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PRENSA: La Acequia de Romayla: ¿y si fuéramos más ambiciosos por una vez?

Recuperar los valores visuales de este borde irrigado es tan necesario como urgente, ante el acelerado e injustificable proceso de degradación a que se ha dado lugar,

Ideal, 27-07-2020   JAVIER PIÑAR SAMOS Granada. Historiador. Académico de Bellas Artes.
Romayla es un término heredado del pasado andalusí. Al igual que Aynadamar o Arabuleila, designa una acequia que tomaba aguas del Darro a la altura de Valparaíso y cruzaba la ciudad en paralelo al río hasta morir en el barrio de San Matías. Una vez cristianizada como acequia de Santa Ana, su nombre originario hibernó en la jerga de historiadores y arqueólogos para despertar hoy y dar título a lo que parece ser un proyecto de paseo público y peatonal, cuando debería ser una oportunidad para regenerar un paisaje histórico excepcional mediante una intervención de mayor calado que un parque y mas ambiciosa en lo que se refiere a su integración en la ciudad histórica.

Toda acequia es una potente maquina de generar de paisaje y Romayla lo ha hecho a lo largo de mil años. Tuvo desde su origen una vocación industrial y urbana -suministrar agua de bebida y mover ingenios hidráulicos- completando con las acequias de Aynadamar, San Juan y del Cadí o Gorda la red de abastecimiento urbano hasta bien entrado el siglo XX. Pero hay algo que la singulariza: el territorio por donde discurre su cauce ha permanecido como un limes permeable entre el mundo rural y urbano, otro de esos hilos de vida por donde una naturaleza domesticada penetraba en Granada. Y algo más, y no es poco: su trazado discurría a los pies de la Alhambra.

Los usos de este territorio han sido diversos y sobre su piel se ha escrito -con trazos finos y borrones imperdonables- un pequeño fragmento de la historia local, pleno de acontecimientos, usos y depredaciones que es necesario ordenar en el tiempo para entender el paisaje resultante. Al fin y al cabo, reconstruir su historia debiera servir -nada más, pero nada menos- para conectar con su pasado lo que deseamos que este espacio sea en el futuro. Describir tan dilatada secuencia desborda los límites de un artículo de opinión, de modo que remito a una selección gráfica y documental reciente (Piñar, J., Tejedor, A., Tito, J., Linares, M., Sánchez, C., Casares, M., Paseo de los Cármenes de Darro: un paisaje histórico a los pies de la Alhambra, Granada: Patronato de la Alhambra y Generalife, 2016) y citaré solo uno de esos hitos clave: en torno a 1855 el camino que unía La Alhambra y el Albaicín a través del Barranco del Rey Chico o Fuentepeña fue desplazado en su tramo final para facilitar el tránsito de los carruajes fúnebres que habían de llegar al nuevo cementerio; aunque la empinada travesía abierta en los terrenos del carmen del Algibillo nunca llegó a concluirse como camino carretero, de modo que los finados albaicineros continuaron escalando a hombros la Cuesta de los Chinos –otro de esos ocurrentes adjetivos de honda raigambre granadina-, la nueva vía supuso la anulación de la vieja senda al otro lado del barranco. Y en torno a este nuevo acceso prosperaron edificaciones y establecimientos, hasta conformar hoy una vulgar calle impropia de la magia del paisaje que aguarda al viandante más arriba. Detalles como estos empañan la ejemplar intervención que se llevó a cabo hace pocos años en el tramo superior de tan privilegiado acceso, entre las torres de los Picos y del Agua, a la vez que comprometen cualquier discurso sobre la conexión turística Alhambra-ciudad.

Recuperar los valores visuales de este borde irrigado es tan necesario como urgente, ante el acelerado e injustificable proceso de degradación a que se ha dado lugar. Constituye una ocasión propicia, no solo por la moderada inversión que supone, sino porque se actúa sobre terrenos de propiedad pública compuestos básicamente por cinco parcelas, de las que tres pertenecen al Patronato de La Alhambra y dos al Ayuntamiento. La primera es el tramo final del barranco que desagua los derrames de la Alhambra, desde la cerca y puerta del bosque al cauce del río, adquirida por el Patronato en la década de 1960. A continuación se encuentra la propiedad municipal del carmen del Granadillo, de cuya casa y jardines solo quedan imágenes. Colindante a esta se ubica la parcela del carmen de las Chirimías –vulgo hotel Reuma- adquirida por el Patronato. Más abajo del puente de las Chirimías se desarrolla otra propiedad municipal, donde estuvo ubicado un gran molino bárbaramente demolido en la década de 1960. El parcelario se interrumpe en el tajo de San Pedro, que la acequia sortea mediante un acueducto para dirigirse hacia las primeras edificaciones de la ciudad, ubicadas en torno a la puerta de los Tableros o puente del Cadí; se trata de otra propiedad del Patronato de la Alhambra, adquirida en la década de 1930 con cargo a los ingresos generados por la venta de entradas.

El proyectado Paseo de Romayla, desarrollado sobre tres de estas parcelas, forma parte de una iniciativa que arrancó en el año 2000. Desde entonces, la voluntad de regeneración ha ido sobreviviendo entre el activismo y la inacción, hasta desembocar en la actual propuesta. En noviembre de 2019 se firmó finalmente el convenio entre Ayuntamiento y Patronato y desde entonces se han sucedido con inusitada velocidad proyectos y licitaciones. Es posible que tal dinamismo venga aconsejado por la candidatura a capitalidad cultural y la necesidad de ofertar realizaciones tangibles en el horizonte del medio plazo. De ser así, convendría ser tan cautelosos en la ejecución como ambiciosos en los objetivos; la cautela nos advierte que los fastos son fugaces, mientras que las obras que rellenan el programa, acertadas o no, permanecerán en el paisaje durante generaciones. Ambiciosos porque la candidatura aconseja formular una propuesta con mayor altura de miras, que enmarque este concreto proyecto de paseo en una actuación más global, orientada a regenerar una valiosa pieza del tejido histórico y articular su uso público. No se puede esperar menos de una ciudad que aspira a ser referencia cultural en Europa; y aunque el sólo nombre de La Alhambra ya es un aval para obtenerla, no se puede continuar viviendo de esta renta sin contrapartidas acordes con su entidad monumental.

Charles Clifford, [Molinos de la Cuesta del Rey Chico y cerca del bosque de la Alhambra], 1854. Papel a la sal a partir de calotipo. En álbum Granada: Photographies. /Archivo Histórico Municipal de Granada

Charles Clifford, [Molinos de la Cuesta del Rey Chico y cerca del bosque de la Alhambra], 1854. Papel a la sal a partir de calotipo. En álbum Granada: Photographies. / ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE GRANADA

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