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PRENSA: Abejas. Una reflexión sobre los robos y la despoblación de los centros históricos

Plaza Vargas en el centro de Jerez. /Google Maps

Artículo de opinión de Alejandro González Morillo. Licenciado en Filología Clásica. Presidente de la Federación Andaluza de AA.VV. de centros históricos.

Fuente: Jerez sin fronteras

Ignoro si a alguien le puede parecer normal la oleada de robos que se está produciendo en comercios del centro durante las últimas semanas, a los que también hay que sumar allanamientos de morada en casas y viviendas también del centro y de otras zonas de la ciudad (que haya cosas que no trasciendan a la esfera pública no quiere decir que no se produzcan). Tampoco puedo llegar a entender cómo las exigencias por la falta de agentes de Policía Nacional se han frenado. Es como si desde principios de junio viviésemos en la Arcadia de Virgilio, en esa región paradigmática de la armonía y el placer de vivir, como si no hubiese ya nada que reclamarle a nadie y no fuera posible vivir mejor.

El caso es que el pasado lunes un individuo con un mazo se lió a porrazos contra la cristalera de un restaurante situado en la esquina que se forma entre calle Latorre y plaza Vargas. Sucedió a las cinco de la madrugada y el estruendo debió ser brutal, tanto que despertó a los vecinos que viven arriba del local, quienes rápidamente dieron aviso a la policía, la cual al poco tiempo detuvo al tipo en cuestión. Por lo que se ve, no consiguieron localizar lo que había sustraído del negocio, pero, gracias a esa llamada, quizá se consiguió que no fuera a otro local e hiciera lo mismo, ya que precisamente ese mismo “prenda” había intentado asaltar otro bar de la calle Corredera la noche anterior a la de la detención.

Lo que posiblemente nadie sepa es que uno de esos vecinos tuvo que partir una hora después a la ciudad en la que trabaja durante toda la semana y que lo primero que hizo cuando llegó allí, fue dirigirse a la Comisaría de Policía Nacional para realizar la pertinente declaración y reconocer fotográficamente al autor del asalto. Y ahora viene lo curioso: esos vecinos tienen pancartas colgadas de sus balcones exigiendo que el ayuntamiento haga cumplir las ordenanzas, y ahí seguirán en tanto en cuanto eso no se produzca. Cuántas veces habrán tenido que leer y oír esas personas ese mantra que se repite sin cesar, ese “que se vayan a vivir al campo”, pero resulta que, si les hubiesen hecho caso, posiblemente ese local, y quién sabe si otros de la misma plaza, hubiera sido desvalijado y destrozado por completo.

¡Qué importante es que haya vecinos y que poco se habla de ello cuando no conviene hacerlo! ¡Y en cuánta evidencia quedan las palabras del presidente de Asunico, en las que venía a decir que lo que había era lo que había y que se fuera a vivir a otra zona quien no lo aceptara! Tampoco voy a ser yo el que preste demasiada atención a las tonterías que dice un tipo que parece querer crear un test para saber quién o no puede ser vecino del centro según sus intereses (el colmo de la desvergüenza y de la búsqueda de protagonismo a toda costa), pero lo del tema del robo del lunes y su relación con el tejido social del centro histórico sí me parece muy relevante.

No hay mayor sensación de seguridad para los comerciantes y hosteleros de una zona que ese barrio esté poblado por personas que puedan alertar a los cuerpos de seguridad, si algo llegase a suceder, porque lo mismo se roba un bar hoy, que una peluquería mañana, la Delegación de Medio Ambiente pasado o una casa al día siguiente. Personas de confianza, de las de tener un trato diario y con la que se pueda adquirir un compromiso de convivencia basado en la lealtad mutua.

Entiendo que para los del “¡que se vayan a vivir al campo!” y los que, por mucho que se repitan las cosas, no quieren entender de una puñetera vez que nadie quiere cerrar nada y que lo único que se pide es el cumplimiento de la normativa, esto supone una paradoja inmensa que les puede hacer llegar a un shock mental de esos que cierran todavía más la mente, entre otras cosas porque a estas personas no les gusta que la evidencia se muestre tan clara como lo hizo en la madrugada del pasado lunes en plaza Vargas, no están preparados para ello y no quieren que se le de publicidad alguna.

Las abejas son seres incomprendidos, bichos que muchos humanos no querrían que existieran siquiera. Son insectos a los que nadie les presta atención, salvo si se cuela una de ellas por la ventanilla del coche y se tira en la luna trasera revoloteando hasta el final del viaje. Pero, queridos míos, las abejas son vitales para el mantenimiento de la vida en el planeta, ya que su actividad polinizadora permite que los ciclos vitales de la gran mayoría de especies puedan completarse, en de los humanos entre ellos. Sin embargo, se las sigue aniquilando sin pudor y miramientos.

Los vecinos del centro y de todas las zonas (me fijo en el centro por el alto nivel de despoblación que padece) son como las abejas: llevan a cabo el mantenimiento de los edificios que habitan, favorecen la actividad comercial del barrio y, a su vez, son garantes de la seguridad del lugar, entre otras cosas porque a nadie más que a ellos les duele el pedacito de ciudad donde desarrollan sus vidas. Pero, como las abejas, son siempre los menos importantes, los olvidados por todos y a los que, cuando conviene, se les culpa de todos los males y se quiere expulsar del barrio también sin pudor y miramientos. Si las abejas garantizan el ciclo vital en la naturaleza, los vecinos hacen lo propio con la vida de un barrio. Que lo piensen bien los del “esto es lo que hay” o los comerciales de la inmobiliaria del campo.

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