Al Albaicín no le sale un plan
Ideal, 08-03-2014 Andrés Cárdenas
Uno de los pocos placeres que me quedan en esta vida es ir a callejear por el Albaicín. Lo hago todos los fines de semana y me sirve de terapia anímica. Accedo al hotel Alhambra Palace por la Cuesta del Realejo y bajo por la Cuesta de los Chinos. Subo de nuevo por la Cuesta del Chapiz, me interno en el Sacromonte y accedo al Albaicín por la Verea del Enmedio, desde donde no hace falta llevar gafas especiales para ver la Alhambra en tres dimensiones, con el fondo blanco de Sierra Nevada ¡Un orgasmo para la vista!
En ese paseo incluyo ritos como comprar salaíllas (doce por un euro) en la panadería de María, desayunar en el Pasteles o en el Mariví y hablar con vecinos que llevan toda la vida viviendo en el barrio. Casi todos los días veo por allí a Antonio ‘Madruga’, que va siempre como una moto haciendo los recados que le mandan. ‘Madruga’ es el último recadero de Granada. Se gana la vida haciendo ‘mandaos’ de un lado para otro y con una humildísima lotería casera que ha inventado y que llama ‘las tirillas del Madruga’. También hablo con Carmen, la gitana que vende castañuelas en la plaza de San Nicolás y que se lamenta siempre de lo ‘achuchá’ que está la vida. “Esto no me da ya ni pa comer, pero bueno… sea lo que Dios quiera”, dice la buena de Carmen, que tiene escaño permanente en un banco con vistas a la Alhambra. Y cuando no tengo demasiada prisa, hago coincidir mi tiempo con el de la misa en Santa Isabel la Real para oír a las monjas de clausura. Con esa audición casi angelical lleno de combustible el depósito de mi ánimo y me voy para abajo por la Cuesta de San Gregorio y Calderería más contento que una pandereta, sobre todo cuando al final me paro a tomarme un vermú o un follaza en el Castañeda. Cuando vivía por allí Paco Izquierdo, de vez en cuando me paraba a hacerle una visitica. Paco, cuando quería hacernos rabiar, abría las ventanas de su vivienda y comentaba: ‘¡Qué coñazo, asomarme por el balcón ver todos los días la Alhambra!’. Paco se convirtió con sus escritos en el último gran defensor del Albaicín.
Me acordé de Paco Izquierdo cuando leí el martes que el Plan del Albaicín se había ido al traste por la desavenencia entre las administraciones, la local y la autonómica. Debo decir que todos los días no me resulta tan agradable pasear por aquel barrio, que es una de nuestras más importantes señas de identidad. La suciedad (las dichosas cacas de perro), las casas en ruina, la inseguridad nocturna… permiten que mi alma se llene de congoja cuando pienso en lo que ese lugar debería ser y no es. Más de veinte años (desde que se aprobó el anterior plan) llevamos los granadinos pidiendo más atención del Ayuntamiento y la Junta hacia el Albaicín. Dice Gala que cada ciudad tiene una cultura distinta, que consiste en el reconocimiento y el cultivo de su personalidad: su historia, sus costumbres y su actitud vital. Es decir, su alma y su cuerpo. Y el Albaicín es quizás la parte más importante del alma y del cuerpo de Granada. Un alma y un cuerpo que seguirán cuando ya no estemos.
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