Homenaje a Francisco Ayala en su centenario

Placa conmemorativa en el Carmen de la Cruz Blanca

D. Francisco Ayala vivió durante su infancia en un carmen del Albayzín, actualmente integrado dentro del convento de las monjas de Cristo Rey.

La Asociación de Vecinos Bajo Albayzín dentro de su programa de apoyo y conmemoración de vecinos del barrio, planteó hace unos años en la Junta de Distrito el nombramiento de hijo ilustre del barrio y la colocación de una placa en la fachada de la casa donde vivió. Ambas propuestas fueron aprobadas y asumidas por la Junta de Distrito presidida por Jaime Sánchez Illescas.

Este año, coincidiendo con la celebración de su centenario, el Ayuntamiento ha organizado una serie de actos, incluyéndose la colocación de la placa.

Los vecinos del Albayzín hemos expresado de esta manera nuestro apoyo y admiración por tan importante escritor granadino, quién ha vivido este sencillo acto con gran muestra de cariño y agradecimiento, y por supuesto con su lúcida y espontánea brillantez al recordar aquellos lejanos años de su estancia albaicinera.

Ayala acompañado por los vecinos, el Presidente de la Junta Municipal del Distrito Albayzín, el concejal de Cultura, la portavoz de IU.

Los vecinos dieron el calor humano y afectivo a tan ilustre vecino.

 

Miembros de nuestra Asociación lo acompañan y conversan con él.

D. Francisco Ayala es ayudado por el Alcalde, D. José Torres Hurtado a descubrir la placa conmemorativa de su estancia en esta casa.

La placa recordará a las futuras generaciones el lugar donde vivió Ayala en su etapa albaicinera.

TEXTO DE LA PLACA

  

FRANCISCO AYALA VIVIO EN ESTE CARMEN DE LA CRUZ BLANCA. LA JUNTA MUNICIPAL DE DISTRITO LE RINDE HOMENAJE EN SU PRIMER CENTENARIO. GRANADA, JULIO DE 2006.

 

El Alcalde dirige unas palabras de reconocimiento.

La Secretaria de la Asociación de Vecinos Bajo Albayzín expresa el sentir de los vecinos.

Loli Santos da lectura a un texto de las Memoria de D. Francisco Ayala en las que recuerda su estancia en el Albayzín.

 

            “Pero, sobre todo, tenía empeño en visitar el carmen de la Cruz Blanca, donde habíamos vivido por algún tiempo, arriba en el Albaicín. Lo recordaba bien, era una casa muy espaciosa, con columnas de mármol en el bajo y, en el piso superior, precisamente en la cámara que mis padres usaban como dormitorio, unos artesonados árabes que de cuando en cuando los turistas, entonces no tan numerosos, ingleses casi siempre, pedían permiso para admirar. El carmen tenía una jardín hermoso, extendido hasta los muros de un convento que lo cerraba al fondo; y en el jardín, un estanque alargado donde nos bañábamos los chicos, y donde una vez vi a Isabel bañarse. En un rincón, un espeso macizo de bambúes, al que se acogían con gran algazara los pájaros en la hora del anochecer; y más allá, una huerta dedicada a cultivar flores para la venta, enorme plantación de claveles que, con el viento, nos enviaba oleadas de densísimo perfume. En la torre, un palomar, ocupación deliciosa de mi madre, a quien yo ayudaba con placer en la tarea de cuidar las aves. Horas nos pasábamos observándolas; las conocíamos y ellas nos reconocían, acudían a nuestro reclamo desde mucha distancia … En fin, yo deseaba más que nada volver a ver ese carmen tan recordado. Al día siguiente de llegar a Granada subimos, pues, al Albaicín en busca suya. Dejando el automóvil en la Plaza Larga, ahí mismo empecé ya a preguntar por él; pregunté a un grupo de mujeres que dónde quedaba el carmen de la Cruz Blanca. No lo conocían, no tenían idea. Una de ellas conjeturó que debía de ser edificio nuevo, pues en doce años que llevaba viviendo por allí jamás lo había oído mentar. ¡Doce años! Cerca de cincuenta, casi medio siglo, habían pasado desde que yo …

            Nadie daba razón y, tras de mucho inquirir, y mucho andar, y dar vueltas en vano por todas partes, íbamos a desistir ya de hallarlo cuando, sobre una puerta, descubrí el letrero de la cerámica de Fajalauza, la alfarería famosa que –recordaba yo- andaría por las proximidades de nuestro carmen. Con pretexto de comprar unos cacharros entramos y le pregunté a aquella gente. Tampoco ellos (¡cosa increíble!) sabían nada del tal carmen. Era como si hubiese desaparecido por arte de magia; era como si yo lo hubiera soñado todo. Me miraban con extrañeza; y yo, algo embarazado, les expliqué entonces la razón de mi insistente interés: mucho tiempo atrás, pero ¡mucho!, mi familia había vivido en ese sitio … En esto, un viejo paralítico que estaba sentado en un rincón y que hasta ese momento no se había hecho notar, alzó la mano y me dijo: “Usted será Francisco Ayala”. La impresión que recibí al oírlo es indescriptible: al pronto, me quedé cortado. Y luego le respondí: “Sí, ése es mi nombre; pero usted ha de referirse, claro está, a mi padre …”. Aquel anciano que hablaba con la voz del pretérito, de un pretérito ya abolido para todos los demás, empezó a mencionar cosas que yo no sabía: habló de una partida de cartas en un tertulia que mi padre frecuentaba; mencionó a personas cuyo nombre había yo oído de niño, como por ejemplo el de capataz o maestro de obras llamado Plata … En cuanto al carmen, dijo que había sido adquirido por el convento vecino, e incluido dentro del recinto conventual. La iglesita, sin embargo, quedaba fuera de las tapias. Indicó a uno de los muchachos que nos condujera al lugar, que en efecto era muy próximo. Reconocí la iglesia del convento, con una cruz de piedra en la placeta. Rosario Hiriart ha ido después a sacarle fotografías. Allí fue donde yo hice mi primera comunión, a la edad de siete años –una ocasión que conservo en la memoria: participamos en la ceremonia siete chicos; nos hicieron ensayarlo todo muy bien; oímos la misa portando unas velas rizadas; a la hora de alzar cayó desde arriba una lluvia de pétalos de rosa, rosas cortadas aquella mañana misma en nuestro jardín; y los siete santitos debimos acercarnos al altar, en doble fila, con la cabeza humillada, la mano diestra sobre el corazón y encendida la vela en la izquierda-. Todos estos detalles perviven en mi memoria, y también el chocolate con bizcochos que nos sirvieron luego”

Francisco Ayala: Recuerdos y Olvidos. Madrid, 1991 (pp. 35-37)

 

 

 

 

TEXTO DEL PERGAMINO PINTADO POR ALLAN DORIAN CLARK, VECINO DEL BARRIO Y SOCIO DEL BAJO ALBAYZIN

 

D. Francisco Ayala García-Duarte fue nombrado primer Vecino Ilustre del Albayzín por acuerdo de la Junta Municipal de Distrito de 20 de Noviembre de 2003, siendo Presidente de la misma D. Jaime Sánchez-Llorente Illescas.