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SI
Granada tuviese lo que hay que tener para vivir en esta selva feroz, si
quedaran aún granadinos con amor por lo que es nuestro, si fuéramos
conscientes de que el dinero público, aún el europeo, lo pagamos todos
y ya toca a su fin, otro futuro mejor nos aguardaría. En definitiva, si
tuviésemos un poco de dignidad, mañana mismo la ciudad en pleno
caminaría, en romería, cuesta arriba por el cerro del Aceituno hasta
la Ermita de San Miguel; pero esta vez no sería para rezar al Santo allí
venerado, sería para en un plebiscito popular, con la autoridad del
voto unánime del pueblo de Granada, solemnemente, conscientes de
nuestra responsabilidad ante la historia y en el ejercicio de un deber
ejemplar de ciudadanía, tomásemos pieza a pieza, losa a losa y desmontáramos
el paño de muralla y las indecibles (no pueden describirse con
palabras) escaleras que un arquitecto, falto de todo respeto y
sensibilidad, el señor Jiménez Torrecillas, piensa dejar como impronta
de su oficio. Posteriormente caminaríamos a la Delegación de Cultura y
exigiríamos la dimisión fulminante de toda la Comisión de Patrimonio
que aprobó este y otros indecibles proyectos (léase Palacio de Carlos
V, Parque del Realejo, los Córdova, etc.).
Concretamente, en el
Cerro de San Miguel, procede la demolición fulminante. Hemos malgastado
un millón de euros, hemos engañado a Europa proponiendo la restauración
de una muralla del siglo XIV. Hemos derrochado cientos de millones que
nos eran más que necesarios, vitales, para que un señor haga su
capricho de entendido. Los experimentos con gaseosa y los caprichos de
autor, nunca con dinero público. Cuento ya con el insulto -¿retrógrada,
analfabeta en arte, ignorante?- pero me diga lo que diga este
arquitecto, yo le digo con toda la fuerza de mi indignación que lo
construido por él en el Cerro del Aceituno, es un engendro.
Esta tarde
contemplaba nuestra preciosa muralla, su silueta me sugería la imagen
de una majestuosa e interminable caravana de camellos sesteando, después
de una dura jornada de seis siglos, al sol maravilloso de los
atardeceres de Granada. Sus lomos lucían todos los tonos de la tierra,
desde el siena al ocre con reflejos dorados y sus prominentes jorobas se
recortaban contra el cielo limpio y azul de la ciudad. Pero ¿horror!,
uno de estos camellos debió huir o sucumbir a tan larga caminata y, en
esta larga hilera, alguien sin sensibilidad, algún insensato, ha
cubierto su hueco con un artefacto, con un monstruo sin carne, sin
huesos, sin piel... sin vida...
Señor Jiménez
Torrecillas, ¿no hay derecho! su muralla es una afrenta, un adefesio,
una carísima serie de encimeras de cocina de granito rosa, (colocadas
como en las estanterías de cualquier almacén) que conforman lo que los
vecinos han calificado ya como 'el túnel del miedo'. Cuarenta metros de
estrecho pasadizo de ochenta centímetros de ancho, que se convertirán
en una trampa peligrosa e intransitable, en sala de drogas y escusado público.
Eso sí, desde la ciudad, al caer la noche, vislumbraremos una serie de
lucecitas que, a modo de plaga de luciérnagas, de vulgares gusanitos de
luz, iluminaran los miles de agujeros que hay entre laja y laja, porque
'el invento' va iluminado en su interior. En cuanto se refiere a la
descripción de las dos espantosas, larguísimas y carísimas
escalinatas de losas de granito gris (de dos metros por uno treinta y
dieciséis centímetros de grosor) que ascienden por el cerro con
pretensiones de escalera imperial del palacio de 'Sissi' -una hacia la
Cruz de la Rauda, otra hacia Fajalauza- me considero absolutamente
incapaz de describir al lector el enorme impacto visual, la incredulidad
y la angustia que he sentido al contemplarlas. Pido desde aquí a todos
los granadinos que suban , disfruten el paraje más bonito que
imaginarse puedan y den fe de lo que digo, porque si no se ve es
imposible creer desatino semejante
Hagamos un poco de
historia: El día veintiocho de agosto de 1629, festividad de S. Agustín,
una infernal tormenta descargó sobre Granada produciendo muchas
desgracias y dando lugar al derrumbamiento de cuarenta metros de la
muralla nazarí, en el lugar llamado la 'cerca de D, Gonzalo' (sí, con
ese nombre se ha conocido siempre aunque a usted le sonará a chino, doña
María Escudero, ex delegada de Cultura, desconocedora de Granada y
defensora del proyecto moderno y no 'decimonónico' de la ciudad),
porque la tradición atribuye su construcción a D. Gonzalo de Zúñiga,
obispo de Jaén, (l423-1456) que estando cautivo de los moros la financió
para pagar con ello su rescate. Esta leyenda está desmentida por Gómez
Moreno porque dibujados en los tramos de muralla que sobrevivieron,
aparecen grafías de primeros del siglo XIV, pudiendo ser su constructor
otro Obispo de Jaén, Pedro Pascual que en el año mil trescientos pagó
la construcción de ellas a cambio de la liberación de trescientos
presos cristianos, prefiriendo él seguir cautivo hasta su muerte en
este lugar. De todas formas, el pueblo sigue llamando a este paño de
muralla 'Cerca de D. Gonzalo', su primitivo y legendario apodo.
Volviendo a la época
actual, veamos como comenzó el guiso para arreglar el desaguisado: El
gobierno del tripartito siendo Alcalde D. José Moratalla; concejal de
Urbanismo, D. Francisco Ruiz Dávila; gerente de la Fundación Albaicín,
D. Rafael Pedrajas y delegada de Cultura, Dña. María Escudero,
adjudican el día veintiséis de noviembre de 2002, por el procedimiento
negociado (¿?) al arquitecto Jiménez Torrecillas el proyecto para la
restauración del tramo desaparecido de la muralla nazarí. Antes de las
elecciones municipales el gobierno del tripartito dejó aprobado el plan
básico que les presentó el señor Jiménez Torrecillas.
En julio de 2003, el
nuevo gobierno municipal presidido ya por D. José Torres Hurtado, ante
la necesidad de una urgente inversión de los fondos POL (Programa
Operativo Local) y para evitar devolverlos, remite a la Delegación de
Cultura el citado proyecto con una serie de recomendaciones y
modificaciones para mejor adecuación al entorno. El día dieciocho de
septiembre de 2003 la comisión de Patrimonio de la Junta de Andalucía
da luz verde al proyecto en su total integridad, rechazando cualquier
enmienda al mismo. El actual concejal de urbanismo y el gerente de la
Fundación Albaicín se oponen rotundamente a su realización, alegando
que contiene 'auténticas aberraciones' y el día ocho de noviembre de
2004 convocan a una reunión en la que participan, junto con el
Ayuntamiento, los vecinos y el arquitecto; éste, se niega a admitir
todas las sugerencias que se le aportan. La Delegación de Cultura de la
Junta obliga a llevar a cabo íntegramente el proyecto del señor Jiménez
Torrecillas demostrando, una vez más quien tiene la fuerza política.
El patrimonio es sólo un pretexto.
Yo he hablado con
los vecinos, están consternados. Ocho de ellos se ven obligados a
atravesar diariamente, y varias veces, este peligroso túnel. Una de las
señoras me pide que le ayudemos a levantar la voz y su argumento es: «Somos
pocos y pobres y nadie nos quiere escuchar, cientos de veces hemos
hablado con el arquitecto, con la perita y todo ha sido inútil. Pedimos
una puerta y no han querido dejarla... estamos tomando tila todas las
noches, etc. etc.». Para más agravio, el trozo de autentica muralla
nazarí que está sobre sus casas corre peligro de desplome pues los
ocupas de las cuevas han minado los cimientos sacando los ladrillos para
construir sus perreras. El valioso paño no podrá ser restaurado porque
el presupuesto se ha agotado.
Desgraciadamente,
este no es más que otro episodio desastroso de los que Granada va
siendo víctima perpetua. Creo llegado el momento de exigir que salgan a
la luz todos los nombres de esos expertos que constituyen las comisiones
que están arruinando a Granada artística y económicamente, y que
conceden los permisos selectivamente según los colores políticos de
los arquitectos o los Ayuntamientos.
Parafraseando a Ángel
Ganivet, diremos que la sobra de dinero, en este caso un río de
millones, será la causa de que nuestros descendientes tengan motivos
sobrados para despreciarnos. Una inundación arrasó nuestra preciosa
muralla, un insensible arquitecto y una comisión de patrimonio, han
arrasado nuestros sentimientos.
Demos ejemplo, la
verdadera muralla se cae, quizás no aguante este invierno ¿seríamos
capaces de consolidarla con nuestras propias manos? Lanzo el reto a las
asociaciones de vecinos, a los universitarios, a los ciudadanos en
general. Regalaríamos a la ciudad unas horas de los sábados y los
Domingos y nuestra reconstruida muralla sería el farallón donde se
estrellaran tantos intereses inconfesables.
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