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PRENSA: Más de un centenar de jóvenes se reúne en el Camino del Avellano, lugar de moda para el ‘tardeo’ y realizar botellones en la maleza

No se encuentran las grandes congregaciones previas a la pandemia, pero sí resulta fácil identificar el lugar de moda entre los jóvenes para el ‘tardeo’: el Camino del Avellano.

Ideal, 03-05-2021pande

Cinco chicas, con varias bolsas con bebidas, giran la esquina que conecta la calle Arabial con la calle Neptuno, donde se mezclan con el gentío que se agolpa junto a los locales de la zona, en los que la fiesta ya hace tiempo que comenzó. Restan ocho minutos para las 20.00 horas del sábado y con ellas se atisba el primer indicio de botellón en el núcleo de Granada capital, aunque no hay muchos más. No se encuentran las grandes congregaciones previas a la pandemia, pero sí resulta fácil identificar el lugar de moda entre los jóvenes para el ‘tardeo’: el Camino del Avellanoallí donde se cayó una joven irlandesa que perdió la vida hace apenas un mes. A lo largo del recorrido se citan más de cien personas, menores de edad en su inmensa mayoría, al menos en apariencia, divididas en pequeños grupos. Bolsas verdes, vasos de tubo y cubitos de hielo son las huellas que les delatan, esparcidas por el suelo.

En torno a las 20.30 horas, mientras se llenan las terrazas de los bares capitalinos, la fiesta parece haber entrado en su recta final para buena parte de los allí reunidos. Descienden de la Fuente del Avellano hacia el centro de Granada varias decenas de jóvenes con bolsas. «¿No hay un ‘chino’ por aquí?», pregunta un chico a sus compañeros de ‘tardeo’ al comienzo del camino. Otro, más adelante, para a tres personas que ya bajan hacia el Paseo de los Tristes: «¿Hay un servicio por allí?». Una chica, ya de retirada, luce una corona de plástico, en la que se puede leer ‘happy birthday’.

En cada curva se asienta un grupúsculo, de unas diez personas como máximo, sin guardar distancias y con mascarillas bajadas, aunque la fiesta solo parece evidente en los que se esconden en la ladera del monte. De entre la maleza, desde una ubicación elevada, cae un cubito de hielo que se hace añicos contra el suelo. Unas chicas, a las que casi golpea en el camino, responden agitadas. Por detrás, cuatro adolescentes caminan abrazados de un costado a otro del sendero. «Hermano, voy borracho», aclara uno de ellos.

Los jóvenes se distribuyeron por todo el camino en grupúsculos de alrededor de diez personas.
Los jóvenes se distribuyeron por todo el camino en grupúsculos de alrededor de diez personas. / RAMÓN L. PÉREZ

En una bifurcación del camino, un pequeño corro aguarda con expectación a quien llega con la litrona de cerveza, que se transparenta tras el fino plástico de una bolsa verde, mientras que del espesor del bosque emerge el tintineo de unos vasos. Una moto que circula a alta velocidad aparta momentáneamente a los transeúntes y sobresalta a dos chicas que, sentadas en un poyete, comparten refresco. Tras su estela, desde otro punto prominente de la ladera llegan a los oídos las rimas de otro grupo que mantiene una suerte de batalla de rap entre los arbustos.

«Laura, nos vamos», indica poco después una voz femenina, que, unida a la carrera de dos chavales, alerta de la llegada de un coche patrulla de la Policía Local. Durante la desbandada, con poca urgencia, cae un vaso desde una altura considerable; abajo, quien logró esquivarlo, exige explicaciones. «¿Qué pollas te pasa?», increpó el joven, antes de perderse entre los matorrales seguido de sus amigos, en busca de gresca.

Calma en los miradores

En torno a las nueve menos diez de la noche, una adolescente se separa de su grupo de amigos, de unos 10 componentes, para vomitar en una esquina de la Cuesta del Chapiz, donde el poco rastro del botellón casi desaparece. Quienes viven una jornada de ajetreo en esta ocasión son los bares y restaurantes de los alrededores. El festivo del Día del Trabajador, que coincidió con el primer fin de semana tras la nueva ampliación de los horarios de los servicios hosteleros, propició que las terrazas se llenaran hasta el borde del inicio del toque de queda. En otros puntos habituales, en especial los parques y miradores más populares, reinaba la calma.

Entre ellos, el mirador de San Miguel Alto, punto de encuentro usual al caer la tarde. Otro coche de la Policía Local, este instalado en el punto más elevado del escenario, disuadió allí la ingesta de alcohol, aunque dos chicas, protegidas visualmente unos metros más abajo, comparten una litrona escondida en una bolsa. Repartidos por la zona, alrededor de veinte jóvenes apreciaban la gama de colores que plasmó en el cielo puesta de sol compartiendo pipas y patatas fritas. La papelera, no obstante, rebosa botellas de cerveza.

En el Mirador de La Churra, donde la pasada semana se cayó un joven durante un botellón, apenas diez personas disfrutan de las vistas. Entre ellas, un grupo de cuatro jóvenes, que simplemente toman fotografías con el móvil y cantan ‘Allez les Bleus’. El resto, dos parejas, se limita a apreciar el panorama. Los parques, muy concurridos mientras brilló el sol, apenas presentaron indicios de botellón. El césped del parque Federico García Lorca se llenó de reuniones tranquilas, mientras que el del parque Periodista Tico Medina lo hizo de familias y aficionados al deporte, que pasaron la tarde jugando.

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