Ignominia en La Cerca de Don Gonzalo

ANTONIO UBAGO   IDEAL, 24-10-2005

TENGO el privilegio de tener mi lugar de trabajo muy próximo a la Cerca de Don Gonzalo y a la ermita de San Miguel que la corona, y siempre he valorado extraordinariamente esta vecindad con uno de los parajes más singulares de nuestra ciudad; la panorámica que desde aquí se ofrece la estimo del todo excepcional; una de las más sugerentes visiones del origen de nuestra ciudad, el Albaicín, de la Alhambra y de buena parte de Granada en cualquier estación del año y o en las distintas horas del día o de la noche. Y así podría continuar si conseguimos que se desmonte la más horrenda fechoría restauradora (¿) que imaginarse pueda que está llevándose a cabo, a punto de concluir, para reparar la tremenda brecha abierta en este paño de la muralla nazarí en el verano de 1629 por la fuerza de las aguas de una fortísima tormenta que descargó en el cerro del Aceituno. Suban y vean este oprobio 'restaurador' porque las palabras se quedan cortas en la descripción; frente a él, sin embargo, la energía para pasar a la acción y evitar que se perpetúe se hace presente automáticamente.
   Creo que no es necesario ser técnico en la materia para poder considerar sin ambigüedades este proyecto rehabilitador como uno de los hitos más nefastos que la arquitectura pueda mostrarnos y, al tiempo, una de las más altas cotas que la osadía y la estulticia humanas puedan conseguir, pese a contar con todos los requisitos oficiales. Como granadino me siento avergonzado y humillado y, como tantos otros, decidido a intentar que no perdure esta afrenta en nuestros días ni en los de las generaciones venideras. El hueco de la muralla está rellenándose de lajas de granito rosa y negro, de las utilizadas como encimeras de las cocinas, dispuestas en dos hileras que dejan en su interior un estrecho pasillo a lo largo de todo el monstruoso muro, llamado ya por los vecinos «túnel del miedo» por donde no es posible pasar con una silla de ruedas, un cochecito de bebé o la cesta de la compra, sea por el pavor que produce, la angostura o la inseguridad que a ciencia cierta provoca el pasadizo; así lo exponía días pasados una angustiada vecina en una carta a este periódico. Las encimeras se van desplazando para dejar unos pequeños huecos que, según parece, iluminado su interior, sean visibles esas centellas navideñas desde toda la ciudad y no permitan ni de noche olvidarnos de este granítico desmán. Se completa el escenario de los horrores con dos tramos de escaleras, de grandes losas con más granito oscuro, fuera de todo contexto y de toda lógica y sensatez. Siendo varias sus posibles soluciones, la pirueta proyectista se ha ido a donde nadie podía ni soñar borracho.
   No puedo imaginar qué razones estéticas, ultramodernas o de anhelos de posteridad hayan podido guiar al tracista de este engendro ni a sus cooperadores; sí sé decir que se ofrece nítidamente este atentado a la muralla como un atropello a la coherencia y a la racionalidad que, por caótico, produce más que divergencia o disentimiento una asociación directa con el pitorreo y la mofa de los granadinos. Busquen los modernos emuladores de Eróstrato, el infeliz pastor del s. IV a. C. que incendió el templo de Diana en Éfeso por puro afán de fama, celebridad e inmortalidad, otros modos. Persigan la gloria de la posteridad con signos más laudables, con dinero propio y en las particulares posesiones de cada uno. De ningún modo en murallas como ésta, catalogada como Bien de Interés Cultural y que como tal goza de una protección (¿) que impide en ellas actuaciones que no estén relacionadas con la restauración y mantenimiento debidos.
   Los granadinos, fatigados y desanimados unas veces por tantos desmanes urbanísticos y reparadores; escépticos otras porque no han visto satisfechas sus justas reivindicaciones o tranquilos las más porque no conocen muchos desaguisados, no vamos a permanecer pasivos ni consentidores de este agravio, con forma de encimeras, a este referente paisajístico e histórico tan definitorio de nuestra ciudad. Algunos, perplejos, han podido pensar que estas losas van a ser cubiertas de estuco, y otros que alguna solución final se les dará porque no cabe en mente humana que esto pueda quedarse así. No. La visión horrorosa seguirá así si no la impedimos. Por eso, como lluvia en otoño nos ha llegado el valiente, espléndido y bien documentado comentario de Remedios Murillo del pasado martes en este periódico titulado 'Demolición y dimisión', y que hemos de secundar por el amor a nuestra ciudad y a la cordura humana que suponen, por la importancia y gravedad de los hechos que nos ocupan, por la concienciación que los ciudadanos debemos asumir de que nuestra participación en los asuntos que nos importan es un derecho y una responsabilidad, y porque la inoperancia de los contribuyentes da cada vez mayores facilidades a los administradores para que piensen que todo vale y de que cualquier manera estará bien.
   Sí quedan, Remedios, muchos granadinos con amor a lo nuestro y que apoyamos punto por punto tus planteamientos y tus propuestas. Acepto tu reto, junto a algunos compañeros, de reconstruir adecuadamente con nuestras propias manos la parte de la muralla que amenaza ruina, y estaremos en la peregrinación al cerro del Aceituno que también espero que el clamor popular organice sólo con ver lo que allí se quiere perpetuar. El desmonte, como decías, ha de ser fulminante, y su coste también lo ofrecen los peregrinos; cuántas cocinas granadinas se verán así remediadas y la dignidad humana, la belleza, el pundonor y el buen gusto quedarán, en bastante medida, salvaguardados.