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PRENSA: Las cuevas de San Miguel en Granada, bajo continua amenaza de desalojo: «El barrio no es inseguro, es la excusa»

Los vecinos del Albayzín desde hace décadas hemos venido planteando la creación de un parque público en toda la ladera, la depuración de las cuevas con sus habitantes de siempre, y la eliminación de nuevas o las peligrosas así como su «okupación», la degradación del cerro y la muralla, el control urbanístico y ambiental de un espacio que debe mantener su carácter público para toda la ciudadanía y no la privatización por parte de nadie, sea con fines turísticos o como alojamientos ilegales.

El vecindario de esta singular zona se enfrenta de nuevo a la incertidumbre de sus viviendas por la intención del Ayuntamiento de construir en el cerro un geoparque con fines turísticos

La Voz del Sur, 25-04-2022 Reportaje de Carmen Marchena

En las cuevas del cerro de San Miguel existe la misma diversidad de personas que de historias y circunstancias. La conocida como ‘joya de Granada’ por el propio Curro Albayzín, lleva más de 15 años sufriendo las amenazas e intentonas de desalojo de sus viviendas, situadas dentro del monte, por parte del Ayuntamiento. 

Cuando el sol cae en Granada, resulta común ver un intenso peregrinaje monte arriba, desde el Albayzín o zonas más elevadas como el Sacromonte, hacia el cerro de San Miguel, para ver una de las panorámicas más espectaculares de la ciudad, con la Alhambra y el Generalife como testigos del ocaso del sol por la vega granadina. 

Un lugar privilegiado donde centenares de personas acuden cada día para conseguir el mejor fondo para su fotografía o el paisaje más inspirador para su obra. Hay quienes se atreven a subir con viandas y algún que otro litro de cerveza. Hay quienes pasean románticos o acompañados de sus perros. Lo cierto es que un espacio magnéctico cargado de energía para propios y extraños.

El cerro de San Miguel llegó a tener 167 familias empadronadas, pero poco a poco se fueron marchando.
El cerro de San Miguel llegó a tener 167 familias empadronadas, pero se fueron marchando.   CONSTANTINO RUIZ

Pero, ante todo, las cuevas del cerro de San Miguel son casa y refugio para decenas de personas. Nada que ver con los años 60, cuando habitaban alrededor de 2000 vecinos y vecinas, pero las fuertes lluvias obligaron a muchas familias a realojarse en barrios periféricos debido a la inundación de sus cuevas. Las personas que habitan hoy el cerro son diversas y conviven en paz y comunidad, o como las autodefine una de sus vecinas más antiguas: «Somos el sabor del monte».

Aurora – sus vecinos senegaleses la llaman «Mamá África»– tiene 54 años y lleva empadronada en las cuevas desde 1996. Se fue a vivir al cerro junto a su marido y su hija en 1998, y recuerda que cuando llegaron «todo estaba hecho una porquería, era el basurero de Granada». Es una de las pocas propietarias de cuevas –actualmente tiene dos–, ya que, como explica, «las cueva, a través de Santa Adela, pertenecían a muchas familias gitanas, entre ellas, la de mi marido».

Su realidad es muy distinta a la mayoría de habitantes del cerro, ya que está en situación legal –»yo pago el IBI, tenemos agua y luz, hemos tenido la suerte de tener documentación»–, pero eso no implica que la convivencia con el resto de vecinos y vecinas de la zona sea incómoda, sino todo lo contrario: «Cada persona tiene sus circunstancias».

Vecinos del cerro de San Miguel disfrutan de las vistas.
Vecinos del cerro de San Miguel disfrutan de las vistas.   CONSTANTINO RUIZ

Aurora aprovecha para recordar las «chapuzas» que se hicieron al principio de mudarse al cerro, cuando eran 20 familias. «El Ayuntamiento de Granada contrató a una empresa muy barata que se llamaba Temple y cogió a personas sin experiencia para limpiar y delinear los caminos y escaleras, entre los que estaba mi marido», comenta. «Se enterró la basura acumulada, la gente prendía fuego y se metía en las cuevas, luego trajeron animales, y todavía sabría decir dónde están los coches que enterraron… Mi marido venía llorando», afirma. 

Todo esto ocurrió entre 2004 y 2008, coincidiendo con el Plan Urban, y desde entonces se han sucedido numerosas rencillas con la policía. «Querían desalojarnos con el fin de hacer pequeñas casas turísticas y talleres para que viesen cómo trabajaban los gitanos», rememora Aurora, que califica el proyecto de «intento de parque temático». Finalmente no se llegó a culminar, pero el Ayuntamiento ha reactivado recientemente otro proyecto de parque verde en la zona, por el que insisten en su intención de desalojar las 53 cuevas que hay registradas.

«No tengo miedo a que me la quiten porque soy legal en todos los aspectos, pero veo que el monte del cerro de San Miguel es un sitio mágico y han sido los guiris quienes le han dado ese poder», advierte. «La gente de Granada, al principio, nos miraba como los gitanos, los hippies y los negros», lamenta.

«Solo pido que no hagan un centro turístico ni un parque temático, por favor», dice esta vecina propietaria de dos cuevas. En una vive con su hija desde que su marido falleció hace un año y la otra la utiliza como hostel para extranjeros. «Viene gente de todo el mundo alucinando con nuestro paisaje y convivencia», expresa Aurora, quien insiste en que el barrio no es inseguro, como quieren hacer creer: «Esa es la excusa para desalojarlo», sentencia. 

Panorámica del cerro de San Miguel, en Granada.
Panorámica del cerro de San Miguel, en Granada.   CONSTATINO RUIZ

De Paco Naveros podría decirse que es «la farmacia» del cerro de San Miguel o el «Asuntos Sociales» del barrio. A sus 63 años, lleva practicamente la mitad de su vida en las cuevas. «33 años para ser exactos», apunta. Y aunque vive solo, visitas no le faltan. «Normal, esto es un privilegio», continúa en el inicio de su discurso.

Cuando este vecino compró ante notario su cueva, había un agujero a modo de puerta que separaba el cerro de la zona del Sacromonte. «Inmediatamente dije: Dios, Paco, quiero morir aquí», sin saber todavía que la zona fue antiguo cementerio fenicio, romano, árabe y cristiano. 

Al principio no le dejaron hacer obras y recuerda que se le metían personas en su casa. «En 2007, con el primer desalojo me la taparon», comenta. Luego vinieron los desalojos de 2008 y 2013, de los que asegura «han sido los causantes de que hoy el cerro esté deformado». «De tanta tierra que trajeron para tapar las cuevas con maquinaria pesada, muchas, al ser recuperadas, quedaron por debajo del nivel del suelo, lo que provoca que se inunden», explica Paco, propietario, al que no le importa la presencia de personas ocupando. 

El vecino del cerro San Miguel alto, Paco Naveros, en la entrada de su cueva, en Granada.
El vecino del cerro San Miguel alto, Paco Naveros, en la entrada de su cueva, en Granada.    CONSTANTINO RUIZ

Paco diferencia dos zonas de la ladera, una municipal y otra privada. «Actualmente somos 10 propietarios y el resto son ocupas, cada uno con sus historias, antes eran rotatorios, pero algunos llevan ya 10 y 12 años y están más afincados, somos vecinos», asegura este granadino que sostiene que en el caso de desalojo, «debe haber un realojo preparado en coordinación con Asuntos Sociales». 

A las personas que se acercan al cerro a disfrutar del paisaje, Paco las llama «romantic people» mientras que a la puesta de sol, «la hora mágica». A este vecino le preocupa más la basura que genera este tipo de turismo –»traen McDonalds y litronas», que la existencia de personas en situación irregular, a los que considera de su comunidad.

Respecto al proyecto de parque verde, también guarda sus diferencias. «Todo lo maquillan, solo hablan de un parque y de San Miguel como zona verde, pero aquí hay viviendas trogloditas con seis y siete habitaciones que son una maravilla. El parque tendrá que ir arriba y con unas condiciones específicas, de lo contrario, a ver en qué se convierte», expresa.

Gallinas y gallos en una de las cuevas del cerro de San Miguel.
Gallinas y gallos en una de las cuevas del cerro de San Miguel.   CONSTANTINO RUIZ

Paco tiene intención de registrar unas alegaciones al Ayuntamiento de Granada para que el futuro parque vaya «cerrado por la noche, tenga al menos dos fuentes con agua potable, zona para perros y baños públicos».

Y se despide no sin antes comentar que han preparado una exposición con fotos de la gente que vive en el cerro con el fin de desestigmarizarla: «La mayoría son trabajadores y no olvidemos que detrás de un hippie siempre hay una familia acomodada. Por otro lado, los senegaleses –muchos en situación administrativa irregular– encuentran aquí un refugio», apunta sincero. 

«Si hablamos de ocupar el espacio, ‘los romantic people’ sí que ocupan el espacio donde yo saco mis perros a hacer pipí, que es una zona de olivos», apunta. «El día que esto sea todo turístico, yo me iré», asegura Paco, que vive entre dos caminos por los que pasan cada día numerosos turistas.

Angela y sus hijos viven en el cerro de San Miguel desde hace 10 años.
Angela y sus hijos viven en el cerro de San Miguel desde hace 10 años.   CONSTANTINO RUIZ

Ángela vive en la misma cueva desde 2012, ahora con sus dos hijos. «Aquí se está como en ninguna otra parte y, al mismo tiempo, como en cualquier otro barrio», admite.

San Miguel es un lugar común. «Somos vecinos y todos nos conocemos, cada cual hace su vida y al mismo tiempo trabajamos para que el cerro sea un lugar cada vez más bonito y habitable, pero es no es fácil cuando lo quieren deshabitar», lamenta Ángela. «Hace muchos años que el cerro de San Miguel se encuentra bajo la amenaza del desalojo», recuerda, mientras hace mención a la intención del consistorio granadino de desalojar y «destruir el cerro» para la construcción de un geoparque. 

«Nos estamos movilizando de diferentes maneras para demostrar y defender que esto siempre ha sido un barrio. Y un barrio no se puede destruir por los intereses de unos pocos», expresa. Al hilo, concluye, «nuestra manera de vivir no es mejor ni peor, es diferente».

Aurora llegó al cerro junto a su marido hace 27 años, hoy sigue viviendo junto a su hija Candela y su hijo Marco en el número 90 de San Miguel Alto CONSTANTINO RUIZ

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