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TENGO
el privilegio de tener mi lugar de trabajo muy próximo a la Cerca de
Don Gonzalo y a la ermita de San Miguel que la corona, y siempre he
valorado extraordinariamente esta vecindad con uno de los parajes más
singulares de nuestra ciudad; la panorámica que desde aquí se ofrece
la estimo del todo excepcional; una de las más sugerentes visiones del
origen de nuestra ciudad, el Albaicín, de la Alhambra y de buena parte
de Granada en cualquier estación del año y o en las distintas horas
del día o de la noche. Y así podría continuar si conseguimos que se
desmonte la más horrenda fechoría restauradora (¿) que imaginarse
pueda que está llevándose a cabo, a punto de concluir, para reparar la
tremenda brecha abierta en este paño de la muralla nazarí en el verano
de 1629 por la fuerza de las aguas de una fortísima tormenta que
descargó en el cerro del Aceituno. Suban y vean este oprobio
'restaurador' porque las palabras se quedan cortas en la descripción;
frente a él, sin embargo, la energía para pasar a la acción y evitar
que se perpetúe se hace presente automáticamente.
Creo que no es
necesario ser técnico en la materia para poder considerar sin ambigüedades
este proyecto rehabilitador como uno de los hitos más nefastos que la
arquitectura pueda mostrarnos y, al tiempo, una de las más altas cotas
que la osadía y la estulticia humanas puedan conseguir, pese a contar
con todos los requisitos oficiales. Como granadino me siento avergonzado
y humillado y, como tantos otros, decidido a intentar que no perdure
esta afrenta en nuestros días ni en los de las generaciones venideras.
El hueco de la muralla está rellenándose de lajas de granito rosa y
negro, de las utilizadas como encimeras de las cocinas, dispuestas en
dos hileras que dejan en su interior un estrecho pasillo a lo largo de
todo el monstruoso muro, llamado ya por los vecinos «túnel del miedo»
por donde no es posible pasar con una silla de ruedas, un cochecito de
bebé o la cesta de la compra, sea por el pavor que produce, la
angostura o la inseguridad que a ciencia cierta provoca el pasadizo; así
lo exponía días pasados una angustiada vecina en una carta a este periódico.
Las encimeras se van desplazando para dejar unos pequeños huecos que,
según parece, iluminado su interior, sean visibles esas centellas
navideñas desde toda la ciudad y no permitan ni de noche olvidarnos de
este granítico desmán. Se completa el escenario de los horrores con
dos tramos de escaleras, de grandes losas con más granito oscuro, fuera
de todo contexto y de toda lógica y sensatez. Siendo varias sus
posibles soluciones, la pirueta proyectista se ha ido a donde nadie podía
ni soñar borracho.
No puedo imaginar qué
razones estéticas, ultramodernas o de anhelos de posteridad hayan
podido guiar al tracista de este engendro ni a sus cooperadores; sí sé
decir que se ofrece nítidamente este atentado a la muralla como un
atropello a la coherencia y a la racionalidad que, por caótico, produce
más que divergencia o disentimiento una asociación directa con el
pitorreo y la mofa de los granadinos. Busquen los modernos emuladores de
Eróstrato, el infeliz pastor del s. IV a. C. que incendió el templo de
Diana en Éfeso por puro afán de fama, celebridad e inmortalidad, otros
modos. Persigan la gloria de la posteridad con signos más laudables,
con dinero propio y en las particulares posesiones de cada uno. De ningún
modo en murallas como ésta, catalogada como Bien de Interés Cultural y
que como tal goza de una protección (¿) que impide en ellas
actuaciones que no estén relacionadas con la restauración y
mantenimiento debidos.
Los granadinos,
fatigados y desanimados unas veces por tantos desmanes urbanísticos y
reparadores; escépticos otras porque no han visto satisfechas sus
justas reivindicaciones o tranquilos las más porque no conocen muchos
desaguisados, no vamos a permanecer pasivos ni consentidores de este
agravio, con forma de encimeras, a este referente paisajístico e histórico
tan definitorio de nuestra ciudad. Algunos, perplejos, han podido pensar
que estas losas van a ser cubiertas de estuco, y otros que alguna solución
final se les dará porque no cabe en mente humana que esto pueda
quedarse así. No. La visión horrorosa seguirá así si no la
impedimos. Por eso, como lluvia en otoño nos ha llegado el valiente,
espléndido y bien documentado comentario de Remedios Murillo del pasado
martes en este periódico titulado 'Demolición y dimisión', y que
hemos de secundar por el amor a nuestra ciudad y a la cordura humana que
suponen, por la importancia y gravedad de los hechos que nos ocupan, por
la concienciación que los ciudadanos debemos asumir de que nuestra
participación en los asuntos que nos importan es un derecho y una
responsabilidad, y porque la inoperancia de los contribuyentes da cada
vez mayores facilidades a los administradores para que piensen que todo
vale y de que cualquier manera estará bien.
Sí quedan,
Remedios, muchos granadinos con amor a lo nuestro y que apoyamos punto
por punto tus planteamientos y tus propuestas. Acepto tu reto, junto a
algunos compañeros, de reconstruir adecuadamente con nuestras propias
manos la parte de la muralla que amenaza ruina, y estaremos en la
peregrinación al cerro del Aceituno que también espero que el clamor
popular organice sólo con ver lo que allí se quiere perpetuar. El
desmonte, como decías, ha de ser fulminante, y su coste también lo
ofrecen los peregrinos; cuántas cocinas granadinas se verán así
remediadas y la dignidad humana, la belleza, el pundonor y el buen gusto
quedarán, en bastante medida, salvaguardados.
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