¿Pintura o atentado?

Autor       Alejandro V. García                                                           Medio   Granada Hoy, 30-12-2009

 

EL decreto del fiscal superior de Andalucía y académico de Bellas Artes, Jesús García Calderón, constituye una espléndida reflexión sobre el daño que causan los grafitis al paisaje urbano y, en particular, a los monumentos y los bienes de interés cultural. Tanto es así que yo recomendaría enviar una copia a todas las asociaciones culturales, de vecinos, universidades, academias y, por supuesto, a los pintores urbanos (artísticos) para que conozcan la débil frontera que separa la expresión del atentado patrimonial. En relación al muralismo callejero se han dicho muchas sandeces. La habilidad para estampar rostros famélicos en los muros no es forzosamente arte, y en una ciudad como la nuestra, plagada de garabatos y mamarrachos, es muy difícil, por no imposible, distinguir a los muralistas de los pintamonas. Es más, los pintamonas y los gamberros suponen más del 99% de los individuos que pintarrajean las paredes, las señales de tráfico, los bancos, los árboles y todo cuanto tenga la superficie suficiente para un pintarrajo. Pero si además el juicio sobre lo que es arte o no (algo tremendamente complejo como sabe cualquier interesado) recae sobre los policías, los delegados de cultura e incluso sobre los alcaldes la posibilidad de acierto es aún más remota.
Una vez leído el decreto del fiscal, tan luminoso y clarividente, en el que defiende que las pintadas en los monumentos y su entorno de protección deben ser considerados delitos contra la ley del Patrimonio y, por tanto, penadas con arreglo a lo que manda sus artículos, a uno le invade una sensación profunda de perplejidad. ¿Cómo es posible que una interpretación tan lógica no se le haya ocurrido a nadie antes? Nos hubiéramos ahorrado seguramente un daño constante que ha emborronado las ciudades y, en particular, los monumentos. La Policía Nacional declinó hace unas semanas denunciar por atentado al patrimonio a dos jóvenes extranjeros que fueron sorprendidos por los agentes municipales pintando en un muro del convento de Santa Isabel la Real. Por cierto , la cabeza de águila con que ilustraron el convento de primero del siglo XVI ¿es arte? ¿Se puede pintar sobre las murallas de la Alhambra un mural perfecto?
Acabar con las pintadas es una cuestión más de voluntad que de leyes o normas. El acierto del decreto del fiscal superior, consiste en encajar adecuadamente un problema, el de los grafitis, en una ley preexistente. Otros habrían exigido un cambio legal o algo parecido. Tampoco era necesario disponer de la ordenanza de la Convivencia para que los policías locales extremaran el celo en la persecución de los grafiteros.