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[PRENSA] Paseo de los Tristes, entre autobuses, el gentío y la dulce ignorancia

Allí se reunían los veleros, aquellos cientos de mendigos que eran contratados para llevar velas en los entierros. La Casa de las Chirimías, el hotel Reúma y el Rey Chico, los edificios que dan fe de la historia del lugar.

Andrés Cárdenas en Granada Hoy, 9-3-2025

Va siendo hora de que al Paseo de los Tristes le cambien en nombre.
De tristes nada. No hay más que pasear por él un sábado o un domingo por
la mañana para ver el bullicioso alborozo que se monta en esa zona de Granada donde hay amplias terrazas de bares y restaurantes con fama de buen yantar.
Andar por allí a ciertas horas supone el esfuerzo de los que utilizan
los codos para quitarse gente de encima. El Paseo de los Tristes también
está en el ADN de Granada por ser ese lugar cargado de historia
en el que “entre autobuses, el gentío, en la dulce ignorancia, fue
creciendo una luz que nos hizo sentir un crujido brillante”, dice Javier
Egea en su famoso poema sobre esta calle. Si viene un turista a Granada
y no se da un garbeo por el Paseo de los Tristes, es que no ha estado
en Granada. Así de simple.
La calle que nos ocupa se llama oficialmente Paseo Padre Manjón
(una humilde escultura del sacerdote y pedagogo preside un extremo del
recorrido), pero en realidad todo el mundo le llama Paseo de los
Tristes. Es como le puso el vulgo en el siglo XIX porque solía ser el
lugar de paso de los cortejos fúnebres. Muchos de los
asistentes al sepelio que no podían o no querían subir por la empinada
Cuesta de los Chinos (también conocida como Cuesta de los Muertos) hasta
el cementerio de San José, se despedían de los dolientes allí, en el
Aljibillo, por lo que cabe imaginar que en la calle no reinaba la
alegría precisamente. El pintor Manuel Ángeles Ortiz contaba lo espectaculares que eran los entierros de los ricos y lo extremadamente patéticos que eran los de los pobres. Y Antonina Rodrigo
habla del oficio de velero, que era aquel desheredado de la tierra que
se contrataba para llevar la vela en los entierros. Dice la escritora
que las familias o funerarias empleaban en Plaza Nueva o en las
escaleras de la Iglesia de Santa Ana a una caterva de mendigos para
acompañar con velas en las manos los entierros de los pudientes. Por
aquellos tiempos corría un chiste que decía: “¿En qué se parece Plaza
Nueva a un puerto? Pues que allí están los veleros”. Los veleros
cobraban una peseta y dependían de cuantos iban para constatar la
importancia social del muerto. Los que llevaban a hombros al finado
cobraban un duro, que era invertido la mayoría de las veces en vino en
Las Mimbres, en donde se hacía efectiva una máxima callejera: “Quien en
un entierro no bebe vino, el suyo viene de camino”.

La escritora granadina recuerda que uno de los entierros más celebrados fue el de un pudiente óptico italiano afincado en Granada que dejó en su testamento que todos sus bienes fueran repartidos entre los veleros que acompañasen a su entierro. Hubo hostias por coger una vela. “La juerga que aquel día se armó en el Algibillo a la memoria del bienhechor, no la registran las crónicas, pero debió merecer la pena”, dice Antonina.

Antes de llamarse Paseo los Tristes se llamaba Puerta de Guadix, cuando aquel sitio era el escenario de fiestas populares, de juegos de cañas y música de chirimías. Actualmente, la Alhambra siempre vigilando, se montan espectáculos de cante y baile flamenco durante las fiestas del Corpus. Enfrente del Padre Manjón está la estatua del bailaor Mario Maya, indicando seguramente que en aquel lugar hay espacio para rezar y para bailar. Andrés Majón creó las Escuelas del Ave María, donde los niños menos pudientes aprendían a leer. Y Mario Maya fue Premio Nacional de Danza en 1992 y se consagró en los tablaos del cercano barrio del Sacromonte.

Los límites

Muchos granadinos tienen duda sobre donde están los límites entre el Paseo de los Tristes y la Carrera del Darro. Están donde estaba el Puente de las Chirimías, justo en la casa del mismo nombre. La chirimía es un instrumento musical de viento y hecho de madera que es el precursor del oboe y que se utilizaba en festejos populares, tanto profanos como religiosos. La Casa de las Chirimías –allí se tocaba este instrumento– fue construida en 1609 en terrenos cedidos por los señores de Castril para servir de mirador a las autoridades que presidían las fiestas que se celebraban en aquel espacio. Con el tiempo el edificio pasó de ser una balconada de música a una vivienda. Y estuvo casi en la ruina hasta que en 1982 el Ayuntamiento que presidía Antonio Jara decide restaurarla. Desde entonces ha servido para punto de información a los turistas y como espacio cultural: se le ha dado uso.

Otro edificio curioso que hay muy cerca, justo a los pies de la Alhambra es el que los granadinos conocen como el Hotel Reúma, que desde hace muchos años vive una decadencia lenta pero progresiva, sin un futuro que llevarse a la boca. Se inauguró en 1910 y se llamaba Hotel Bosques de la Alhambra, pero el granadino, siempre atento al mote, le pone Hotel Reúma porque los viajeros que allí recalaban se exponían días después de dormir en una de sus habitaciones a pedir cita con el reumatólogo. La umbría y la humedad junto al río Darro hacía que los clientes allí alojados pasaran como héroes o como masoquistas. Uno de estos fue Manuel de Falla, que estuvo unos meses alojado y no es de extrañar que allí compusiera La vida breve. Los dueños tuvieron que cerrar pasados dos años de haber abierto debido a la cada vez menos demanda de clientes. Después fue utilizado como hospital, pero con poco éxito debido a las pésimas condiciones ambientales que mantenía. La única ventaja de los enfermos allí ingresados era que les pillaba más cerca del cementerio. También se sabe que el antiguo hotel fue sede de una logia masónica, camerino para actores de las obras de teatro y una fábrica de jabón y de cuerdas de cáñamo. Hasta de casa de putas sirvió. Ahora pertenece al Patronato de la Alhambra, que aún no sabe qué hacer con él: si demolerlo o rehabilitarlo.

El que sí estuvo a punto de ser derribado es el Rey Chico, tercer edificio resaltable del Paseo de los Tristes. Originariamente fue una venta para crápulas de la noche. Luego sala de fiestas, club de alterne y tablao flamenco. Hoy es la sede de la Escuela de Artes Escénicas. Este edificio fue protagonista de una larga y agria polémica. Tras servir como escenario para flamencos y humoristas, se cerró en 1989 y el dueño, Manuel Gómez, se lo vendió a un empresario Virginio Sánchez, que quería convertir el viejo y mítico lugar en un restaurante y un local para acontecimientos sociales. En 1990 Virginio Sánchez demolió el viejo caserón y comenzó a construir un nuevo edificio. Gobernaba el PSOE y nadie puso pegas al proyecto. Pero cuando ya estaba terminado y superados todos los trámites administrativos, en 1997, surgió la polémica. Aparecieron muchos detractores que lo consideraron un pegote urbanístico en el entorno de La Alhambra. Se pensó en derribarlo. Al final el Ayuntamiento, por entonces gobernado por el PP, tuvo que pagar al empresario casi 700 millones de pesetas. El caso quedó para los anales como paradigma de la desidia política y de los errores que cometen los que nos representan.

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