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Los granadinos sabemos y defendemos la idea
de que Granada no es solo La Alhambra. Esta ciudad única, expresión
sublime de la cultura andaluza, está llena de calles, plazas y fuentes
llenas de magia y encanto.
Cientos de miles de personas de todo el mundo lo saben y vienen a
Granada cada año para recorrer, cámara en mano, barrios como el Albaicín
o el Realejo, y disfrutar de sus rincones y espacios, creados lentamente
a lo largo de muchos años, y que son resultado de nuestra forma de ser y
entender la vida, de nuestro gusto por la belleza: Paredes encaladas,
geranios, empedrado granadino, caños de agua, etc, conforman este
paraíso onírico, aunque no sabemos por cuanto tiempo.
La falta de sensibilidad de este Ayuntamiento respecto al centro
histórico es evidente, sino que se lo digan al Albaicín. No solo lo
abandonan en manos de grafiteros y gamberros (hasta el punto que corra
el riesgo de perder su categoría de Patrimonio de la Humanidad), sino
que ahora pretenden aplicarle también su granitis asfáltica (dicese de
la adicción irracional al granito y al asfalto).
Esto después de haber arrasado con alguno de los rincones con mas
encanto del Realejo, como la Cuesta del mismo nombre, donde las tristes
losas de granito, sustituyen al empedrado que antes lucia alegre, y las
vallas romanas se han levantado en forma de trincheras, asfixiando el
espacio y convirtiendo ese rincón en una patética expresión de lo que
fue, como una anciana a la que hayan arrebatado todo encanto mediante un
liftin facial completo.
Este gobierno no tiene capacidad para remodelar el centro histórico de
Granada, y lo demuestra en cada actuación: Ponen rotondas, fuentes y
solería, como el que construye una ciudad en mitad del desierto, deprisa
y sin cuidado. Arrasan con calles llenas de encanto sin pestañear. Su
falta de sensibilidad llena de pavor la retina de los vecinos que
asisten impotentes a ver como su dinero se gasta en arrebatar el encanto
de plazas, callejuelas y rincones donde siempre han vivido, y que ahora
lucen áridos, destartalados y despojados de todo lo que fueron. Se
levantan vayas al estilo romano, con el pretexto de impedir el
aparcamiento sobre la acera en lugares donde apenas caben.
La ciudad entera se llena de balizas, que separan de la forma más torpe
posible el espacio entre vehículos y peatones. Estas vallas-trinchera
rompen el paisaje urbano, impiden una circulación normal de las
personas, quitan espacio a las calles saturándolas de elementos urbanos.
Su aspecto es desproporcionado siempre, pero se hace más evidente en las
zonas más sensibles como el Realejo.
El ayuntamiento apuesta por colocar losas de granito cada vez que puede,
mientras se gasta miles de euros en encontrar una solución para intentar
dar una salida a la cochambrosa imagen que ofrece este material: lanza
campañas para que la gente no ensucie las aceras, contrata unidades de
quitachicles y a equipos especializados que tratan de mejorar su imagen
mediante productos abrasivos de la piedra, pulimentos, etc... (como está
sucediendo ahora en el bulevar de la Avenida de la Constitución),
dejando claro que no sabe que hacer con este material al mismo tiempo
que lo coloca en todas partes.
No sabemos cuales son las razones del equipo de urbanismo para este
empecinamiento ciego en algo que es evidente que está dando un pésimo
resultado –aunque no es menos evidente que la empresa que les suministra
los granitos se está haciendo multimillonaria–.
Los granadinos echamos de menos obras realizadas con criterio y con
cariño, sin prisa, pensadas para hacer las cosas bien, para dejar un
legado –como las remodelaciones de Puerta Real, Reyes Católicos, o el
cauce del río Genil–, y no movidas por criterios económicos o políticos,
porque es evidente que la fiebre de este Ayuntamiento por levantar
calles en toda la ciudad, sustituyendo la solería por granito de aspecto
cochambroso, y llenarla de vallas que parecen barricadas no obedecen a
un interés por mejorarla.
Granada necesita políticos que estén a su altura, personas honestas,
sensibles, que aprovechen su posición privilegiada para mimar y cuidar
sus rincones y plazas, capaces de conservar su magia y de hacerla más
hermosa cada día. Esperemos que la pena de ser ciego en Granada siga así
por mucho tiempo, aunque no será fácil. |