro de San Miguel como parte de la ciudad “sino como un arrabal abandonado donde la gente está haciendo lo que quiere. Sin embargo, es un sistema que interesaría a muchos urbanistas como ejemplo de forma de vida eficiente desde un punto de vista energético, una cueva mantiene una temperatura estable a lo largo del año, requiere muy poca energía para ser calentada y en verano se mantienen frescas”.
Sin embargo, Padial teme que “lo que se quiere imponer aquí es un sistema tradicional de urbanismo que, o bien allana todo y crea bancales para construir, o crea un parque totalmente artificial que ni siquiera encaja con la ecología del entorno, donde se ve la flora y fauna natural del lugar como un enemigo que penetra en el parque y hay que estar conteniendo con trabajo, esfuerzo y dinero”. Para él, lo que hace falta es imaginación para conseguir que este lugar conserve su patrimonio histórico y mejore su patrimonio ecológico: “en este rato hemos visto grajillas, currucas, vida autóctona que merece seguir estando aquí”.
Escuevita, un espacio para niños en las cuevas de San Miguel
La Escuevita es un proyecto educativo autogestionado por los vecinos del cerro. Se trata de una cueva habitada y gestionada por la educadora Ana Gredas en la que una asociación de madres y padres sin ánimo de lucro se han organizado para que niños y niñas puedan disfrutar de un espacio de convivencia durante algunas horas del día. La cueva de Ana está totalmente adaptada al uso y disfrute infantil, el baño tiene un tamaño accesible y los menores encuentran diferentes “rincones” para poder dedicar tiempo a la lectura, el juego, la pintura y lo que su imaginación dicte.
“La idea es que vengan aquí para liberarse de las pantallas, a salirse de los cánones que estamos estableciendo en el sistema para que se den cuenta que pueden tomar sus propias decisiones, gestionar los espacios y hacer lo que sientan”, nos explica Ana Gredas, que vive en el Cerro desde hace 12 años, “se sienten muy a gusto, intentamos acompañarlos, les proponemos actividades pero queremos que se dejen llevar por sus sentimientos y deseos, y sepan que tienen un lugar donde pueden ser como ellos quieran, que puedan ser libres”. Comenta que hasta la Escuevita llegan familias no sólo del cerro, también de toda Granada y otras provincias andaluzas, y hasta 25 niños y niñas han disfrutado del espacio al mismo tiempo, “hemos organizado campamentos de verano y una vez a la semana proyectamos una película en lo que llamamos Cine en Tribu, un momento de encuentro no sólo de los niños y niñas, también de sus familias; intercambiamos experiencias, opiniones, problemas y soluciones, que es lo que creemos que hace falta en los barrios, convivencia”, comparte Ana.
Tanto Ana como las familias dicen poner en este espacio “todo su esfuerzo, tanto yo (Ana) que cuido del espacio como las familias que limpian, colaboran, mantienen, se ocupan de tener al día un seguro responsabilidad civil, etc” y sin embargo dicen sufrir marginación especialmente por parte de muchos vecinos y vecinas del Albaicín, “vemos como el barrio del Albaicín se está despoblando y aquí tienen un montón de familias que queremos vivir aquí y estar bien y nos quieren echar. Por suerte hay muchas personas que nos apoyan, pero estamos muy afectados por esto”. Ana señala la situación de un barrio histórico con un grave problema de vivienda, “muchas familias del Albaicín se han tenido que marchar porque no pueden sostener el precio de los alquileres, la parte de infantil del CEIP Gómez Moreno está en peligro por falta de niños y niñas”.
Para los socios de la Escuevita, la solución para estas familias es que el barrio apoyara esta riqueza multicultural que ofrecen los habitantes de las cuevas y que creen que se tendrían que preservar. “Que nos ayudaran, por ejemplo, con los suministros básicos. Yo tengo agua en un bidón que está registrado por un perito judicial que en la última acción policial se lo llevaron. La gente que tenía suministro de agua, algunos legal o ilegal (lo hemos solicitado el servicio y nos lo deniegan). Aquí estamos empadronados familias con menores y nos cortan el agua. Me parece surrealista, y que la gente no se da cuenta de esa injusticia. Seguiremos aquí luchando por la felicidad de estos niños”.
Elena es una de las mamás que apoya la Escuevita, lleva viviendo desde hace 6 años en las cuevas donde está empadronada con su familia, “Aquí se vive muy bien, teniendo amigos cerca y referentes”. Llegó con sus dos hijos, “a un sitio perfecto para los niños, porque hay bastantes que viven en las cuevas. La única carencia que tienen es el estigma social que sufren por vivir aquí. Mi hija cuando llegó le dijeron en el colegio que los niños de las cuevas tenían piojos y eran niños pobres. Yo le respondí, pobres son ellos, nosotros somos muy ricos”. Elena sostiene que siempre ha sentido tener un nivel alto de vida en las cuevas, “Para mí son muy importantes los valores de convivencia, el contacto humano. Es el único sitio donde he podido salir de casa y no cerrar mi puerta porque sabía que nunca iba a pasar nada. Más seguro que este sitio no hay ninguno. Todos nos conocemos y nos cuidamos”.
Sergio es uno de los vecinos del Albaicín que disfruta del espacio de la Escuevita con sus dos hijos, “un lugar muy especial, además del espacio espectacular donde se encuentra, por el trato de las familias de compartir, de convivencia”. Defiende que el cerro de San Miguel es un sitio muy especial, no sólo por el paisaje sino por sus cuevas y quienes las habitan, “La ciudad está perdiendo su esencia, sus habitantes, y el cerro de San Miguel es uno de los lugares que mantiene esa esencia de convivencia, algo ancestral”. Comparte su experiencia, la de muchos de los que habitamos la ciudad, en el contexto de gentrificación y especulación galopante que se está produciendo, sobre todo en los barrios históricos granadinos que se están despoblando, donde las escuelas padecen amenazas de cierre “porque las familias no encuentran vivienda, ni asequible ni no asequible. Está todo convertido en apartamentos ideados para una parejita. Una familia que quiere buscar un espacio donde vivir lo tiene muy muy difícil, incluso si tienen un presupuesto alto”.
Sergio comparte la idea de que las cuevas deben mantenerse como patrimonio intangible y explorar la forma de uso compartido de la vivienda como un bien sobre el que no se especule, en un sentido más interesante que las viviendas sociales, como una solución al problema diferente a otras “que han resultado especulativas en sí mismas, con grandes construcciones que han destruido el territorio con más ladrillo y cemento, generando hipotecas que en muchos casos han destruido la vida de la gente”.
Dice no haber sentido nunca la más mínima inseguridad y que la imagen de suciedad e inseguridad en esta zona transmitida por distintos medios no se corresponde con su experiencia, “He vivido en otros barrios de Granada donde se vendía marihuana y llegaban a pasar 40 personas por ahí y nunca he oído que la policía quisiera echar esas casas abajo, hacer redadas, cortar el agua a esas familias, eso nunca le ha cabido a nadie en la cabeza, entonces ¿Por qué esa intervención policial violenta e indiscriminada en este barrio? no le encuentro otro sentido a esto que el posible uso especulativo”.
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