PRENSA: Vecindario unido para vigilar el Albaicín
Residentes del barrio recorren sus calles para acompañar a quienes tienen miedo de salir de casa por la presencia de una veintena de jóvenes a quienes se atribuyen numerosos delitos. Vecindario Unido, que así se llama el colectivo, asegura que con su iniciativa está bajando la delincuencia.
El Albaicín es un laberinto en el que resulta fácil perderse. Hasta los que llevan años viviendo allí reconocen que de vez en cuando se desubican, que tienen que pararse un momento y pensar dónde han ido a parar. Las calles no tienen mucho sentido, tan pronto giran a la izquierda como lo hacen a la derecha, y sólo los más expertos saben cuál es el camino más rápido para llegar del punto A al punto B.
Probablemente por esa disposición arquitectónica tan intrincada, el Albaicín nunca ha estado exento de asaltos, robos y otras incidencias que sufren sus habitantes y que ahora, en tiempos de pandemia, acrecientan su angustia. Sobre todo de noche, con los bares y los comercios cerrados y sin turistas pululando continuamente por ahí, como solía pasar, se ha convertido en un barrio silencioso, poco iluminado y, en definitiva, ideal para que aparezcan por allí carteristas, usurpadores de teléfonos móviles o ladrones al descuido.
Muchos vecinos coinciden en que ese tipo de delitos está creciendo de forma exponencial y señalan también que cada vez hay más robos en el interior de casas, incluso a plena luz del día. No se sienten seguros ni siquiera para salir un momento a comprar el pan, así que mucho menos para abandonar sus casas un buen rato para hacer alguna gestión.
Pasando a la acción
Algunos de los habitantes del Albaicín han decidido pasar a la acción y han creado Vecindario Unido, un colectivo integrado por aproximadamente treinta personas que todas las tardes, sin faltar ni una, recorren las entrañas del barrio y se ofrecen a acompañar a quienes la solicitan. Llevan operando casi un mes y aseguran que están consiguiendo su objetivo: la delincuencia, sostienen, ha decrecido desde que se han convertido en las cámaras vivas de la zona.
«No somos una patrulla ni sustituimos a la policía», advierte Carlos, vecino del Albaicín de toda la vida que tiene todas las trazas de ser el líder del grupo. No quiere dar su apellido, cosa que tampoco hacen los diez compañeros que, a las siete y media de la tarde, como todos los días, se han citado en la Placeta de San Gregorio, coronando la calle Calderería y frente a la iglesia y el convento de monjas de clausura.
Carlos explica que el objetivo es acompañar a quienes lo piden y, además de eso, dar vueltas y vueltas al barrio para detectar la presencia de los delincuentes y que ellos se sientan vigilados. «Si ven que estamos por allí tres o cuatro personas, eso les suele disuadir», asegura. Cuando detectan un problema grave, añade, llaman de inmediato a la policía. No se enfrentan ni detienen a nadie, no es su labor ni están autorizados. «Sí que hemos retenido a algunas personas hasta que los policías han llegado», subraya.
«Un problema cíclico» en el Albaicín
Cuenta Carlos que la delincuencia siempre ha estado de una u otra manera en el Albaicín y que ha tenido picos «de forma cíclica». Por ejemplo, abundó en los años ochenta asociada al consumo de drogas duras. «Por desgracia, esa misma droga mató al ochenta por ciento de aquellos delincuentes», recuerda. Ahora, desde hace diez años o así, asegura que ha vuelto a crecer y la relaciona con las pandillas de jóvenes (algunos incluso menores de edad) sin ocupación «y algunos sin papeles» que deambulan por el barrio, roban lo que se les ponga a tiro y luego venden su mercancía en determinados comercios con los que se han puesto previamente de acuerdo.
Después de recibir lo que podrían definirse como las consignas del día, que por otra parte no difieren mucho de una jornada a otra, el grupo se pone en marcha. Ha parado de llover, la iluminación escasea y en algunos sitios hay que echar mano a las linternas. La plaza de Los Carvajales, la calle Nevot, el Aljibe del Trillo, el Huerto del Carlos, el Lavadero de las Manchegas… Esos y otros lugares, que consideran los más conflictivos, los peinan una y otra vez. En el paseo aprovechan para dejar en su casa, sano y salvo, a un menor que les acompañaba desde el punto de partida. Es un chico, explican, al que sus padres muchas veces no pueden llevar al instituto por la mañana y al que ya han atracado dos veces a primera hora de la mañana. Como es natural, ahora le da miedo ir solo hasta a la vuelta de la esquina.
«Es que roban a cualquier hora del día, ya no les importa nada», comenta otro integrante de Vecindario Unido, que no quiere dar su nombre y procura no salir ni siquiera en las fotos. Mientras da explicaciones señala los balcones de las casas, no las bajas sino las que están a dos o tres alturas, casi todos ya con rejas. «Muchas no las tenían, las han tenido que poner ahora porque se han dado bastantes casos de robos en el interior de viviendas, incluso con sus habitantes dentro».
Llega la Policía Nacional
Carlos asegura que la presencia policial ha disminuido, afirmación ante la que los demás asienten. Pero ir sí que van. En el Huerto de Carlos, de hecho, los vecinos coinciden con un coche de la Nacional que está hablando con dos chicos jóvenes. Los vigilantes se los habían cruzado justo un par de minutos antes. Los agentes les piden la documentación, que sólo uno de ellos les entrega porque el otro dice que no la lleva encima. Les hacen una serie de preguntas y finalmente, como no pueden acreditar que hayan delinquido, les dejan marchar. Después, esos mismos policías revelan que el que sí ha sido identificado está pendiente de juicio por robo.
Policías y vigilantes conocen bien a esos dos individuos que se acaban de ir. En realidad, casi todos los que cometen fechorías por allí están más que identificados. Son unos veinte, casi siempre los mismos. No viven en el Albaicín, ni tampoco en las cuevas de San Miguel Alto. Los vecinos aventuran que lo hacen en calle Elvira y aledaños y en alguna casa okupa cerca de la Plaza de Mariana Pineda.
Se sorprenden, por lo demás, de que los presuntos ladrones alardeen de su tren de vida en sus redes sociales y muestran a este periodista, para dar más credibilidad a sus palabras, imágenes en la que unos jóvenes sostienen, sonrientes, billetes de cien euros en las manos como si fueran Floyd Mayweather, o posan delante de un coche de policía (desocupado) con la expresión de quien está vacilando. «Se sienten inmunes, saben que no les pasa nada, que si los detienen salen a la calle al cabo de un rato, o que luego tienen un juicio, no se presentan y no les pasa nada. Se envalentonan tanto al saber eso que hasta cuelgan esas fotos, para hacerse los importantes», resume el hombre de antes. Como casi todos los del equipo, viste ropa deportiva negra y lleva mascarilla del mismo color, un atuendo no muy diferente al que lucen las dos personas a las que acaba de dejar marchar la policía. Así parece que los del grupo se mimetizan mejor con el ambiente del barrio, su presencia es más intimidatoria.
Mujeres implicadas en Vecindario Unido
Es un grupo mixto. Las mujeres también quieren contribuir, por supuesto, a que disminuyan los conflictos en su barrio. Leyre es una de ellas y dice con rotundidad que los vecinos «están asustados» y que en la cuarentena «ha habido un estallido», se ha acrecentado un montón el problema. «Antes ya existía delincuencia, pero como las víctimas eran los turistas, sobre todo extranjeros, pues por desgracia mirábamos a otro lado. Ahora somos nosotros su blanco fácil, especialmente las mujeres y los que van a trabajar por la mañana temprano. Estamos viviendo un momento de delincuencia muy alto», concluye.
A su lado, Sáhara, probablemente la más joven de las vigilantes, comenta que el movimiento vecinal es «necesario», que todos los del barrio deberían colaborar «porque hace falta que demos la cara, porque hay gente que necesita seguridad, porque les han pasado cosas». Precisa que en el vecindario «se escucha todos los días que ha habido un nuevo robo, que han entrado en una casa… No podemos quedarnos viendo la tele mientras eso ocurre». Considera, por lo demás, que aunque la delincuencia se estaba volviendo «imparable», la labor de Vecindario Unido ya está dando sus frutos. «Estamos amedrentando a los que delinquen. Nos ven, se sienten vigilados y tienden a esconderse más. Además, el ruido que estamos haciendo lleva a que la policía entre más en el barrio y detenga a más personas. Nuestro trabajo tiene un efecto», enfatiza.
Son ya las nueve de la noche y el grupo se dispone a recoger a una persona que había solicitado previamente su ayuda por teléfono. Pero en el camino se topa con una pareja mayor que corrobora la situación. En la calle del Huerto y en sus aledaños, comenta una vecina llamada Encarni, hay zonas «donde da miedo pasar». A ella no le ha pasado nada malo pero sabe de gente que sí. «A un muchacho que vive aquí arriba, en una placeta, le dieron una puñalada. Aquí hay callejones muy feos por la noche y da miedo pasar. Y robos ha habido un montón. Yo he visto dar tirones y dejar a las personas tiradas en el suelo, como si fueran bichos». Su marido, que no nació aquí pero está «enamorado» del barrio, incide en que la inseguridad es «terrible».
Difícil solución
Carlos vuelve a hablar para decir que el problema tiene difícil solución. «Con los ladrones es complicado acabar porque, entre otras cosas, sus víctimas favoritas han sido siempre los extranjeros, y de eso ha habido muchos en el barrio y volverán. ¿Por qué son los turistas sus blancos preferidos? Porque vienen para pasar un par de días y si les roban, no les merece la pena denunciar. De hecho, sólo se denunciaba el 10% de los delitos. Si además resulta que los fines de semana no están abiertas las comisarías del centro y hay que ir al Cerrillo de Maracena, muchos desisten de hacerlo», resume.
Eso último es algo a lo que los vigilantes no ven explicación, como tampoco a que haya decrecido la presencia policial o que se hayan dado casos tan chuscos como que unos agentes hayan entrado a un establecimiento para preguntar por una u otra calle porque no conocen el barrio. «Antes teníamos una serie de programas de seguridad que funcionaban muy bien, había vigilancia día y noche, pero eso ahora no existe, la presencia policial ha podido bajar un 90%», finaliza Carlos, que sin decirlo, da a entender que, mientras no se dé con la clave, a él y a los demás les va a tocar seguir paseando, que no patrullando, por su querido barrio. Y que lo harán a gusto.
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