El empedrado 

 

Miguel Haggerty                                                                                                 Granada Hoy, 21-09-2008

ES el mosaico de aquí. Más ilustre por su origen anónimo, el empedrado nos hace el camino más llevadero e incluso más sufrible porque no nos pide nada a cambio de pisarle su alma a diario; nos regala toda su esencia con la generosidad nacida de la humildad sincera proveniente de los lechos de los ríos, tributarios de los cantos con que se elaboran los reconfortantes diseños callejeros. Mientras el majestuoso y monumental mosaico exige que lo contemplemos con reverencia y hasta que participemos en alguna creencia religiosa o política de sus padrinos antes de atrevernos a pensar que es 'nuestro', el empedrado nos pertenece a todos por partes iguales como caminantes por la vida que somos, cuesta arriba o cuesta abajo.

Granada es particularmente rica en empedrados, como todos sabemos, y siempre que se inicie alguna obra en una zona históricamente sensible, como el Albaicín o el Realejo hay un debate encendido sobre el empedrado, tal como está ocurriendo ahora mismo con los citados barrios. Este debate es una de las mejores señales de buena salud cultural que tenemos porque refleja a la perfección la introspección vital que caracteriza el penebético fetén, sobre todo en otoño -¡que empieza hoy!- cuando, caminando cabizbajo hace sus reflexiones sobre la vida y la muerte mientras contempla inconsciente los diseños neoarabescos de esta u otra cuesta albaicinera.

La justa rabia de los albaicineros por la sustitución del empedrado por losas, y hasta por asfalto -principal componente de los cerebros de más de un concejal de la actual Corporación- de algunas calles señeras del universal barrio, refleja también una inquietud ejemplar por mantener, y elevar, la calidad de vida que frecuentemente parece querer escabullirse. Pero no todo el mundo está dispuesto a cambiar una rica conversación de sobremesa por una hamburguesa, exceptuando los propietarios del edificio del antiguo, y aún añorado Gran Café Granada, alias el Suizo.

Pero ¿cuál es, realmente, la esencia del empedrado granadino? ¿Por qué el empedrado, tan extendido y común en toda España, aquí levanta pasiones en cuanto se trata con la más mínima falta de respeto, como ocurre con cierta frecuencia? ¿No será porque el empedrado capta, más que esa gallina de los huevos de oro que es la Alhambra, la introspección compartida, ese ensimismamiento con gracia tan típica de esta extraña ciudad?

Cuando termine la para mí inútil y aburrida -con todos mis respetos, naturalmente- polémica sobre la fosa de Federico y compañeros en la muerte, sugiero que se tape para siempre el barranco con un maravilloso empedrado.