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LA
ciudad de Granada, o cabría mejor decir, lo que queda de la legendaria
ciudad de Granada, se enmarca sobre el paisaje de fondo en los lienzos
de sus murallas, antiguos límites que se levantaron para proteger a sus
habitantes en distintas épocas de la Historia. Era para que desde hace
tiempo hubiésemos asumido el relieve y la importancia que tienen esos
restos, extrañamente salvados del desgaste y la destrucción y sin
embargo, basta intentar un recorrido por esos itinerarios que no llevan
a ninguna parte y cortan las cercas con calles y edificios de épocas
posteriores para constatar que no ha sido así. Nunca se ha planteado un
plan general que rescatase para el futuro la totalidad de las murallas
granadinas, con toda su carga de recuerdos y de historia. Se han
realizado algunas actuaciones puntuales, cada una con sus criterios y
poco más y la última intervención nos tiene otra vez enzarzados a
unos y otros en una polémica más, de las muchas que han entretenido el
espacio público granadino.
Tiene cierta lógica
que se alcen voces ante cualquier intervención en el patrimonio
arquitectónico, porque es un tema sensible para una ciudad como la
nuestra. Pero hay otras muchas cuestiones que tienen menos explicación
en una Granada que parece haber abandonado para siempre y desde hace
tiempo su vocación de ciudad histórica y artística. Podríamos citar
ejemplos en una larga lista y no de los tiempos remotos, sino de ayer,
de hace pocos años.
Es cierto que caemos
con facilidad en polémicas estériles como dicen algunos, pero también
es verdad que nos las sirven en bandeja quienes determinan actuaciones
atrevidas, ejercicios de diseño, sobre lugares y obras que requerirían
un tratamiento algo más moderado y humilde, que tuviera en cuenta más
la memoria colectiva que el lucimiento de los autores. Por otra parte,
también es verdad que ahora discutimos acaloradamente sobre una tapia
adosada a una muralla aún sin terminar y sin embargo nadie dijo nada
cuando comenzaron a proliferar por detrás urbanizaciones macizas y
apretujadas. Nos quedamos con la anécdota de una escalera o un pasadizo
conceptual digno de ser construido en mejor lugar y hemos pasado por
alto durante años el lamentable estado en que se encuentran los nobles
restos de las cercas antiguas, que tanto nos dicen sobre el talante
montaraz de nuestros antepasados.
Da la impresión de
que no nos interesa el patrimonio, esa rica herencia de los siglos, más
que para utilizarlo como arma política arrojadiza, para echarse en cara
las administraciones sus descuidos, sus dejaciones interesadas, porque
no hay una real preocupación colectiva, compartida por los gestores políticos,
por cuidar hasta el extremo ese legado. Si fuera de otra manera no se
tomarían estas decisiones alocadas, ni se llegaría a las discusiones
cuando las obras están a punto de terminarse.
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