Un bosque menos denso y más diverso
Cualquier vecino del Albaicín que tenga la fortuna de contemplar a diario la Alhambra habrá podido comprobar en los últimos meses que la silueta del conjunto monumental se ve con mayor claridad.
El Patronato de la Alhambra lleva un tiempo retirando los árboles caducos y aquellos que corren riesgo de caerse, además de podar los que han alcanzado gran altura. Se busca hacer más visible el monumento al tiempo que se introducen nuevas especies –frutales- que no generen problemas paisajísticos y contribuyan a la sostenibilidad del ecosistema.
“Para los vecinos del Albaicín lo primero que nos entra por los ojos es la arboleda que acompaña a la Alhambra”. Eso piensa el jefe del Servicio de Jardines, Bosques y Huertas del Patronato de la Alhambra, Rafael de la Cruz Márquez, quien explicó la semana pasada a los residentes del barrio el plan técnico de intervenciones con el que la Alhambra trabaja a diez años vista.
Durante la conferencia que ofreció en el Carmen de la Victoria, por iniciativa de la Asociación de Vecinos del Bajo Albaicín y en presencia de la directora del Patronato, Mar Villafranca, De la Cruz hizo un repaso histórico del bosque de la Alhambra, centrándose en la evolución del paisaje en los últimos siglos de la falda norte de la Sabika.
Su charla permitió conocer las peculiaridades de un bosque “artificial” que ha sufrido a lo largo de tiempo algunos episodios catastróficos, el último y más reciente la plaga de la grafiosis que obligó a talar miles de olmos desde que se detectó en los años 80 hasta principios del siglo XXI. Era el riesgo que aventuraban tiempo atrás otros expertos. “La existencia de una especie predominante puede conllevar una catástrofe, que fue lo que ocurrió. Si la estructura grande, la de los olmos, desaparece, toda la población inferior queda desarmada y se produce una concatenación de fenómenos de destrucción. Todos los años, cuando hay un vendaval, se caen entre 50 y 100 árboles”.
Repaso histórico
El bosque de San Pedro tiene una superficie de 4,2 hectáreas. Las primeras referencias que se tienen sobre este lugar ya apuntan a la existencia de masas arboladas que recibían las aguas sobrantes de los palacios. Se tiene constancia de la presencia de álamos negros y blancos. Documentos gráficos de 1663 señalan también que este espacio amurallado venía siendo utilizado por las familias dinásticas y aristocráticas para cazar. Por el Marqués de Mondéjar se sabe que, además de álamos, había plantaciones de mimbres, rosales y laureles, además de fauna animal que hoy parece inverosímil como el jabalí o la jineta.
De la Cruz aclaró que la presencia o ausencia de arbolado ha ido sucediéndose de forma ininterrumpida. “Cada siglo ha vivido momentos de casi desaparición total de arbolado y momentos de profusión de árboles”, puntualiza. Por ejemplo, en 1713, a pie de la fortificación, apenas había arbolado aunque por los dibujos de la época se pueden apreciar que los pocos árboles pertenecían a distintas especies.
En el siglo XIX ocurre lo mismo: los franceses que ocupan Granada se encuentran una arboleda densa con diversidad de especies, pero en pocos años (1835) el bosque aparece totalmente deforestado en casi toda su superficie.
En 1870 se declara la Alhambra Monumento Nacional, no así las arboledas. El bosque de San Pedro queda excluido de la figura de protección.
Es en el siglo pasado, en los años 20, cuando los vecinos del Albaicín empiezan a cuestionar que no se preste atención a las arboledas y que éstas oculten la Alhambra. Se reclama una gestión técnica del territorio (podas y plantaciones) para garantizar la conservación del bosque.
“Es entonces cuando se realiza el primer proyecto técnico de mejora de las arboledas de San Pedro y Cuesta de Gomérez por iniciativa de Leopoldo Torres Balbás, cuando se introduce un sistema de riego de una manera estable que perdura hasta nuestros días con algunas mejoras técnicas”.
En 1943 se declara Jardines Históricos, la primera protección que tiene el bosque de San Pedro. Por aquel entonces, el ingeniero José María San Pastor, encargado de la primera remodelación de la Dehesa del Generalife, identifica una serie de problemáticas que tienen que ver con el envejecimiento de los olmos y concluye que es necesario hacer una gestión del espacio para asegurar el paisaje.
Un paisaje cuyo relieve se ha visto alterado con actuaciones poco afortunadas. De la Cruz puso como ejemplo las excavaciones arqueológicas que se hicieron a mitad del siglo XX en la plaza de los aljibes. Los escombros eran evacuados fuera del recinto a través de la ladera.
Es a partir de los años 70 cuando se suceden distintos estudios desde una perspectiva más científica para garantizar la supervivencia de las distintas especies. Y ello pasa -según explica el responsable de la conservación del bosque- por introducir una masa arbórea irregular y diversa, que no esté compuesta por una especie predominante, “de forma que si hay una de ellas que sufre ataques biológicos pueda compensarse con el resto de ejemplares”. “En la actualidad estamos igual que hace 80 o 90 años y si no hacemos algo nos encontraremos con los mismos problemas que se viene sucediendo de forma cíclica”, advierte.
Estudios sofisticados
En los últimos estudios y análisis paisajísticos que se han incluido en el plan director de la Alhambra se han analizado las vistas del bosque desde los principales miradores del Albaicín, incluso se han comparado con el material gráfico existente de los siglos XIX y XX gracias a sistemas tecnológicos sofisticados.
Al frente hay un equipo multidisciplinar que también ha tenido en cuenta encuestas ciudadanas. El objetivo no es otro que el de aplicar criterios objetivos, “no sometidos al arbitrio u opinión de una sola persona”.
Todos los árboles están localizados topográficamente: se han medido, se sabe la altura que tienen y el estado en el que se encuentran. Hoy predomina el almez pero también se pueden encontrar almendros, cipreses, fresnos, chopos, higueras, olivos, eucaliptos, arces y laureles, entre otras muchas variedades.
Se interviene sobre aquellos que tienen más altura y están próximos a la muralla. Se tiene en cuenta también el volumen de los árboles por si es necesaria la poda. En total se han señalizado en rojo un total de 60 ejemplares que se han retirado o se eliminarán de forma progresiva.
Es un plan técnico planteado a diez años pero revisable cada cuatro, con cada inventario. “A nadie le gusta cortar un árbol pero estamos en la obligación de actuar para que el bosque perdure en el tiempo. En cuanto pasen los años se evidenciará positivamente que estamos ganando vistas”, concluye.
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