¿Dos optalidones, que no puedo tirar de las piernas!

 

Tito Ortiz     Ideal, 23-10-2007

EN esto que la abuela, puso sus labios sobre la frente de la nieta y mirándole los carrillos como amapolas, sentenció: A esta niña le ha dado una desipela y hay que llevarla a la Casa de Socorro. Bajaron corriendo del Albayzín a Granada, con cuidado de no meter las patas en los cauchiles, y en Los Almireceros, cogieron un coche del punto, que sacando un pañuelo blanco por la ventanilla, y tocando el claxon, los dejó en el Ayuntamiento, en menos que tarda en persignarse un cura loco. ¿Póngamela usted güena!, dijo la abuela entre sollozos, mientras el galeno auscultaba a la niña, y le administraba dos tabletas de Okal, para bajarle la fiebre, añadiendo que si no tenían en casa para por la noche, también podían darle una de Calmante Vitaminado. Ya de regreso al barrio, se había echado la tarde y la abuela dijo al nieto mayor que le echara una firmica al brasero de cisco y picón, para que la niña no diera más tiritones, y le entrara una jeferesía. Con habilidad exacta en el reparto, fue dejando en cada tazón la proporción equilibrada de aquella sopa de maimones, la mitad de un boniato asado previamente en el carbón, y sirvió un jarrillo de cebada, que los presentes aprovecharon para calentarse las manos en torno al aluminio y degustarlo en sorbos pequeños, con especial cuidado a la ración de la niña que era una hambrona. Los restos no se tiraban porque servían para limpiar la ropa negra antes de plancharla, frotándola con un cepillo. La plancha de carbón estaba lista, pero antes de quitar las arrugas había que pasarla por un trapo de la plancha, para no dejar tiznones en la ropa. Con aquella bombilla de 25 watios era un milagro ver planchar, pero el limita de la escalera, impedía colocar una luz de mayor luminosidad. Mientras, el elevador hacía posible escuchar la radio Marconi de lámparas con su voltímetro zigzagueante. Escuchaban en Radio Madrid, Matilde, Perico y Periquín, con las voces de Pedro Pablo Ayuso, Joaquín Peláez, Matilde Conesa, Matilde Vilariño y Guillermo Sautier Casaseca. Aquella rejilla dorada del altavoz traía los sonidos de otras tierras, a la espera de que llegara un invento del que todo el mundo hablaba y nadie conocía llamado televisión. Los del Café España en Plaza Nueva esquina a Calle Elvira habían prometido traer el primer artefacto de aquellos que entrara en Granada para que los niños pudiéramos ver Rintintín, un pastor alemán sabio, con un niño con graduación de cabo que le llamaban Rusti.

El Cagachín vendía maholetas en la Calderería Vieja, con unos canutos de caña verde, que si atinabas con el hueso en el cogote, abrías un agujero como si hubieras disparado un balín del veinte. Llevaba el gitano una correa que le daba tres vueltas a la cintura y, a uno de sus costados, una navaja tamaño familiar con las cachas de nácar, que era la envidia del Sacromonte, donde nunca se le conoció sobrio. A su lado pasa don Juan, el sobrino de don Andrés Manjón, que a lomos de su borriquillo blanco baja a Granada y, mientras hace sus gestiones, lo deja paciendo en el patio de Los Hospitalicos, por la puerta de La Placeta de San Gil, junto al kiosco de Emilio. Por allí pasan los niños de la banda de música del Ave María, bajo las órdenes del maestro Ayala, con sus uniformes azules y galones plata, con la marcialidad de siempre. A punto estuvo de reventar como un siquitraque el que vende los pirulines al grito de Al rico pirulí de la Habana, que se come sin gana, porque los probó calientes, al tiempo que se escuchó la voz de... Se arrecortan y se atirantan las colchonetas, niñas vamos a los higos, qué gordos y qué durseeeeees El afilaor hizo sonar su flauta y el lañador reparaba un lebrillo y una sartén, sentado sobre un taburete de limpiabotas, otro echaba unos culos de enea a doña Paquita, mientras el trapero, cambiaba vasos y platos por ropa vieja. Paco El güeno, el semanero, estaba llamando a la puerta. En el frangollo de la esquina de Elvira con Cárcel Baja, 'Cara gato' que en sus ratos libres hace de acomodador en el Canuto, limpia de cocos las lentejas y de chinos los garbanzos; los fideos se venden al peso, mientras en la acera de enfrente, la Guardia Civil ha cortado el paso, porque están descargando dinero en el Banco de España, con un camión que viene directo de la fábrica de moneda y timbre. A punto estuvo de pillarlo el tranvía en la calle La Colcha, cuando salía de ensayar en la Agrupación de Los Quintero con Ramón Moreno y Gómez Sánchez-Reina por la casa de paso. La niña seguía con calentura y él, que estaba a su cuidado, fue un momento al jorobaíllo, para cambiarle los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, por los del pequeño Pantera Negra, y alquilar uno de El Cachorro. Junto al pilar del Toro, pasaron los niños de la inclusa, todos en fila y de la mano, con sus uniformes de rayas y sus cabezas rapadas, para evitar los piojos y la tiña. Cuando él llegó, le estaban dando a la niña una untura de aguarrás por el pecho, y después le pusieron un parche sor Virginia; la niña tosía como una tísica. Como era lunes, subieron a la iglesia de San José para pedir un panecillo de San Nicolás de Tolentino y hacérselo tragar a la enferma con un sorbico de agua del Avellano. La criatura se tranquilizó mucho, y por eso no le dio el mal de san Vito , poretica, con la fiebre, decía que veía a la santa compaña. Entonces fue cuando la madre lo mandó a la farmacia a por dos optalidones, porque no podía tierar de las piernas. Se le acercó un extranjero para preguntarle por la Alhambra, y él salió corriendo dando voces: Cuchusté el franchute, que me va a dar el coñazo a mí que se vaya a su pueblo y nos deje en paz. ¿Quién la dicho que venga? Mientras, una reata de burros a la voz del arriero, ¿Ritóoooo, carboneeeero! ¿Echa pallíiii voluntaaaario!, subían por San Gregorio camino de La Cruz Verde, cargados de arena y ladrillos para una obra. Al pasar por la puerta de la Agrupación Lírica Francisco Alonso, escuchó la voz del tenor Juan Manuel que ensayaba La Verbena de La Paloma, Rafael Cardona hacía de Don Hilarión. Entonces fue cuando recordó que a Pepica La Sorda, la del Manolico El Cojo, los de la casa La Lona, la han tenido que enterrar con la caja de las ánimas. Toda la fortuna que tenía la criatura, era su Cartón de Pobre. ¿Cómo es mi Albayzín de mi alma! El único en el mundo que se queja por fandangos.