[PRENSA] El Albaicín, el fotogénico barrio en frente de la Alhambra en el que hay más plazas turísticas que vecinos censados
«Me llaman el desaparecido / Que cuando llega ya se ha ido / Volando vengo, volando voy…». En el puestecillo de artesanía suena con fuerza Manu Chao. Pero a tres metros, está el trío calavera albaicinero, tratando de imponerse a grito pelao, guitarra en mano y mucha percusión de cajón. Ellos cantan por los Gipsy Kings: «Bamboleio, bamboleia / Porque mi vida yo la prefiero vivir así…». El trasiego de turistas de todas las nacionalidades no para ni un instante. Se acerca la hora de la puesta de sol. Debería ser un momento de sosiego. Pero es justo todo lo contrario.
La escena discurre en el Mirador de San Nicolás, en pleno barrio del Albaicín, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1984. En frente se ve la Alhambra; a sus pies, la ciudad de Granada, a la derecha lo que queda de la fértil vega granadina, acosada por las urbanizaciones de adosados, y, a la izquierda, Sierra Nevada. La estampa es bellísima… si no hubiera tanto trajín de gente y tantos decibelios de ¿música?
Todos tratan de acomodarse en el poyete que cierra la plaza para retratarse con la Alhambra al fondo. Buscan el selfi perfecto, pero no hay sitio para todos. Cae la tarde y unas señoras de Madrid que llevan unos días de turismo en Granada llegan a la conclusión de que la puesta de sol, es decir, el sol cayendo por el horizonte, no se ve desde ningún punto del Mirador de San Nicolás. Y así es. Por mucho que durante décadas haya circulado la famosa frase de Bill Clinton que colocó en el mapa, para el resto del mundo, al Albaicín. Durante una visita oficial a Granada, el entonces presidente de Estados Unidos evocó su etapa de estudiante universitario en la capital nazarí y recordó que, desde el archiconocido mirador del Albaicín, contempló «la puesta de sol más maravillosa del planeta». Aquello corrió como la pólvora por todo el mundo. Dicen que fue una de las campañas turísticas más efectivas y baratas de la historia.
Más de un millón de turistas al año
¿Y cuántos del millón largo de turistas que visitan cada año Granada iniciaron el viaje buscando esa puesta de sol? Ninguna estadística lo aclara. Pero sí es perceptible que, en estos últimos años y desde el piropo de Clinton a Granada en 1997, la curva de viajeros no para de ascender. La calurosa tarde de finales de julio que sonaron los ecos distorsionados de los Gipsy Kings y Manu Chao en el Mirador de San Nicolás había más de 300 personas que se iban renovando cada 10 o 15 minutos. Cuando pasaba ese tiempo y tras unas pocas canciones, los músicos callejeros volvían a pasar la gorra y, al ver la escasa recaudación, se quejaban de forma airada de que a esos turistas les gustaba más Alejandro Sanz y Sergio Dalma porque se creen que «el flamenco es muy barriobajero». Ni un instante se quedó la plaza vacía. Ni paz, ni calma, ni nada que se le asemeje.
«No, allí no se puede ir. Antes iba con mis nietos a sentarme en la plaza, pero eso es imposible ahora. No hay sitio. Hace tiempo que no voy», resume Rosario, una señora de más de 80 años que, a primera hora de la mañana, barre su puerta de los restos que ha dejado la máquina limpiadora del Ayuntamiento. «Si no lo hago ahora, luego entra en la casa todo esto y se ensucia», explica. Rosario añora su barrio de hace años, cuando todo eran vecinos antiguos del Albaicín. Esos que se juntaban por la noche y organizaban fiestas con cualquier excusa. El día de la Cruz, en verano, en Navidad…
«Aquí se vive muy tranquilo, pero ha cambiado mucho. La alegría de antes ya no está. Ha venido mucha gente nueva que no es de aquí y no se relaciona con nadie», aclara Rosario, quien, no obstante, no se queja de los viajeros que pululan por el barrio y ocupan sus plazas y miradores. «A mí no me molestan los turistas ni nadie. En esta calle, además, no hay pisos turísticos».

Plataforma vecinal
No opinan lo mismo los vecinos de la asociación Albayzín Habitable, que lleva más de un año organizando protestas y manifestaciones, precisamente en el Mirador de San Nicolás, para «defender» al barrio «de los abusos de la industria turística». El colectivo sostiene que el número de plazas para alojamiento turístico alcanza ya las 7.400, con lo que supera al número de vecinos censados en el Albaicín, que ronda los 7.000. Y con semejantes cifras, la convivencia entre ambos bandos se hace muy cuesta arriba.
Tatiana Fernández es una de las portavoces de esta plataforma. Ella se crio en el barrio y, tras unos años fuera, ha regresado a su tierra. Es la tercera generación de una misma familia asentada en el Albaicín. Pero admite que es extremadamente complicado instalarse allí por los elevados precios de los alquileres y porque el turismo, día a día, está comiendo terreno a los vecinos. «Han cerrado el supermercado y uno de los dos centros de salud que había aquí», lamenta.
Dando un paseo por los alrededores de la Plaza Larga, otro de los epicentros del barrio, se observa el campo de batalla tras la guerra entre el turismo y los vecinos. La antigua peluquería cayó y ahora es un local de bebidas y helados, con carteles en la puerta de «take away«, «comida vegana» y «sangría iced» a 1,5 euros. El antiguo supermercado también desapareció y ahora es una tienda de artesanía. Otra más. Y en la vetusta casa que albergaba la escuela taller Telares de Madera hay un cartel de «se vende».
«Nuestro barrio no es un parque temático»
«Los comercios de proximidad y los supermercados siguen desapareciendo y son sustituidos por tiendas de baratijas para turistas o locales de hostelería solo al alcance de los más privilegiados», denuncia Albaycín Habitable. Las pancartas que ha lucido la plataforma en sus protestas advierten que «nuestro barrio no es un parque temático» y claman para que haya «más residentes y menos clientes».
Una de las reclamaciones del colectivo es que haya autobuses urbanos que los conecten con la capital pero, ahora, los pequeños minibuses que salen desde la Plaza Nueva hasta lo más empinado del Albaicín casi siempre van repletos de turistas y no queda espacio para las señoras mayores y sus carritos de la compra. «Los autobuses urbanos son una necesidad de primer orden que financiamos con nuestros impuestos, pero siguen siendo monopolizados a diario por empresas turísticas que los convierten en vehículos privados para sus clientes».
Esta plataforma dice que las viviendas para turistas y los hoteles siguen «multiplicándose sin control, agravando la ya muy escasa oferta de vivienda residencial, ante la vergonzosa negligencia del Ayuntamiento de Granada».

Freno a las licencias
Sin embargo, desde el Consistorio granadino niegan que sea así. De hecho, el pasado mayo, el pleno aprobó limitar la concesión de nuevas licencias para viviendas de uso turístico en aquellos barrios que tengan más de un 10% de «presión turística residencial registrada», como ellos la denominan. Y en el Albaicín, el porcentaje de acoso turístico ronda ya el 24%. Las fuentes del Ayuntamiento consultadas por este diario detallaron que esta restricción implica que ya no se concederán nuevas licencias en el barrio que mira a la Alhambra, pero las que están en vigor no se pueden retirar. Estas limitaciones afectan también al barrio de Fígares, la zona centro-Sagrario y el Realejo San Matías.
Según el Ayuntamiento, Granada dispone de 21.680 plazas de residencial destinado a uso turístico, muy por encima de la oferta de plazas hoteleras, que es de 16.402, y de los apartamentos turísticos, con 3.789 camas. Las viviendas de uso turístico se concentran en un 95% en cuatro distritos: centro, con un 44% de las plazas; Albaicín, con un 28%; Ronda, un 14%; y Beiro, un 9%.
«Desahucios silenciosos»
Para Tatiana Fernández, muchos vecinos del barrio están sufriendo lo que ella denomina «desahucios silenciosos» porque se plantean marcharse ante los elevados precios de los alquileres y de las viviendas y los problemas de convivencia con los turistas, que muchas veces casi se cuelan, literalmente, en sus casas. En las estrechas calles del Albaicín cualquier sonido, grito o arrastre de maletas se amplifica y rompe la tranquilidad de los hogares.
Incluso hay unos vecinos que han pedido ayuda a la asociación ante el infierno turístico instalado en su propia vivienda, que heredaron de un familiar. La mitad del inmueble se oferta en Airbnb y en la otra mitad residen ellos. «Están amargados. No pueden vivir con los ruidos, las fiestas y los viajeros», resume la portavoz vecinal. Es que en el Albaicín, desgraciadamente, «se muere una viejecilla y llega Airbnb», expone Fernández, que cuenta cómo puede llegar a ser «una desgracia tener enfrente la Alhambra». Las mejores vistas sobre el monumento atraen demasiadas personas y para el vecino es casi imposible competir con los que vienen de fuera.
Menos pesimista con el turismo es Pruden, de la tienda de artesanía que hay cerca de la Plaza Larga. Su establecimiento lleva abierto 50 años. Ella es testigo de los cambios en el barrio «a peor», pero no tanto por el turismo, sino porque los vecinos de toda la vida se están marchando o muriendo y con ellos la alegría y el sentimiento tan arraigado que había entre ellos de comunidad, casi de familia. «Hace años, te podía surgir algún problema y la vecina se plantaba en tu casa y le daba de comer a tus hijos». Hoy esa escena sería totalmente imposible.
Entra en el establecimiento una pareja de Texas que compra joyeros de taracea y pendientes. Ella estuvo estudiando en Granada hace más de 30 años y echa de menos las macetas y la cerámica granadina que antes colgaban de las fachadas de las casas. «¡Ay!, es que lo roban», le responde Pruden.
Se oye una guitarra no muy lejos. Hay un músico callejero sentado en la Puerta de las Pesas, que formaba parte de la Muralla Zirí del Albaicín, construida en los siglos XI y XII. Sus paredes están repletas de pintadas. Parece la puerta del cuarto de baño de cualquier tugurio nocturno, más que una joya arqueológica. El Ayuntamiento alega que muy pronto actuará ahí una brigada antipintadas. Pese a todo, reina la calma y no hay turistas a la vista. Los acordes de guitarra son casi perfectos. Todavía quedan rincones en el barrio más fotogénico de Granada en los que disfrutar de la esencia albaicinera.

