Las murallas

IDEAL, 26-10-2005 M.ª DOLORES F.-FÍGARES/

LA ciudad de Granada, o cabría mejor decir, lo que queda de la legendaria ciudad de Granada, se enmarca sobre el paisaje de fondo en los lienzos de sus murallas, antiguos límites que se levantaron para proteger a sus habitantes en distintas épocas de la Historia. Era para que desde hace tiempo hubiésemos asumido el relieve y la importancia que tienen esos restos, extrañamente salvados del desgaste y la destrucción y sin embargo, basta intentar un recorrido por esos itinerarios que no llevan a ninguna parte y cortan las cercas con calles y edificios de épocas posteriores para constatar que no ha sido así. Nunca se ha planteado un plan general que rescatase para el futuro la totalidad de las murallas granadinas, con toda su carga de recuerdos y de historia. Se han realizado algunas actuaciones puntuales, cada una con sus criterios y poco más y la última intervención nos tiene otra vez enzarzados a unos y otros en una polémica más, de las muchas que han entretenido el espacio público granadino.
   Tiene cierta lógica que se alcen voces ante cualquier intervención en el patrimonio arquitectónico, porque es un tema sensible para una ciudad como la nuestra. Pero hay otras muchas cuestiones que tienen menos explicación en una Granada que parece haber abandonado para siempre y desde hace tiempo su vocación de ciudad histórica y artística. Podríamos citar ejemplos en una larga lista y no de los tiempos remotos, sino de ayer, de hace pocos años.
   Es cierto que caemos con facilidad en polémicas estériles como dicen algunos, pero también es verdad que nos las sirven en bandeja quienes determinan actuaciones atrevidas, ejercicios de diseño, sobre lugares y obras que requerirían un tratamiento algo más moderado y humilde, que tuviera en cuenta más la memoria colectiva que el lucimiento de los autores. Por otra parte, también es verdad que ahora discutimos acaloradamente sobre una tapia adosada a una muralla aún sin terminar y sin embargo nadie dijo nada cuando comenzaron a proliferar por detrás urbanizaciones macizas y apretujadas. Nos quedamos con la anécdota de una escalera o un pasadizo conceptual digno de ser construido en mejor lugar y hemos pasado por alto durante años el lamentable estado en que se encuentran los nobles restos de las cercas antiguas, que tanto nos dicen sobre el talante montaraz de nuestros antepasados.
   Da la impresión de que no nos interesa el patrimonio, esa rica herencia de los siglos, más que para utilizarlo como arma política arrojadiza, para echarse en cara las administraciones sus descuidos, sus dejaciones interesadas, porque no hay una real preocupación colectiva, compartida por los gestores políticos, por cuidar hasta el extremo ese legado. Si fuera de otra manera no se tomarían estas decisiones alocadas, ni se llegaría a las discusiones cuando las obras están a punto de terminarse.