Julio Alfredo Egea y el Albayzín

 

Miguel Carrascosa Salas                                                                                                                Ideal, 24-12-2007

JULIO Alfredo Egea, el gran poeta de Chirivel (Almería) es un hombre de tierra adentro -como alguien lo definiera en su día- «que, cuando baja de la sierra al mar, siente la turbación del agua» golpeando una y otra vez, con bramidos de centauro, los ariscos acantilados del litoral almeriense, su tierra natal. Desde su altura de niño se inventaba el mar, su enigma lejanísimo y recreaba sobre las olas soñadas su particular fauna familiar: calandrias marineras, caracolas con un gesto de ardilla ; creación de un bestiario sugerente y romántico

Sobre el Albayzín granadino ha escrito Julio Alfredo un precioso 'Cuaderno', concretamente el número 14 de la colección 'Los Papeles del Carro de San Pedro', Editorial Azur, Madrid, 1983, titulado 'Plazas para el recuerdo', en deliciosa prosa poética, descriptiva y cercana, que nos habla del Albayzín de sus años jóvenes con pluma enamorada y cautivadora sencillez.

Y así nos va mostrando, con su pluma limpia, estremecida y cálida de cazador de imágenes, al Albayzín por dentro: La plaza de San Nicolás, a donde «Dios baja diariamente disfrazado de niño o de paloma, para ver desde aquí el más hermoso espectáculo del mundo», mientras la memoria se recrea recordando aquellos inefables versos de Federico:

«La tarde está tendida / a lo largo del río. / Y un rumor de manzana / tiembla en los tejadillos».

Los tipos humanos del barrio, como Pepe el Pañero y el Yedra, prendidos al recuerdo de «noches flamencas rematadas con pasas del amanecer». De la taberna 'El Ladrillo', donde se puede pedir, como suculento aperitivo, 'medio barco', un 'barco' y hasta un 'transatlántico' de pescado frito Y, para regarlo, un vino de costa que quita el sentío. Y aquí, en un callejón cualquiera, tropieza con un personaje amigo, con Pablo Rodríguez concretamente, «un albaicinero cabal, trapicheante y simpático, genial cocinero cuando hay que organizar comidas de amistad, vitalista y alegre, enamorado de su barrio desde la niñez, en que vendió melones en su juventud», y que nos ayuda a rescatar viejos recuerdos de un ayer que ya se fue

De los Altos Albayzines, o sea, de la placeta y carmen de 'Las Tres Estrellas', tan ligado a la memoria lírica de 'Versos al Aire Libre'; de la plaza de la Cruz de Piedra, silenciosa y bella, alargada hasta la Puerta de Fajalauza (Bab Fayy al-Lawza); de San Miguel el Alto, en donde ensayó sus versos de niño-poeta José Carlos Gallardo, que un día se fue con sus alforjas repletas de aromas del Albayzín para soltarlas por Hispanoamérica

De la placeta de Ceniceros, « que tiene vocación de intimidades que proclaman sus higueras bíblicas, asomadas a la tapia de cármenes y huertos », tan próxima al bellísimo y escondido en otros tiempos 'Carmen de los Mascarones', la mansión cerrada de don Pedro Soto de Rojas. Del 'Bar Torcuato', el rincón del tapeo, que tanto frecuentó Julio Alfredo, acompañado de Pepe G.ª Ladrón Guevara, Rafael Guillén y Paco Izquierdo en sus ya lejanos días de juventud.

De la plaza Larga (la Rahba al-Majura de los moriscos, o plaza del Sembrado), centro comercial y social del barrio, a guisa de gran mentidero; lugar de fiestas y reuniones, que conserva un encanto especial y «lugares misteriosos como el callejón sin salida de la Botica; aires de historia disparatados e increíbles como el de esa estampa de la cabeza de Cristo Crucificado que hay en la fachada de una de sus casas, con un mármol debajo con la siguiente leyenda: 'Nuestra Señora del Buen Parto'».

De la plaza de San Miguel Bajo (Rahba Badís), «ideal para escuchar cantes perdidos, en cualquier noche con silencio de estrellas ». De la placeta de Nevot, del carmen de la Media Luna, misterioso, «eternamente cerrado, saliendo sobre sus tapias, espléndidos, el ciprés, la acacia y la palmera»; de la placeta del Almirante de Aragón, o de la iglesia de San José, a cuya vera se alza, orgulloso y erecto como un centinela en la noche, el más bello alminar que pueda imaginarse, del siglo XI, hoy torre y espadaña de los repobladores cristianos.

También nos ha dejado Julio Alfredo -entre la multitud de poemas que tiene publicados- tres bellísimos sonetos de corte y rima clásicos, dedicados a la albayzinera Casa de los Mascarones, retiro-residencia del canónigo-poeta don Pedro Soto de Rojas, que, dicho sea de paso, ha dejado de ser en nuestros días un poeta local olvidado en su 'paraíso', para incorporarse, con todos los honores, al brillante parnaso de nuestra literatura nacional, como ha afirmado el profesor Antonio Gallego Morell en el prólogo a la Antología Poética que, en honor de tan insigne vate, publico, en 1984, el Departamento de Literatura Española de nuestra Universidad. Para deleite de nuestros lectores, reproducimos a continuación uno de los mencionados y bellísimos sonetos de Julio Alfredo Egea: «Capellán en clausura de las flores / don Pedro Soto, vocación primera, / profeso en clerecías de primavera / y en la olimpiada de los ruiseñores. / Amores sin cercar no son amores, / el gozo necesita la frontera. / Lo proclama en la noche albayzinera / el sindicato de los ruiseñores. / Con pértigas de luz salta el aroma / sobre las tapias y setos, dicidiendo / un gran concilio azul de mariposas. / Tachadura del tiempo y su carcoma. / Ya es eterno el jardín, no irá muriendo. / Don Pedro sigue fiel regando rosas».

¿Que por qué hemos incluido a Julio Alfredo Egea, el poeta-labrador de Chirivel, en uno de mis recientes libros sobre el Albayzín? Porque, además de haber vivido la peripecia de sus años mozos y no tan mozos en contacto diario -existencial- con el paisaje inigualable del barrio de los Halconeros, y de haber escrito sobre él páginas entrañables, transidas de humanidad, poesía y frescura, «es bueno y es mi amigo». Tan bueno «como el agua que fecunda los surcos, como el sol de nuestra tierra que traspasa los granos aventados», y porque sé que donde ponga sus pies Julio Alfredo, su mensaje de amor y de ternura irá dejando a Granada y al Albayzín como recién paridos La Academia de Buenas Letras de nuestra ciudad, en justo reconocimiento a sus indudables méritos como excelentísimo escritor y poeta, lo ha recibido días pasados como miembro de número de la prestigiosa Entidad. ¿Enhorabuena, Julio Alfredo, lo merecías!