El Maristán, ayer y hoy
Queremos compartir esta fotografía rescatada por Dídimo Ferrer, sin fecha, donde todavía estaba en pie el edificio del antiguo Maristán convertido en casa de vecinos. Así como su comentario. Añadimos una imagen actual también desde la Alcazaba.
Gracias a la sugestiva aproximación de planos que finge la perspectiva, podemos contemplar, embutido en la retícula del barrio de Axares o de San Pedro, el aspecto que tuvo en sus últimos días, antes de que se dejaran cubrir los restos de su inexplicable demolición por un infame techado de uralita, el edificio del que fue primero Maristán y, con las nuevas autoridades cristianas, Casa de la Moneda. Vemos que ocupa casi una manzana cuadrangular, entre la Carrera del Darro, calles Concepción de Zafra, Portería de la Concepción y el Bañuelo. Esta forma de su solar en figura cuadrilonga desmiente el concepto tan difundido de que el trazado regular era por completo inusual en el mundo islámico. Si, como era éste el caso, la urbanización respondía a una expansión planificada de un núcleo adyacente, aquí la Alcazaba Qadima, podía recurrirse a un ensanche en forma regular como vemos en la franja que media entre la calle San Juan de los Reyes y el río Darro. Esta urbanización debió de ocurrir, como nos informan monografías que abordan el particular, durante el siglo XIII bajo la dominación de almorávides y almohades. En cuanto a la fecha de la construcción del Maristán y otros pormenores de su fundación y mantenimiento, hay datos que no dejan lugar a controversias pues se conserva completo el texto de la inscripción original que remataba la excelente portada de este establecimiento sanitario. Su construcción fue costeada por el monarca Muhammad V y el tiempo empleado en sus obras fueron veinte meses, desde septiembre de 1365 hasta junio de 1367, haciendo justicia a aquella expresión tan usual entre nuestros antepasados que llamaban a semejante pachorra y parsimonia en cualquier faena “hacer una obra de moros”. El sultán, uno de los dos constructores por antonomasia de la dinastía reinante, pudo dar su obligado exilio, a pesar de sus lógicos inconvenientes, por muy bien empleado tanto para su prestigio personal como para la propia Granada pues parece que trajo de Fez, entre otras muchas ideas, la de levantar un hospital parecido a los que había visto en aquella capital. Por cierto que otros detalles como la encantadora traza del surtidor del patio de Machuca en la Alhambra también la trajo en su coleto nuestro sultán a resultas de una visita a las ruinas romanas de Volubilis, en el norte de Marruecos. En la Península se tiene constancia de la existencia muy temprana de otros maristanes, concretamente en el siglo XII, para cuya etimología postulan competentes expertos étimos persas, aquí el vocablo “bimaristán”. Una prueba más de lo heterogéneo, en cuanto a su procedencia, de los elementos que conformaron esta civilización como, por otra parte, es lo habitual en la génesis de todas las demás. Pero incluso, según hemos leído, el tratamiento específico de patologías mentales también se debe a la medicina practicada en el Islam pues dependencias de estos maristanes parecen habilitadas deliberadamente para este tipo de enfermos. Sea como fuere, no vamos a meternos, como dirían nuestros abuelos, en tamaño berenjenal de adjudicar galardones y baldones a diferentes civilizaciones a criterio, desgraciadamente las más de las veces, del credo ideológico que profese el experto en cuestión. Para terminar con la primera etapa de este edificio que hoy nos ocupa, merece consignarse la belleza de su portada cuyos restos epigráficos conservamos. En un alarde de su pericia en la lengua arábiga, el padre Velázquez de Echevarria, como egresado que fue de la Abadía del Sacromonte, hizo la traducción de estos textos epigráficos. Cuenta Gómez Moreno en su Guía de Granada que la ornamentación de su fachada era de ladrillo cortado y el lema de la dinastía nazarí “Solo Dios es vencedor”, campeaba sobre el vano central escrito en caracteres cúficos de modo tal que podía leerse a la vez tanto hacia arriba como hacia abajo. Este tipo de edificios públicos constituye una curiosa salvedad en la discreción e incluso descuido que manifestaban los alarifes granadinos por las fachadas de sus edificios, sobre todo en el caso de las residencias privadas. Si el edificio, como éste, era una fundación regia, la decoración de este elemento era contrariamente objeto de una atención muy privilegiada en cuanto a proporciones y despliegue ornamental se refiere. La munificencia del sultán a cuya cuenta corrían los gastos de la construcción constaba en una vistosa inscripción anteriormente mencionada que presidía su portada. Para hacernos una idea de su interior basta con recordar el de otros edificios públicos afortunadamente conservados como la Alhóndiga Gidida o Corral del Carbón. Las dependencias, distribuidas en forma de galerías a dos alturas sostenidas por pilares de ladrillo y zapatas de madera, rodeaban un patio rectangular con una gran alberca. Aquí se detiene la semejanza en su interior con el Corral del Carbón pues además de por las proporciones de este elemento, más modesto en el patio de este último edificio, en el Maristán dos grandes leones de piedra alimentaban el estanque con chorros de agua que caían de sus fauces. Estos leones fueron recuperados por las autoridades que a finales del XIX tenían a su cargo la conservación del patrimonio artístico velando por su traslado e instalación en la Alhambra. Allí con mucho acierto fueron de nuevo empleados para dar agua a la gran alberca del Partal tras las restauración que recuperó ese entorno bajo la dirección de don Leopoldo Torres Balbás en la segunda década del XX. Actualmente los leones, tan fotografiados, manoseados y montados a horcajadas durante muchos años por los visitantes, pueden verse en el Museo de la Alhambra muy albos y despercudidos al cabo de una escrupulosa labor restauradora. Volviendo a los avatares sufridos por el edificio cuya alberca ornamentaban este par de leones, con el advenimiento de las nuevas autoridades cristianas vióse convertido en Casa de la Moneda por disposición de los Reyes Católicos. Pasado algo más de un siglo, encontramos una referencia a esta construcción aún como ceca pues allí residió el magnate del reino Horacio de Levanto y Tuso Carreto precisamente como Administrador Perpetuo y Tesorero de la Casa de Moneda de Granada. Estos grandes linajes oriundos de Génova, heraldos de un capitalismo amasado en la gestión de negocios privados y públicos, hacían las veces en el siglo XVII de banqueros privados de la Corona y funcionarios a su servicio sin la añeja vitola aristocrática pero con un potencial pecuniario y de bienes raíces que les permitían dejar constancia de su estatus, ministerio y mecenazgo en la conformación de los medios urbanos. La autoridad real y municipal cedía de buen o mal grado ante estos antiguos ricos y nobles de nuevo cuño que ejercían de hecho un poder efectivo bien patente. Por ejemplo, una de las órdenes religiosas, el primer estamento de aquella sociedad, a la hora de instalarse en nuestra ciudad, los Agustinos calzados, recibieron en donación por este genovés Levanto, naturalizado español por mediación del rey Felipe IV, unas casas de su propiedad bien costeadas de fábrica y suntuosamente decoradas con objeto de fundar en ellas convento y capilla para enterramiento familiar. Una de las fuentes de esta mansión, después monasterio, fue la de los Gigantones que con la exclaustración y enajenación del inmueble vino a parar a propiedad pública y hoy la vemos en la plaza Bib-Rambla. Precisamente en lo que ahora es Mercado de San Agustín fue a dar con sus huesos el señor Levanto, cuyo nombre hemos sacado a relucir a propósito de su temporal instalación en el Maristán como Administrador de la Casa de la Moneda instalada en interior. Pero los siglos venideros tenían reservado para este edificio funciones y huéspedes de menos monta y viso. La Guía de Granada de Valladar, en la edición de 1906, recoge un dato extraído a su vez del “Manual del Artista y del Viajero en Granada”, obra de José Jiménez Serrano, publicada en 1846, qu
ien nos dice que por esos años era ya “juego de pelota” el inmueble. De lo que colegimos que en su patio se practicaría el llamado juego de pelota, un antecedente de nuestro tenis actual, donde “hay uno que saca, otro que vuelve, otro que contrarresta con palas de madera enhebradas, aforradas con pergamino con que se arrojan las pelotas”, dice el Diccionario de Autoridades. Relacionado con este deporte tiene que estar el otro nombre por el que se conoce el edificio como “juego de bolas”. Quién podía imaginar que de hospital de dementes y casa de la moneda se convertiría en remoto precedente de la Real Sociedad de Tenis de Granada o en decana bolera, según interpretemos el juego. Aunque es posible que tal vez algún demente, recluido en los cuartos del edificio cuando acogía a tales enfermos, en su extravío mental saliese al patio blandiendo ya una pala como raqueta. Enfín, suponemos que antes de este uso recreativo tendríamos que añadir el de albergue de los monjes mercedarios del Convento de Belén, dato que encontramos en otra publicación más reciente al mencionar los posteriores usos que asumió la edificación en su lánguido y lento ocaso. “En 1843”, citamos a Valladar,” el Estado vendió la Casa de la Moneda, comprándola don José López, quien procedió a demolerla inmediatamente. Esto produjo gran disgusto entre artistas y literatos, y Jiménez Serrano, que publicaba por entonces un periódico titulado “El grito de Granada”, hizo ruda campaña contra el Ayuntamiento, creyendo que el edificio pertenecía al caudal de Propios, y entonces el alcalde dispuso que se insertara un comunicado, en el cual, calificando de inútil el edificio en cuestión, se dice que su compra para restaurarlo no debe hacerse. El dueño fue preso porque empezó la demolición sin licencia”. Pero afortunadamente la demolición completa no pudo llevarse a cabo por estos requisitos burocráticos y por los engalabernos que montaban sobre construcciones vecinas. Este último obstáculo lo preservó durante más años, hasta 1984 en concreto, durante los cuales fue almacén de vinos, cuartel, cárcel y, por último, casa de vecinos. El aspecto que tiene en la fotografía debe corresponder con esta última función pues se ajusta a la descripción que leemos en una guía de arquitectura hecha años anteriores a su desalojo final. “Lo conservado del edificio es la mayor parte del cuerpo Sur, frontero a la entrada, y algo más de la mitad del perímetro exterior en sus lados Este y Sur”. Suponemos que debía tener para su abastecimiento de agua un ramal de la acequia que corre bajo la próxima calle San Juan de los Reyes, pues este “Juego de Bolas” era un lugar muy frecuentado en su azacaneo diario por los aguadores. Una larga historia la de este relevante edificio del barrio de los Axares, “deleite o regocijo”, como interpreta no sabemos si con mucho rigor el autor del Manual del Artista y viajero en Granada. Ojalá algún día veamos desaparecer de su solar esa horrorosa techumbre que protege sus cimientos de las inclemencias del tiempo, menos inmisericordes que la incuria y dejadez de varias administraciones implicadas en su conservación. Por un sarcasmo de la historia se diría que han tomado esta desolación de nuevo como “juego de pelota” donde sacan y devuelven hábilmente entre sí su notoria incompetencia.
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