Pensar para mejorar la vida en la ciudad: la ética del turismo
El colapso de Venecia tras la llegada de 15 000 personas en el primer fin de semana de Carnaval, en una ciudad donde la población local sigue disminuyendo mientras el turismo no deja de crecer, es un ejemplo más entre muchos otros de una situación propicia para la reflexión ética.
Esta tarea se encuentra estrechamente ligada a la crítica del capitalismo. La necesidad de resolver la precariedad laboral en el turismo o los aumentos de los precios de las viviendas por su conversión en alojamientos turísticos no solo expresan una visión alternativa del turismo o de la ciudad. También el rechazo a la hegemonía de los valores economicistas en las relaciones sociales.
En este contexto, sin embargo, la ética también encuentra hoy otro escenario para la reflexión. Debido a la variedad de problemas que el turismo genera en las ciudades y al interés de las potencias económicas por apartarse del foco de la crítica, la resolución de los conflictos turísticos se desplaza hacia la ciudadanía en forma de dilema: ¿derecho a la ciudad o derecho al turismo?
El derecho a la ciudad
El derecho a la ciudad persigue garantizar un “escenario de encuentro para la construcción de la vida colectiva”. Fue formulado a nivel teórico por Henri Lefebvre a finales de la década de los 60 y, más allá de los debates académicos, se ha convertido en un concepto prácticamente mainstream. A él recurren movimientos sociales o instituciones independientes municipales, como la Sindicatura de Greuges de Barcelona.
El derecho a la ciudad constituye, tal y como subraya Peter Marcuse, “el derecho a una totalidad, a una complejidad, en la que cada componente es parte de un todo unificado al que se le exige el derecho”. En este sentido, se trata de una expresión bastante intuitiva para aunar diferentes expectativas en juego como, por ejemplo, el derecho a la vivienda, a la transparencia en el gobierno, al espacio público o a determinados servicios.
Desde el punto de vista ético, el derecho a la ciudad contiene entonces pretensiones universales de justicia social, a la vez que reclama asegurar las condiciones de posibilidad para el bienestar social.
El derecho al turismo
El derecho al turismo también puede ser entendido de dos maneras. Algunos territorios o comunidades lo conciben como un derecho social que les permita desarrollar modalidades de turismo respetuoso con los destinos. Sin embargo, la mayor colisión entre este y el derecho a la ciudad se produce cuando el sector privado y el político ejercen un activismo del derecho al turismo que prácticamente lo equipara a un derecho humano.
ONU Turismo (antes Organización Mundial del Turismo) es una agencia con una nutrida representación de los intereses del sector privado que impulsa una concepción universalista del derecho al turismo en su Código Ético Mundial del Turismo:
“El derecho al turismo para todos debe entenderse como consecuencia del derecho al descanso y al ocio, y en particular a la limitación razonable de la duración del trabajo y a las vacaciones pagadas periódicas, que se garantiza en el artículo 24 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
Simplemente desde una perspectiva lógica puede argumentarse que el derecho al ocio no justifica por sí solo el derecho a disfrutar de una de sus formas mercantilizadas como el turismo.
Pero si recurrimos a la ética podemos encontrar otras razones para plantear los problemas que representa la defensa del derecho al turismo sobre otros derechos. Por ejemplo, cuando se apela al derecho a la hospitalidad universal para defender el turismo, podemos tener presente algo que Kant subraya en La paz perpetua: hay diferencia entre el derecho a visita y a huésped.
En la práctica hay ciudades en las que lo que se ejerce es el derecho de huésped permanente, algo mucho más generoso que el derecho a visitar un territorio bajo el paraguas del turismo. Porque si bien cambian los visitantes, en ciertos lugares hay versiones de estos casi todo el tiempo.
Menos turismos éticos y más ética del turismo
Los problemas del turismo han impulsado múltiples soluciones a lo largo del tiempo. Una de ellas ha sido la oferta de formas de turismo como el sostenible, de lentitud, de autenticidad y un largo etcétera.
Aunque no son inherentemente formas problemáticas de turismo, contienen riesgos. No solo pueden contener una suerte de prescripción moral, difícil de encajar en un contexto de pluralismo ético. También representan nichos de mercado que permiten al capitalismo gestionar sus propias contradicciones y continuar su expansión. Reflejan, de acuerdo con David Harvey, que “no hay idea moral que el capital no pueda apropiarse para sus propios fines”.
Conviene diferenciar, entonces, los turismos éticos de la ética del turismo. Esta última es una disciplina aún poco desarrollada en la investigación en España en la que trabajamos desde el grupo de investigación de Ética y Democracia de la Universitat Jaume I.
En el caso del turismo de ciudad, la ética nos permite no reducir el análisis solo a un conflicto entre dos derechos o entre pretensiones universales. Por ejemplo, al estudiar sus fines o propósitos últimos, podemos ver en qué casos la orientación hacia los bienes externos (dinero, prestigio, etc.) dificulta la obtención de bienes internos, aquellos que les dan sentido a las diferentes prácticas. Así podemos entender cómo la conversión de comercios de barrio en tiendas de souvenirs maximiza el beneficio económico, pero despoja a los vecinos de espacios de valor para la práctica vecinal.
La ética del turismo también nos puede ayudar a advertir aspectos que minan la calidad de vida entre quienes buscan la excelencia en el sector. La lógica de lucha por los recursos existentes propicia una competición entre ciudades por ver quién ofrece mejores bienes internos. Esta tendencia puede comprometer la calidad de vida de quienes se esfuerzan por lograrlo, especialmente la clase trabajadora.
Entre muchas otras aproximaciones posibles, la ética también ayuda a comprender que el turismo no es una práctica social con un bien interno más o menos ampliamente compartido. La competitividad presente en casi todos los aspectos de la vida desdibuja los contornos que definían los bienes o fines del turismo. Esto no solo puede afectar a la calidad de vida de quienes habitan las ciudades sino a los propios viajeros.
Tal es el caso del nomadismo digital en general, o de prácticas concretas como el bleisure o el workation. Estos casos manifiestan un proceso de turistificación del trabajo, en el cual los empleos se envuelven de valores turísticos, tradicionalmente considerados como positivos, tanto para aumentar la productividad laboral como para expandir continuamente las formas de movilidad computables como turismo.
En definitiva, la ética del turismo se sirve de las herramientas conceptuales de la filosofía moral para contribuir a una reflexión crítica y compleja sobre el turismo. Esto, en última instancia, nos puede ayudar a repensar los modelos de ciudades y sociedades que deseamos.
José Luis López González. Investigador Posdoctoral en ética del turismo y aceleración social, Universitat Jaume I