El último agricultor de la Alhambra
Francisco Cáceres
Él ha sido el último agricultor de la Alhambra. Quisimos conocerlo y que nos contara su experiencia. En sus primeros años vivió en Jesús del Valle. Después debajo del Generalife. Agricultor, jardinero y vigilante de la Alhambra, Juan Jiménez Muñoz nos cuenta su vida y su relación con la agricultura y con el monumento nazarí.
Entrevista realizada por Paco Cáceres. veguitadegrana@gmail.com
Gracias a Ricardo Ávila y José Jiménez, mis contactos para hacer posible esta entrevista
Llegamos a la Cuesta de los Chinos. A mitad de camino traspasamos una cancela y entramos en un pasillo que da a varias casas. Se respira tranquilidad. El paraje es incomparable; Albayzin, Sacromonte, la Alhambra, el río Darro, el Paseo de los Tristes… Basta ladear la cabeza a un lado u otro para ir viendo todas esas joyas granadinas. José Jiménez nos presenta a su padre; Juan Jiménez Muñoz, conocido por «Juanillazo«. El tiene el honor de ser el último agricultor de la Alhambra
Invité a esta entrevista a Pepe García, que vivió en el hotel Reuma sus primeros 14 años. Fue como un regalo, porque sabía que disfrutaría hablando con su antiguo vecino. Así fue; la conversación entre ambos adquiere enseguida una gran viveza; recuerdos del barrio a borbotones, de sus vecinos, de anécdotas… Sale la acequia Santa Ana o Romaila que daba agua a Capitanía y moría en Bibataubin. Pero ninguno de los dos llegó a conocer esto. Me imagino Granada recorrida por acequias, cuando éstas no se tapaban como si fueran vergüenzas. Cuando las acequias estaban limpias porque se bebía agua de ellas y llenaban los aljibes. Y en el Darro y sus acequias había truchas, cangrejos… De niño recuerdo haber visto por las acequias de Loja cangrejos, serpientes de agua y otros animales pequeños. ¿Y de dónde tomaba agua La acequia Romaila?, pregunto “del barranco del Tatino, cerca de Jesús del Valle”, me dice Juan
Los recuerdos
Se tiene que ir José, el hijo de Juan, que hoy es jardinero de la Alhambra.
Antes de marcharte, dime algún recuerdo que tengas de tu trabajo como agricultor aquí, al lado del Generalife.
¡Uf! Mucho trabajo; escardando, regando, estercolando. Las vivencias fueron muy satisfactorias; fíjate si me influyó que todavía me gusta seguir con la labor; tengo hortalizas, árboles frutales… Por aquí había muchos niños, pero yo cuando salía de la escuela tenía que coger las cabras e irme para la fuente del Avellano, para que pastaran… Son muchos recuerdos
Juan Jiménez Muñoz. “Juanillazo”
“He conocido la Vega hasta por debajo del Carmen de los Patos. Allí le trabajábamos nosotros al “Habichuela”. El tema de debate se centra ahora en la “Cuesta de los Chinos”. Al subir hemos visto que se llama “Cuesta del Rey Chico”. También se le conocía como “Cuesta de los Muertos”, “porque por ahí subían a enterrar a los muertos. De ahí también que se llame hoy el Paseo de los Tristes, porque pasaban los entierros. Antes, en la curva, había una piedra de la muralla y se paraban los enterradores para tomarse un vaso de vino en el quiosquillo de las Mimbres…La “Cuesta de los Chinos” es una cañada real para paso del ganado. Cuando los rebaños bajaban del Camino Real de los Neveros hacia Puente Verde tomaban dos direcciones, una para el camino de Ronda y otra cogía por el Barranco del Abogado, la Mimbre, Cuesta de los Chinos, Albaicín, cuesta de las Cabezas (donde está hoy Tráfico) y de ahí tiraban para Córdoba”.
Y una cosa lleva a la otra. Juan y Pepe hablan del “filator”, que era un cobrador de impuestos que había en los caminos. “Por aquí había cuatro; uno en el puente del Aljibetillo, otro en la Mimbre, uno más en el camino del Monte y un cuarto en la vereda de Enmedio. Se colocaban en esos sitios y paraban a todo el que llevaba hortalizas, verduras, frutas, leche, ganado, carros, bestias… Y había que pagar según lo que llevaras. Este tipo de recaudación funcionó hasta los años 50 o 60. Y si te escabullías y no pagabas al filator, en el mercado de la Romanilla, los inspectores te podían pedir el recibo de haber pagado y si no lo tenías, te llamaban la atención y tenías que pagar”.
“Antes, como no teníamos coches, íbamos con mulos y el “aparcamiento” lo teníamos en la Posada del Pilar del Toro, en la Calle Elvira; allí dejábamos los mulos, porque si los dejabas en la calle tenías que pagar una multa y sacarlo de la caballeriza a la que se lo habían llevado; igual que hoy si dejas el coche mal aparcado. La guardia iba en bicicleta. En la plaza de Villamena, que había un mercado muy grande, también solía haber carros y mulos. Allí llevaban los productos de toda la Vega; de Huétor Vega, Cenes, La Zubia, Armilla… ¡Anda que no he visto yo venir carros de todos esos lugares!”.
Sentados en la parte en que la vivienda se convierte en cueva; Juan y Pepe siguen en animada charla recorriendo el barrio en el tiempo. Lo confieso; me es imposible tomar tanta nota, retener tanto recuerdo.
La vida del último agricultor de la Alhambra
Juan; háblanos un poco de tu vida.
Mi padre y parte de mis tíos nacieron aquí, junto al Generalife. Esto había sido una fábrica de papel y la compró después un cura. A él se la compró mi abuelo. Yo nací aquí en el 35, y cuando empezó la cosa a ponerse fea con la guerra tuvimos que irnos de aquí porque denunciaron a mi padre y lo buscaban. Nos fuimos al Valle (Cortijo de Jesús del Valle), aunque conseguimos un salvoconducto para que no nos hicieran nada. Y esos fueron mis primeros años; mi vida transcurrió entre el Valle y esta huerta del Generalife a la que yo venía para ayudarle a mi abuelo a labrar.
Jesús del Valle… El otro día pasé por allí y es una pena ver cómo han dejado que se caiga a pedazos. ¿Cómo era cuando os fuisteis allí?
Pues Jesús del Valle era de un marqués que vivía en Madrid. Hasta los cincuenta tenía una almazara y un molino de harina. También había un horno. En la Hacienda vivíamos entre 40 o 50 familias. En total creo que habríamos más de 100 niños. Menos dos, ninguno íbamos a la escuela. Todo era trabajar desde chiquitillo; cuidar cabras, cavar olivos, arrancar berza… Había 14 o 15 labradores, 9 pastores, vaqueros, gañanes… Todo lo que se cultivaba se vendía en el mercado de San Agustín. Recuerdo que había unas 550 cabras, casi 60 vacas, mulos, gallinas, pavos… Y funcionaba de maravilla. Todo fue bien hasta que lo compró Ávila Rojas.
Tanta gente en el Valle… Estaría todo cultivado
Antes todo el río Darro estaba cultivado. Del Valle salían todos los días cinco o seis bestias cargadas de pepinos, tomates, pimientos… Y ahora sólo hay un poco dedicado a huertos familiares y lo demás abandonado.
¿Tenían la misma vida los cortijos de alrededor de Jesús del Valle?
¡Claro! Alrededor estaban el Hospicio, Casa Blanca, Cortijo Nuevo, Cortes, el Andarax, Contreras, Gamarra, Belén… Los más grandes eran el Valle, Cortes Y Belén, aunque éste último no tenía agua; bueno, tenía un nacimiento pero muy pobre.
No sé por qué, pero con lo del agua sale el tema del oro. “A la Lancha de Cenes llevaban agua para la fábrica de oro; el agua venía del río Beas y se llevaba por unos túneles. Por eso al cerro donde está el Llano de la Perdiz se le llama el Cerro del Oro. Precisamente por encima de la Lancha hay unos hoyos de haber trabajado el oro y todavía se ve la fábrica. En el Barranco de las Tinajas, en el Valle, había algunos que trabajaban con la ilusión de sacar algo de oro… Me acuerdo de aquello”.
Y ya que hablamos de agua hacemos referencia al agua de la vega y cómo gracias al los riegos a manta se recarga el acuífero. Juan añade:
Antes, al regar las hazas, todo esto estaba lleno de fuentes. Todo el río arriba, y de ahí es de donde cogía la gente el agua. En el Valle mismo había tres o cuatro fuentes, me acuerdo de “Las Nogaleras”, “El Molino…” Pero desde que se dejó de cultivar se secaron las fuentes. Por encima de la fuente del Avellano había otras tres fuentes, pero en este caso se han perdido porque al hacer el canal la acequia ya no filtraba y también se secaron las fuentes.
Juan. ¿Todo era trabajar? ¿No había alguna fiestecilla por el calendario?
Sí. Aquí hacíamos fiestas cuando se antojaba. Con un acordeón, una guitarra y una bandurria se montaba un baile que duraba toda la noche. Comíamos rosetas y bebíamos vino blanco. Y allí “se sacaba” novia. De otra forma no era posible. Las muchachas venían con la madre, un hermano mayor o quien sea, solas nunca. Pero la fiesta más importante era la romería de Belén. En el Santo del Belloto. Allí iban gente de Cenes, la Lancha, Dúdar y del camino del Monte. Todavía existe esa romería y va mucha gente.
¿Y otras alegrías?
Bueno, en aquel tiempo nos bañábamos en el río. Bebíamos de él y había truchas y cangrejos. Para que no tiraran nada al río siempre había mucha vigilancia de un guarda y de los acequieros.
¿Queda algún acequiero? Pregunta Pepe
Ya no queda ninguno. El último murió hace dos años.
Vuelta a la huerta del Generalife
“Cuando tenía 12 años empecé a trabajar en la huerta de mis abuelos, que tenían además vacas. La huerta era del Marqués de Campotéjar y mi abuelo la labraba a renta. Cuando la marquesa se la pasó a la Alhambra siguieron los labradores. Había tres huertas; “La Colorá”, “Grande” y “La Mercería”. Cada labrador llevaba una”. Recordé mis tiempos en el Ave María, frente al Generalife; a través de las ventanas de los dormitorios veíamos las casas junto a las huertas que se encendían mucho antes de que amaneciera. Para mí era un privilegio despertarme con aquel paisaje frente a mí. Juan me comenta que la que veía desde allí era la huerta “La Colorá”
¿Qué se cultivaba en las huertas?
En las huertas se cultivaba de todo; lechugas, tomates, papas, espinacas, coliflores, coles, ciruelas (yema de huevo y claudias), higueras, melocotones, caquis, perales, manzanos… La gente venía a comprar a la huerta y lo demás lo vendíamos en el mercado y en las tiendas.
Vendían en las tiendas… Empiezan Pepe y Juan a contar las que había por el barrio hace unas décadas. Desde Plaza Nueva a la Cuesta de la Victoria contabilizan unas 30 tiendas. Todo esto huele a cercanía, relación, comunicación. Cultivos ecológicos, agua como dios manda y gran variedad de cultivos… Es curioso tantos años después, muchos aspiramos de nuevo a ese modelo que nos hace sentirnos parte del territorio y a vivirlo en relación con los vecinos… Continúa Juan su relato
Ya cuando se empezó a llevar los frutos al Mercagranada cambió todo. Ya había que coger el coche y ya era un lío, ya no era lo mismo.
¿Qué huerta cultivabas Juan?
La Huerta que cultivábamos nosotros era “La Grande”, que tenía unos 15 marjales. ¡Y vivíamos de ella! Porque antes se podía vivir de la huerta.
¿Qué animales teníais en la huerta?
Teníamos gallinas, conejos, pavos, cabras. Y la carne estaba muy buena. Recuerdo un cerdo que matamos y vinieron una gente de Huelva y creían que el jamón era de bellota de lo bueno que estaba, pero claro, antes se criaban los animales de forma natural. Ya lo decían los antiguos; “Que el lechón tenía que comer como el cebón”.
Sí, es que hoy no se sabe ni lo que se come… El sabor no era el mismo, cada variedad tenía un sabor, ahora todo son tomates “Daniela” y peros “Golden…”
¡Claro! Aquí se daban muy buenos frutos, la tierra era endeble, no tan fuerte como la de la Vega, pero el fruto es más dulce. Estaban riquísimos los tomates, las habas… y la fruta era “limpia”. Además, arábamos también de forma natural, con una yunta de vacas y mulos. Después con una ganga (arado de una sola caballería).
Juan, tantos años labrando debajo del Generalife… ¿Cuándo os dicen que tenéis que dejar la huerta?
Esta finca la estuvimos cultivando hasta hace once años. Ahora ya no es lo mismo. Yo fui el último labrador. Después la Alhambra contrató a una persona de Beas que es el que la cultiva, pero ya a sueldo y no pagando una renta como nosotros, ya no es como un agricultor que tiene que vivir de ello.
¿Y se metió la Alhambra alguna vez en lo que teníais que sembrar?
No, nunca, nosotros cultivábamos lo que queríamos.
Juan también ha sido jardinero de la Alhambra durante cuarenta y tres años. Y durante 10 años, vigilante. Ahora tiene 78 años. “Yo siempre me he sentido muy a gusto trabajando en la Alhambra. Y tuve la suerte de tener una dirección y unos maestros de jardines muy buenos”.
Empecé de podador, después jardinero y por último encargado. Y a pesar de que no sé leer ni escribir, me metía con los oficiales a aprender. Y con ese empeño llegué a oficial de 1ª
Acabamos la entrevista, pero Juan tiene muy presente la historia que vivió y nos desgrana antes de irnos algunos episodios. Me gusta escuchar a Juan; es la memoria histórica que necesitamos conocer para saber de nuestro pasado. “A la gente de los cortijos le daban muchos palos porque pensaban que ayudaban a la gente de la Sierra. Fueron tiempos muy malos” Juan nos habla de injusticias y crueldades a las que no se podía responder porque era la vida la que se estaba jugando.
La Alhambra tuvo suerte, su último agricultor fue un hombre sencillo y lleno de dignidad y de amor a la Alhambra y a Granada. Aquí queda su testimonio. Muchas gracias Juan.
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