LLEVAMOS meses de inquietud ante
la decisión, no sé si definitiva, del Ayuntamiento para
enajenar del patrimonio de la ciudad valiosos edificios,
adquiridos y mantenidos durante años con notable sacrificio
por los granadinos y con diversas ayudas incluso europeas,
unos y otras son conscientes de que su valioso patrimonio
requiere esfuerzos de toda naturaleza, que nunca debe ser
ignorado y menos abocado a injustificable almoneda. No se
puede olvidar que el patrimonio material es el sustento del
otro más valioso, si cabe, que es el patrimonio intangible,
el espiritual, el que configura el espíritu y leyenda de una
ciudad, su memoria histórica. Entre ambos patrimonios, el
material y el intelectual, existe una vinculación tan
estrecha que el uno no puede existir sin el otro. La suma de
ambos es el patrimonio cultural.
Hoy ya hemos superado la fase de
'cómo conservar' pero debemos asumir con decisión y sentido
común el 'qué conservar y por qué conservarlo', y hay que
tener clara la importancia de lo material por su valor y
significado especial como exponente de momentos concretos en
la historia de una ciudad como Granada. Es imposible separar
las piezas materiales (edificios nobles o populares,
espacios urbanos, mobiliario, paisajes ) de lo que
significaron en un momento concreto de una historia. Por
ello es un disparate pensar que podemos ignorar o castigar
el patrimonio tangible sin que el intangible se resienta.
Como si abatir rincones y edificios históricos no afectase
la imagen de la ciudad aunque estuviese fijada desde tiempos
remotos, cuando el imaginario necesita del soporte material
para hacerse inteligible a las sucesivas generaciones: El
conjunto Alhambra-Palacio de Carlos V no merecerían las
fuertes inversiones que requieren su conservación si no
fuera por su admirable ornamentación, su valor
arquitectónico, su rica historia, sus mitos, leyendas,
creencias, ideales de belleza convertidos en formas
culturales de expresión de un ideal de ciudad.
Hemos escrito en repetidas
ocasiones que Granada encierra muchos valores de proyección
universal. Su impresionante conjunto artístico y
paisajístico de reconocido valor obliga a mucho, aunque es
evidente que no todos los que debieran sienten tal
responsabilidad por igual. En este punto y hora merece
aplauso el esfuerzo de la Fundación Albaicín para
concienciar de la necesidad de respetar los muros encalados
o recién restaurados en el barrio universal objeto de sus
desvelos. Si alguna sensibilidad queda en los ánimos de los
desaprensivos del aerosol.
En Granada hay una relación
desajustada entre sus grupos sociales. Un sector minoritario
de su población se ha mostrado siempre decidido a batallar
por la conservación de su patrimonio material y espiritual.
Esto en una ciudad que el mundo entero sueña con visitar y
gozar algún día, y los que ya han tenido tal fortuna
alimentan la esperanza de volver a ella, de vivir otra vez
sus calles, plazuelas, callejones encalados, vislumbrar
alguno de sus patios y jardincillos que aún perduran por los
barrios del Realejo, Antequeruela, Churra, Magdalena, de la
Virgen y sobre todo del Albaicín, como testimonios de lo que
fue una arquitectura genuina desde hace años en agonía
terminal, disfrutar de sus inflamados atardeceres en estas
tardes frías de otoño, con su mágica luz que parece emanar
de los refulgentes ojos del gigante de nieve que se empeña
en proteger la ciudad y su vega.
¿Qué pensarán tantos granadinos
y viajeros de la ciudad que fue y ya no es, de la ciudad que
poco a poco vamos destruyendo? ¿Serán tan débiles como
nosotros ante la falta de responsabilidad por la destrucción
de un inmenso patrimonio que en un futuro próximo sólo
podrán intuir o vislumbrar? ¿A quién se lamentarán, a quién
demandarán las generaciones venideras por tanto daño
acumulado al sentirse desterradas de una ayer imposible, de
sus paisajes, horizontes, luces, sombras, sonidos y aromas
sólo intuidos por imágenes literarias o de cualquier otra
naturaleza?
Los sentidos con los que aún hoy
captamos sutilísimos gozos se sienten desvanecer ante
excavadoras, machotas y picos que un día si y otro también
acaban con una casa, cuatros esquinas, un jardincillo o con
toda la fisonomía de una arteria principal de tirón Es la
permanente historia amarga que hace correr por nuestras
entrañas un escalofrío de vergüenza, de asombro, de
angustia, que hace sentir mis manos manchadas de barro,
oprobio, vergüenza, asombro y angustia, por no saber como
acabar con tanta incapacidad para conciliar pasado con
futuro. Granada tiende a desaparecer día a día, mes a mes,
año a año. Por razones sociales y económicas, la mayoría de
las veces, y otras por el mal gusto y la incultura
generalizada de hoy. ¡Cuanta gente hoy tiene su espíritu
mutilado para gozar del placer único de un patio de mármol,
con cuatro columnas esquinadas, a sus píes otras tantas
aspidistras y en el centro la música y el frescor permanente
de una taza de agua con su serpenteante surtidor! Conjunto
de extraña armonía interior, de paz y sosiego, de
religiosidad cotidiana y felicidad mantenida. Hoy se diseñan
pisos supuestamente lujosos, o casitas adosadas con sus
jardincitos particulares pero ni interiores y ni celados,
tan ajenos a la intimidad que invita al ensueño y al
disfrute sutil de la vida. Es cierto que proliferan los
jardines y parques, abiertos al exterior, al ruido, a la
gasolina, pero son espacios como los de cualquier ciudad
recién surgida en el mundo, impropios de ciudades de la
contextura histórica y estética de Granada.
La ciudad de hoy es víctima de
la prisa, y no me refiero al ajetreo de coches y gentes,
sino a la prisa del dinero que suele ser paralela a la
imposibilidad para alcanzar el acierto estético y el primor
arquitectónico que no entiende de días ni meses. Hoy es más
fácil que nunca prescindir de criterios estéticos, de
normas, de un mínimo esfuerzo por conservar lo que merece
ser conservado, ajustar tradición a modernidad, renunciar al
adefesio o a la agresión en pleno corazón de la ciudad.
¡Cuantos creen que el mundo, en nuestro caso Granada,
empieza en sus obras! Error desafortunadísimo. El poderoso
don dinero casi nunca sabe de estéticas ni de respeto al
patrimonio, ni atiende a los más elementales matices que
caracterizan desde siglos a esta ciudad. Hay rincones de la
ciudad antigua que parecen trazados por exquisitos pintores
o artista finísimos, rincones sublimes, universales. Todos
amenazados, van cayendo a manos de 'emprendedores', cuando
no analfabetos en las disciplinas del espíritu.
Sí, antes en Granada se veía más
el cielo y se disfrutaban más sus atardeceres en una
geografía de la memoria que cada día cuesta más reconocer.
¿Seguro que progresamos?