Granada sueña el Albaicín… y se despierta
Arquitectos de la capital repasan el estado del barrio veinte años después de su declaración como Patrimonio Mundial El abandono urbano y la ausencia de un criterio común en las actuaciones, principales problemas.
A la mujer de Carlos Sánchez nunca le llegará un ramo de flores a casa… y no porque su esposo sea descortés. Cada año, cuando hay que rellenar de gasóleo la caldera, Carlos tiene que llamar a la empresa de suministro y encontrar a alguien que le facilite la matrícula del camión que llegará a casa; luego tiene que llamar al Ayuntamiento para darle la matrícula del camión y que pueda pasar sin llevarse una multa. Ya solo queda cruzar los dedos para que el camión no pese más de 5 toneladas, sino Carlos se quedará sin gasóleo.
Sus vecinos de la calle San Juan de los Reyes tampoco lo tienen fácil. El cambio de sentido en la circulación por la angosta calle ha dejado sus coches atrapados en los garajes sin posibilidad de salir.
No hay duda. El Albaicín se ha convertido en un barrio incómodo para vivir. Tan incómodo que en los últimos diez años ha perdido más de mil habitantes. La cifra adquiere tintes trágicos si se tiene en cuenta que son los vecinos quienes tienen en su mano el futuro del barrio.
«Mi primer recuerdo del barrio es la voz de mi tía diciéndole a mi abuela: voy a bajar a Granada». Así recuerda el arquitecto Carlos Sánchez, el devenir del Albaicín, donde ha pasado toda su vida. Y es que el mítico enclave se parece más a un pueblo que a un barrio, con idiosincrasia propia, con una mezcla fantástica de clases sociales en el que hay una auténtica relación de vecindad. «Recuerdo hace 60 años cómo acompañaba a mi abuela a comprar pienso para las gallinas a una casa de la calle Panaderos y veo al aguador trayendo cada noche dos cántaras a casa», recuerda el arquitecto.
Los vecinos del Albaicín no necesitan que la Unesco les diga que su barrio es un sitio único en el mundo. Ya lo saben. Pero la declaración de 1994 les ayuda a recordar cada día que las administraciones no están cumpliendo con su obligación de cuidar el patrimonio… ni el material ni el humano. Y así, el barrio se está despoblando. A la ya de por sí complicada orografía, que afecta a la accesibilidad, se unen las decisiones políticas, que están dificultando aún más la vida a los vecinos. «Al residente hay que facilitarle la vida, yo casi diría que hay que mimarlo. Ha desaparecido el comercio, se toman decisiones sin meditar, de forma improvisada (como el cambio de sentido de San Juan de los Reyes), y de pronto cambia el sentido de tu vida. Es muy triste que tu Ayuntamiento te cree ese sentimiento de impotencia al tomar esas decisiones que tanto afectan a tu vida cotidiana», relata Carlos Sánchez.
Hay más complicaciones. Fernando Acade también es arquitecto, y también vive en el Albaicín. Fernando cree que el principal problema del barrio es que se hizo pensando en los burros. «Está claro que el que vive aquí tiene que asumir las características de la zona pero, hasta donde se pueda, hay que facilitarle la vida al vecino», explica, mientras se pregunta cómo es posible que para conseguir una licencia de obras se tarden más de cuatro años.
«Lo primero que le pregunto a mis clientes cuando me piden un proyecto es: ‘¿Estás seguro de dónde te estás metiendo?'», explica Acade. «Si durante todos esos años el expediente estuviera sobre la mesa, pues bien, pero está almacenado, muchas veces porque no hay criterios y el funcionario ni siquiera sabe qué contestar», añade.
Esta lentitud y esa escasa operatividad hacen que proliferen numerosas obras ilegales. «Un vecino de a pie quiere resolver sus problemas y si tiene una gotera en el cuarto de baño no puede estar meses esperando».
Carlos Sánchez también cree que es fundamental que las personas que actúan sobre el Albaicín aúnen criterios. «En el Albaicín no puede actuar cualquiera que no conozca en profundidad el medio físico y la idiosincrasia de sus vecinos; tiene que ser alguien dotado de una sensibilidad especial».
Sólo hace falta dar un paseo por el barrio para darse cuenta de que pocas personas en los últimos 50 años han tenido esa sensibilidad y han apostado por la calidad, y así, se suceden calles con siete arquetas seguidas en un pavimento histórico, papeleras de dudosa estética en mitad de calles deliciosas como el Aljibe del Trillo, cables colgando de todas las fachadas, construcciones sin sentido en la calle Limón, que tapan la vista de uno de los rincones más singulares de Granada (el Balcón de los Pintores), pavimentos nuevos que parchean el pavimento original… y así una larga retahíla.
«En el Albaicín se han hecho cosas. Recuerdo que yo trabajé en un catálogo de pavimentos históricos con el Consejo Social y Javier Gallego que solo sirvió para que diéramos una conferencia y lo presentáramos», alega Acade.
Y siguen las complicaciones. Para que un vecino consiga la licencia de primera ocupación en su vivienda tiene que pagar de su bolsillo el soterramiento de los cables de la luz, lo que supone un desembolso superior a los 2.000 euros. Hay que hacer una zanja de unos 20 metros y meter los tubos en vacío. Los cables deben estar colgados hasta que la empresa dé el visto bueno y coloque una caja en la fachada, que puede tardar años.
«Se le está haciendo la instalación a las compañías gratis, y ya cobran bastante por el suministro», lamenta Acade, quien entiende que al final los vecinos se desesperen.
En el sinfín de deberes de las administraciones también debería estar la movilidad. En mayúsculas, subrayado y en negrita. Para muchas personas mayores su casa se ha convertido en un enterramiento en vida. Los vehículos no llegan a sus viviendas y el transporte público, que fue en su día el único elemento dinamizador del barrio, se limita a un tren turístico que no da respuesta a los vecinos.
«Siempre se ha pensado que el Albaicín tiene que vivir del turismo pero principalmente tienen que vivir las personas», reflexiona el arquitecto.
Con la renovación del Plan Albaicín en un cajón y el informe de la Unesco pidiendo explicaciones sobre la conservación del barrio a las puertas del mes de mayo cabría preguntarse qué pueden hacer las administraciones.
Emilio Herrera, director de la Escuela de Arquitectura, cree que hay un exceso de intención conservadora que al final es el principal factor de deterioro del barrio. «No se puede decir sí a todo, pero sí se puede decir más rápidamente», dice, y explica esa dilación en dos razones: la inseguridad de muchos funcionarios «que ni siquiera saben qué decir», y la falta de criterio, «no saben por qué lo dicen». ¿Y si se hiciera un plan director para el Albaicín similar al que guía a la Alhambra?
» No hay capacidad de hacer una macroactuación en el Albaicín, lo que se requiere es la suma de muchas microactuaciones con un criterio común», opina Herrera. Fernando Acade lo llama un plan de acupuntura. «Habría que ver las consecuencias de tocar en el talón del barrio y observar si recupero el corazón». Esto es, ver, por ejemplo, si reforzando el transporte urbano se estanca la pérdida de población.
Otra de las referencias en arquitectura en Granada, Pedro Salmerón, reconoce que el problema no es exclusivo de este equipo de gobierno. «El barrio nunca ha tenido una buena orientación, nadie ha sabido qué hacer con él de forma inteligente, y eso lo han pagado los vecinos. Fallan las instituciones, sobre todo la municipal, porque es un problema de gestión local», opina Salmerón quien sí apuesta por desarrollar un plan director para el barrio.
«Me da pena pasar por la Carrera del Darro y ver cómo se ha convertido en un parque temático. Rincones y zaguanes que son terrazas de bares, el pretil del río usado como barra de bar para apoyar litronas y vasos de plástico. Venta ambulante por el suelo que usa los rincones como urinarios y las terrazas compitiendo a ver quién coloca más carteles cutres» relata Carlos Sánchez que, a sus más de 60 años, todavía tiene que coger la moto para poder comprarle a su mujer un ramo de flores.
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