El grafiti y la misericordiaAlejandro V. García Granada Hoy, 22-07-2011 |
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MIGUEL Ángel Torres, el que fuera instructor
de la Operación Malaya y hoy titular del juzgado de lo Penal número
cinco de Granada, ha absuelto al profesor universitario José Ortega de
un delito de daños contra el patrimonio como autor de numerosas pintadas
en las calles del Albaicín. Que el docente sea inocente o culpable no es
el asunto de esta columna. Ojalá no lo sea. Lo que sí me interesa es
cómo se aplican las leyes, con qué criterios, empleando qué argumentos
y, en última instancia, si el encomiable esfuerzo de la Fiscalía para
acabar con los miles de mamarrachos (por precaución lingüística añadiré
"mamarrachos más o menos artísticos") y autógrafos que ensucian las
paredes del centro histórico tienen el necesario correlato en las otras
instancias. Porque si el juez, al final de la cadena, en vez de aplicar
la letra de la ley aplica una especie de humanismo castizo, más propio
del Sancho de la Ínsula Barataria que de un juzgado de lo Penal, la
tarea del legislador, el celo de la Policía y el empeño del fiscal no
servirán de nada, y la ciudad, como de hecho está ocurriendo, amanecerá
con nuevas pintadas, la haga un catedrático, un cura, un borrico o el
archipámpano de las Indias. La sentencia de Torres es, a mi entender, un enjuague bondadoso. Empezaré por el final: "Aunque con casi toda probabilidad María Dolores [la testigo] diga la verdad y don José Antonio Ortega haya realizado las lamentables pintadas, al no existir certeza absoluta del hecho" se absuelve al acusado. ¿Cómo casa la "certeza absoluta" con la "casi toda probabilidad"? ¿En qué punto se produce, digamos, la quiebra significativa entre ambas locuciones? ¿Quizá cuando el juez, al principio de la sentencia, al describir al acusado, prefigura ya la prevalencia de la misericordia sobre la ley? El acusado, dice el juez, "no da el perfil probable de una persona que haya estado realizando esas pintadas, en tanto que se trata de una persona de cierta edad, 67 años [...] y que es profesor universitario". Y luego, para reprochar a los testigos que no se hubieran enfrentado con el pintor: "El acusado es una persona de edad avanzada y de escasa corpulencia física por lo que no parece lógico que las tres personas que lo vieron pintar se limitaran a esperar". ¿Le debieron pegar? El juez escamotea el detalle del perro que acompañaba el acusado. Pero sobre todo deja en el aire cuál es el perfil correcto de un grafitero digno de castigo, qué estudios o qué edad hay que exigirle, qué forma física. ¿Y si el próximo detenido es joven e inculto (como al parecer debe ser un grafitero de ley) pero cojo o lampiño? El juez Miguel Ángel Torres es seguramente un tipo bueno y abnegado. Yo incluso comparto su filantrópica indulgencia. ¿Para qué malograr la vida a nadie? Pero al mismo tiempo ¿qué hacemos con la ley? ¿Y con las pintadas? |