PRENSA: Los hombres que salvaron el Bañuelo milenario
Excepcional reportaje del investigador Gabriel Pozo Felguera que rinde homenaje a las tres personalidades amantes del arte y la historia que, gracias a su empeño y sensibilidad, salvaron el Bañuelo, uno de los más importantes baños de época musulmana que se conservan en España, aparte de los de la Alhambra, cerca de cumplir mil años de existencia. No te lo puedes perder.
Leer y ver el reportaje fotográfico en El Independiente, 18-11-2018
El baño, convertido en lavadero público desde 1570, fue ofrecido por Gonzalo Enríquez de Luna al Estado en 1914, por 15.000 pesetas
Torres Balbás lo adquirió para La Alhambra en 1927, lo restauró y lo libró de la ruina y probable desaparición
Francisco de Paula Valladar espoleó, desde su revista La Alhambra, la preservación de este milenario baño, uno de los mejores de España
Por estos días de noviembre se cumple un siglo de la adquisición del Bañuelo por el Estado. Es uno de los mejores y mayores baños de época musulmana que se conservan en España, aparte de los de la Alhambra. Para lo que padeció el edificio, se encuentra en muy aceptables condiciones de conservación. Por estos años cumple o está a punto de cumplir su primer milenio. Ha sido llamado de distintas maneras; en lengua castellana se le conoció como Baño del Nogal o Baño de la Puerta de Guadix, para abreviarse como Bañuelo en el XIX. De no haber sido por Gonzalo Enríquez de Luna, Francisco de Paula Valladar y Leopoldo Torres Balbás, el edificio habría corrido la misma suerte que el medio centenar que existieron en Granada a comienzos del siglo XVI.
El próximo día 30 de noviembre de 2018 se cumplirá un siglo de la firma de la real orden que declaraba el Bañuelo como monumento nacional. El texto legislativo fue publicado en la Gaceta de Madrid cuatro días después. El texto oficial llevaba aparejado el compromiso de su adquisición por parte del Estado. Y se suponía que el Estado acometería inmediatamente su restauración y apertura al público. Pero el asunto no fue tan rápido ni tan sencillo
Ya he escrito en este mismo diario que todo el siglo XIX y primer tercio del siglo XX, los monumentos de Granada fueron objeto del desinterés de propios y la rapiña de expoliadores foráneos. Fueron tiempos en que desaparecieron, para recalar en otras latitudes, infinidad de piedras y maderas labradas, adquiridas aquí a precio de escombro. El Bañuelo se salvó en aquellos convulsos tiempos debido a la sensibilidad que mostró quien era su propietario, al menos desde mediados del siglo XIX. Se llamó Gonzalo Enríquez de Luna y Enríquez, X Conde de Miravalle. La casa solariega de este Condado estaba situada en la Carrera del Darro, número 13, aunque tenían bastantes posesiones más por la ciudad de Granada. Y muchas tierras en los pueblos de los alrededores.
Gonzalo Enríquez de Luna era, además de terrateniente, un militar al que gustaban las tradiciones y la cultura. También era miembro de la Real Maestranza de Caballería. Cultivaba el coleccionismo y alentó la investigación histórica y arqueológica. Una de las principales aportaciones del Condado de Miravalle a la arqueología provincial fue abrir sus tierras en la antigua Medina Elvira (Atarfe) y facilitar primitivas excavaciones. En la literatura local hay múltiples referencias a hallazgos de monedas y restos arqueológicos. Gonzalo Enríquez de Luna fue asiduo colaborador de la Comisión Provincial de Monumentos.
El X Conde de Miravalle cultivó también la amistad con el polifacético erudito Francisco de Paula Valladar. Éste, desde su revista La Alhambra, denunciaba el continuo saqueo de reliquias históricas y el inmisericorde abandono. La ruina, en suma.
De hamman a lavadero de vecindario
La mayoría de estudiosos de este tipo de edificios públicos musulmanes datan la construcción del Bañuelo durante la dinastía Zirí. Es decir, hace justo un milenio. Más bien se inclinan a la etapa media-final del siglo XI, cuando el emir era Badis. Formó parte de la gran etapa constructora de los ziríes, quizás levantado al mismo tiempo que la Acequia Axares (llamada también San Juan o de la Ciudad). Primeramente fue llamado Al-Yawza(del nogal o quizás de la alegría, pues Axares significaba eso precisamente) y su fin no era otro que servir de baño público, una institución imprescindible para la comunidad musulmana. Los baños actuaron como sitios de relacionas vecinales y lugares de encuentro para cada barrio. Su construcción, propiedad y mantenimiento estuvo siempre adscrito a los sultanes y emires que gobernaron el Reino de Granada, bien desde la Alcazaba Vieja (Albayzín actual), bien desde la Alhambra. En época nazarita este baño estaba administrado por la Casa del Tesoro (ceca), situada inmediatamente por arriba.
Tras la conquista cristiana, los baños públicos continuaron siéndolo… hasta que la Pragmática de 1567, dictada por Felipe II, prohibía a los moriscos la práctica de los baños. No se prohibió el aseo, sino la utilización de los baños como lugares de concentración y encuentro. Primero porque suponían la pervivencia de la cultura musulmana, posteriormente por suponer un potencial punto de conspiración. Los baños públicos de Granada desaparecieron paulatinamente a partir del levantamiento de los moriscos, en 1568.
Los edificios empezaron a caer o a reconvertirse en almacenes, cuadras o viviendas comunales. Muchos de ellos consiguieron pervivir hasta los siglos XVIII y XIX, si bien un tanto desfigurados. En el caso del Bañuelo, su función pasó a ser de lavadero público del barrio de Axares (actual Carrera del Darro, San Pedro o Paseo de los Tristes). El agua que suministraba al caldarium desde el siglo XI continuó llegando a través de la Acequia de San Juan (llamada así al discurrir por la calle de San Juan de los Reyes) continuó entrando al Bañuelo, pero esta vez a las piletas de piedra instaladas en la parte central de la sala. En las fotografías antiguas se aprecian perfectamente las pilas colocadas entre las columnas. Seguramente esta utilidad fue la que lo salvó de la piqueta.
El Bañuelo, en cierto modo, continuó siendo un lugar de encuentro del vecindario. Durante sus primeros cinco siglos de vida lo fue propiamente como baño público; como lavadero del barrio a partir de 1570. A su lado hubo una puerta y un oratorio, demolidos cuando el Cabildo construyó la Carrera del Darro (entre finales del XVI y comienzos del XVII). También a su lado estuvo el Puente del Cadí, del que sólo pervive el estribo izquierdo; sirvió para comunicar el Albayzín con la Alhambra a través de la Puerta de las Armas. El puente y reja que cerraba el río se lo llevó una crecida del Darro en los años finales del siglo XV (quizá en la terrible tormenta de 1478).
No tengo datos sobre cómo ni cuándo dejó de ser público para pasar a propiedad privada. Tampoco del estado de conservación en que se encontraba en el primer tercio del siglo XIX, cuando es más que probable que formase parte de la lista de bienes desamortizados. Sería cuando pasara al Condado de Miravalle, tras estar primero en manos de dos propietarios. Por aquella época había ya una vivienda adosada en la que vivían los encargados de la guarda, administración y mantenimiento del lavadero. Las columnas estaban enterradas casi un metro, el enlosado primigenio había desaparecido y alterada la distribución de los espacios.
Los indicios y las fotos apuntan a que a finales del siglo XIX llegó convertido casi en una ruina. Estuvo a punto de ser derribado –al menos en parte- para instalar en su lugar la Academia Cívica y Militar (que luego fue a parar a la calle Buensuceso). Permaneció cerrado unos años, hasta que en 1912 Gonzalo Enríquez de Luna, el X Conde de Miaravalle, solicitó licencia al Ayuntamiento para desescombrarlo; en aquellos trabajos fue cuando se tomó conciencia de la importancia histórica del edificio. No sé si precisamente fue con la intención de abrir allí la Academia o para vaciarlo por completo y hacer una casa nueva. Al final, volvió a reabrir el lavadero público en unas condiciones bastante lamentables. Continuaba la amenaza de ruina, empero los eruditos comprendieron su valor.
Ofrecimiento al Estado
Francisco de Paula Valladar venía escribiendo sobre el Bañuelo en su revista La Alhambra desde finales de siglo XX. Reclamaba mayor atención a los monumentos históricos de la ciudad. Justo cuando el Conde de Miravalle comenzó a limpiarlo y desescombrarlo fue consciente del desperdicio que suponía aquel monumento, a pesar de ser milenario y uno de los mejores de España. La sala principal estaba medianamente conservada al servir de lavadero del barrio; el resto de dependencias estaban tabicadas y semiocultas. Y la zona de calderas era un montón de escombros.
La Comisión de Monumentos elaboró un informe sobre el Bañuelo y su posible recuperación, en la primavera de 1913. Gonzalo Enríquez de Luna, con el informe demostrativo de la antigüedad y calidad del monumento, se encaminó a la Dirección General de Bellas Artes y se lo ofreció por un precio módico. El Estado solicitó informes a la Academia de San Fernando y a la Academia de la Historia. Hasta entonces pocos habían reparado en la importancia de aquel vetusto lavadero.
El precio fijado, de 15.000 pesetas. El asunto fue estudiado en Madrid durante los siguientes años, hasta concluir con su declaración como Monumento Nacional el 30 de noviembre de 1918. El político alpujarreño Natalio Rivas dio el empujón final a aquella decisión.
Pero la acción del Estado quedó sólo en la declaración monumental. Tuvo que intervenir de nuevo la pluma machacona de Paula Valladar para recordar a la adormecida Administración que ni las 15.000 pesetas se habían pagado ni se acometía plan alguno de rehabilitación. En 1921 –escribía el periodista- el Bañuelo aumentaba su ruina y el propietario no tuvo más remedio que abrirlo de nuevo para que sirviera como lavadero comunitario.
En 1923 se hizo cargo de la conservación de los monumentos de Granada el arquitecto Leopoldo Torres Balbás. Más concretamente como titular de la Alhambra. Elaboró un informe sobre el estado ruinoso y a punto de perderse de varios de los monumentos de la ciudad: Corral del Carbón, Casas del Chapiz y Bañuelo. En todos ellos vivían míseramente familias hacinadas en sus rincones
La Alhambra decidió comprarlos con el dinero que generaban las entradas al primer monumento de la ciudad. En el caso del Bañuelo, el precio que se pagó al Conde de Miravalle fue algo superior a la tasación que se había hecho en 1914, cuando fue ofrecido al Estado. La Alhambra lo adquirió en 1927 por 16.541 pesetas.
Torres Balbás acometió inmediatamente la redacción del proyecto de rehabilitación. Se conserva una colección de planos, alzados y fotografías de cómo estaba y cómo quedó cuando se acabaron las obras, ya en 1928. Se podía decir que el edificio se había conseguido apartar de la ruina o la especulación. Desescombró buena parte, demolió tabiques y muros que ocultaban el pasado zirí, descubrió capiteles quizás procedentes de Medina Azahara o calcados (uno contiene inscripciones cúficas de época califal), derrumbó lo que llamaba construcciones parásitas, saneó infinidad de recalos provocados por la entrada de la acequia y humedades de las pilas de lavar. Y consolidó algunas partes que amenazaban hundimiento. El resultado fue recuperar un aspecto parecido al que debió tener este baño cuando, cinco siglos atrás, era la “cafería” o tertulia del barrio de Axares.
El Bañuelo ha visto pasar los albañiles varias veces por sus salas desde 1928. La última vez ocurrió en 2006. Ha estado abierto al público, de manera libre, desde 1928. Hace un par de años fue incluido en el itinerario Dobla de Oro y se cobra un módico precio por ver uno de los baños árabes más completos de España.
Y todo gracias al empeño y sensibilidad de tres amantes del arte y la historia.
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