Al-Andalus (término empleado por los
autores árabes medievales para designar la parte de la Península Ibérica
bajo el poder islámico que tuvo una extensión variable, según las
épocas) fue el resultado de una dialéctica, el producto de unos largos
siglos de acción y reacción internas. A lo largo de su historia,
iniciada en el año 711 y prolongada, en cierto modo artificialmente,
tras las capitulaciones de Granada de 1491 hasta la definitiva expulsión
de los moriscos a comienzos del s. XVII, el hecho andalusí no fue uno e
igual en sus sucesivas épocas, desde las de esplendor político y
administrativo a las de decadencia brillante, a su final granadino, o a
todo el proceso de regresión que dejó tras sí en la época morisca.
Tras un primer siglo de presencia islámica
en la Península casi estéril desde un punto de vista cultural, los
nuevos elementos importados de Oriente van calando paulatinamente. Será
en la última etapa del califato asentado en Córdoba y, sobre todo, tras
la caída de éste en 1016, cuando se origine una fuerte reacción frente
al modelo oriental, lo que proporcionó a los andalusíes una seguridad en
sí mismos en cuanto a su cultura árabe y, como consecuencia, un podio
para realzar su propia valía. Pero es a partir de finales del siglo IX y
comienzos del siguiente, una vez finalizado el proceso de consolidación
de al-Andalus junto con el de asimilación y readaptación de influencias
foráneas de muy diverso carácter, cuando ya se inicia una fase de cambio
que después alcanzará todos los ámbitos vitales.
El desarrollo de una nueva agricultura
Uno de los elementos esenciales que generaron cambios en muy diversos
ámbitos fue la introducción de una agricultura diferente a la hasta
entonces conocida, cuya principal característica es la generalización
del agua para irrigar las tierras de cultivo. Este fenómeno recoge el
espíritu de la sociedad andalusí, inserta en una cultura, la árabe, en
la que la idea del agua es fundamental.
Los cambios generados por esta nueva agricultura fueron tan numerosos y
sus efectos tan importantes que, tal vez, esté justificado el uso del
término –desgraciadamente a veces mal utilizado- de revolución agrícola,
de la llamada "revolución verde" andalusí. Si entre los múltiples
factores, a nivel teórico y práctico, determinantes de esta expansión
agrícola incluimos el número de tratados agronómicos redactados, se
puede considerar como particularmente fecundo para la marcha de la
agricultura andalusí el período comprendido entre finales del s. X y
comienzos del XIII, en el que se redactan siete de los ocho tratados
hasta ahora conocidos, antes de que aparezca a mediados del siglo XIV el
último, compuesto en Almería por Ibn Luyun.
Las características básicas de esta "revolución agrícola" fueron la
introducción de nuevos cultivos, las mejoras derivadas del regadío y la
intensificación del uso de la tierra mediante el empleo intensivo del
abonado, con la reducción –y a veces la supresión- del barbecho, lo cual
se evidencia por la aparición en muchas regiones de una temporada -o
cosecha- de verano antes inexistente. En resumen, se caracteriza por
ser, principalmente, una agricultura de regadío, intensiva y parcelada,
en cierta medida podría decirse que minifundista, en la que una
irrigación metódica y bien distribuida transformó en zonas de huerta
terrenos antes no cultivados o con cosechas de bajos rendimientos. La
adaptación del agua al regadío obliga a transformar topográficamente el
medio, por lo que la pendiente se quiebra y las tierras se escalonan en
bancales y paratas, de forma que el espacio agrícola e, incluso, los
nuevos asentamientos humanos se adaptan al regadío y dejan una profunda
huella en el paisaje. Con todo, ello no significa que el secano y las
prácticas extensivas, propias del dominio mediterráneo, se encuentren
ausentes en ella.
Paisajes agrícolas
A través del estudio de los tratados agrícolas y botánicos que estamos
llevando a cabo desde hace unos años un grupo pluridisciplinar integrado
por arabistas y agrónomos pertenecientes a la Escuela de Estudios Árabes
(CSIC) y a las Universidades de Granada y Córdoba, los espacios
agrícolas de al-Andalus han comenzado a ser mejor conocidos,
especialmente desde el plano de la evolución de los cultivos.
De acuerdo con la visión que proporcionan los textos agrícolas, el
espacio rural andalusí queda estructurado en dos grandes unidades
básicas: las incultas, en las que se dan las especies silvestres, y las
cultivadas, que incluyen tanto el secano como el regadío. Las unidades
de regadío por excelencia las constituyen las huertas periurbanas,
delimitadas por cerramientos constructivos o vegetales que, además de
acotar la propiedad, actúan como barreras térmicas protectoras de
especies, normalmente de nueva introducción, que exigen condiciones
ambientales especiales. Otros espacios de cultivos de regadío destacados
eran los campos abiertos dependientes de los núcleos de población y las
fértiles vegas cercanas a los ríos. En todos estos dominios se
practicaba una agricultura intensiva que, por otra parte, aparece como
la más representativa del auge económico de al-Andalus y va a
constituir, bastante tiempo después de la desaparición del reino de
Granada en 1492, un modelo para el norte de África y la España
cristiana. Un ejemplo muy ilustrativo lo constituyen las huertas del
Generalife y los cultivos en bancales extendidos en la zona de Las
Alpujarras, que siguieron siendo labrados por la población morisca con
la consiguiente continuidad y persistencia de la agricultura andalusí.
Una de las muchas consecuencias de la extensión del regadío en las
tierras andalusíes fue la génesis de un nuevo ecosistema que va a
diferenciarse del propio del mundo mediterráneo del que forman parte y
la aparición de unos espacios diferentes, propulsados por nuevas
técnicas agrarias en las que la introducción y adaptación de nuevas
especies desempeñan un papel esencial. Los nuevos cultivos fueron
introducidos y difundidos por todo el mundo islámico a través de los
viajes y movimientos migratorios que se dieron en él, especialmente en
los primeros momentos de la expansión (ss. VII y VIII). En al-Andalus
muchos de ellos se obtuvieron de forma "experimental" en los jardines de
los monarcas y cortesanos, jardines que hoy podríamos calificar, con las
lógicas reservas, como "botánicos", hasta conseguir que las plantas
aclimatadas en estos jardines y en otros espacios agrícolas pudieran ser
algo común, es decir, que quedaran integradas en la flora agrícola de la
zona receptora. Es el caso de la Arruzafa cordobesa, almunia o finca de
recreo mandada construir por el primer emir omeya de al-Andalus, Abd
al-Rahman I (756-788), con extensas zonas de cultivo incorporadas a la
misma, modelo que se reproduciría en otros enclaves (Sevilla, Toledo,
Granada, etc.) a lo largo del período histórico andalusí.
El análisis de los textos agrícolas y botánicos (especialmente el
titulado Umdat al-tabib, s. XI-XII) redactados en al-Andalus nos permite
conocer, al menos de forma aproximativa, la época de arribo de muchas de
estas especies desde sus orígenes asiáticos (Próximo Oriente, China,
India) o africanos (Etiopía, África septentrional). Las plantas viajaban
a lo largo de todo el Mediterráneo, siguiendo una ruta E-O, igual que
las técnicas agrícolas, y su imposición en la agricultura viene
determinada por la instalación de la nueva sociedad árabe y bereber. De
este modo, aunque algunas de ellas podían ser conocidas y aún cultivadas
en épocas anteriores, no lo fueron de manera generalizada y constante
hasta el período andalusí.
La importancia económica de un buen número de estas nuevas especies y,
concretamente las alimentarias, queda fuera de dudas. Es el caso del
arroz, una de las gramíneas que se introdujo muy tempranamente, en el
siglo X. Su cultivo alcanzó una cota relativamente alta de producción en
la zona del Levante; en otras zonas se cultivaba a menor escala en las
huertas. En esta misma época llegó la caña de azúcar, extendiéndose su
cultivo por las costas malagueñas y granadinas.
La aclimatación de diversas especies de cítricos se hizo de forma
paulatina y escalonada a partir del siglo XI: Citrus aurantium, C.
limon, C. aurantifolia, C. grandis y posiblemente también C.
limettioides, que se añadieron a la única ya presente en la Península
con anterioridad, C. medica, la especie más antiguamente conocida en el
Mediterráneo.
Dentro de las hortícolas se introdujeron algunas muy características del
mundo islámico, como la berenjena, con la que se preparaban numerosos
platos, manteniéndose en la actualidad su presencia destacada en muchas
cocinas locales andaluzas. Sin ánimo de presentar un listado de las
nuevas verduras y hortalizas incorporadas a las mesas andalusíes, cabría
recordar la espinaca (Spinacia oleracea), denominada "reina de las
verduras" por el agrónomo andalusí Ibn al-Awwam (s. XII-XIII), varias
especies de Cucumis, Cynara cardunculus o Colocasia esculenta, entre
otras. Esta última aparece con frecuencia asociada en los tratados
agrícolas con el platanero (Musa sp.) y la caña de azúcar, posiblemente
porque, debido al origen común (zonas asiáticas tropicales) de todas
estas especies, compartirían las mismas zonas de cultivo en la
Península.
En el ámbito frutícola son variadas, y a veces llamativas (Cordia myxa,
por ejemplo), las especies que se aclimataron en las huertas andalusíes,
aunque resulta de mayor interés la diversificación y variabilidad que se
aportó, con la consiguiente repercusión en los paisajes agrarios
peninsulares y, por supuesto, en la alimentación de los andalusíes.
Efectivamente, no sólo se introdujeron nuevas especies de todo tipo,
sino que también los antiguos cultivos propios del agrosistema
mediterráneo, algunos olvidados o en regresión en época visigótica,
ganaron en rendimiento con la puesta en marcha de las nuevas técnicas
agrícolas, al mismo tiempo que aumentó la variabilidad y mejora de
especies. El peral es uno de los frutales a destacar como indicativo de
especie de gran variabilidad recogida por los autores andalusíes,
también con reiteradas alusiones a variedades silvestres (posiblemente a
Pyrus bourgeana o a la forma asilvestrada del peral común, P. pyraster).
Cereales y leguminosas
En cuanto a los otros espacios agrarios, las zonas de secano, dedicadas
al cultivo de gramíneas y leguminosas, no pueden entenderse como una
prolongación del latifundio romano-visigodo, al menos en el sentido de
la propiedad latifundista clásica, que se extendía hasta miles de
hectáreas. Esta visión coincide con la de los agrónomos andalusíes, que
no se inclinan por el modelo de latifundios, sino por un tipo de
explotación intermedia entre la pequeña y la mediana, con unas
dimensiones razonables. El análisis de sus tratados no da la impresión
de que en al-Andalus se esté ante paisajes eminentemente cerealistas; en
todo caso, serían extensiones de cereal cercadas por lindes arboladas.
Con ello no se pretende consagrar la posible utopía de un paisaje
agrícola fragmentado, dominado por huertas y vergeles, en el que el agua
corriera abundante por acequias y se acumulara en albercas y zafariches.
Pero, indudablemente, tampoco fueron vastas extensiones desarboladas,
ausentes de lindes y regatos, tal y como vemos en los paisajes
cerealistas actuales que en pleno estío se convierten en desiertos de
rastrojos, cenizas y barbechos.
Resulta extraña la escasa información que sobre los cereales
proporcionan los tratados agrícolas, pero uno de ellos, al-Tignari (s.
XI-XII), explica que este hecho no se debe a que éstos tengan poca
importancia sino, precisamente, a que a los agrónomos les resulta
demasiado familiar su cultivo. Del "cereal rey", el trigo, y pese a que
no son muchas las variedades citadas y a las dificultades que implica
establecer su naturaleza taxonómica, en algunas se puede hacer una
aproximación y podemos hablar de los trigos conocidos como escandas,
Triticum monococcum; de T. turgidum e, incluso, T. durum, entre los
trigos duros; o de T. aestivum y T. vulgare entre los harineros
hexaploides. Otras variedades son recogidas en la Umdat al-tabib que,
dada su condición de obra botánica, amplia algo la descripción de las
distintas tipologías, pero aún así resulta complicado establecer una
correspondencia exacta entre los distintos tipos de trigo citados en los
textos andalusíes y los actuales. No obstante, en algunas que han
conservado la denominación popular sí es posible hacer alguna
aproximación, ya que muchas de estas variedades corresponden a términos
romances. Así, términos como "trechel", "rubión", "candeal",
"raspinegro", "negrillo", etc., pueden ayudarnos en su identificación.
Aparte de trigo, se citan otras gramíneas alimentarias: Sorghum bicolor,
Setaria italica, Panicum miliaceum, Hordeum vulgare y H. distichum, ésta
reservada como "auxilio en los años de carestía o pérdida de cosechas de
otros cereales", de acuerdo con la recomendación de uno de estos
autores.
Las leguminosas, básicas también en la alimentación de los andalusíes,
rotaban con los los cereales, como recomiendan los tratados de
agricultura para mejorar la tierra, intuyéndose en dicha práctica la
capacidad de fijación del nitrógeno que presentan éstas. Una de las
nuevas especies introducidas fueron las alubias (en árabe lubiyya) de
origen africano, probablemente Dolichos melanophtalmos o D. lablab.
Especial atención merece también el olivo, sin duda el protagonista
principal en el paisaje agrícola andalusí, aunque más bien integrado en
un sistema de explotación minifundista, independientemente de lo
extendido del cultivo, donde la autoproducción jugaría un papel
fundamental. Dentro de los amplios conocimientos de los que hacen gala
los agrónomos andalusíes, buena parte de ellos ya conocidos en
anteriores culturas, destacan algunos que apuntan como novedosos en el
campo de la olivicultura, caso de los aportes de riego en época estival
o cuando la aceituna se está formando. Como prolongación de este
sistema, aún se pueden encontrar explotaciones de olivar en régimen de
regadío en zonas de clara tradición andalusí, como las de Sierra de
Mágina y Las Alpujarras, entre otras.
La vid es el componente de la tríada mediterránea al que dedican más
capítulos los tratados agrícolas. Llaman también la atención las
referencias en ellos a plantaciones de vid en regadío, cuando éste es un
cultivo tradicionalmente asociado al secano. Incluso desde la
Antigüedad, se sabe que los riegos son poco adecuados para la uva
destinada a la pasificación y otros medios de conservación, o a la
elaboración de vinagre y vino, dados los problemas fitosanitarios
derivados del manejo en regadío de la vid. Por el contrario, en la
producción de uva de mesa, sí es frecuente la explotación en regadío a
la que se deberían estas referencias al riego apoyando así la idea de
que fuesen frecuentes las plantaciones dedicadas exclusivamente a la
producción de uva para el consumo como fruta fresca. No obstante, es del
todo conocido el consumo de vino –pese a su ilicitud- en al-Andalus y en
otros puntos del mundo islámico medieval, especialmente entre las clases
altas y ambientes refinados.
Frente al carácter de cultivo extensivo que tiene en la actualidad, el
conjunto de la información aportada por los tratados agronómicos
andalusíes ofrece una visión en la que la vid aparece más bien como un
cultivo intensivo, manejado en poda, riego y aprovechamiento de forma
similar a la de otros frutales, y probablemente cultivada entre ellos,
en extensiones más propias de pequeño huerto que en grandes extensiones
de monocultivo. Tal concepto responde a otro tipo de unidad de
explotación agraria, denominada en árabe karm (pl. kurum, viñedos), que
en los tratados agrícolas aparecen con una identidad y características
propias (estaban cercados, provistos de vivienda, no muy alejados de los
núcleos de población …). Estos "viñedos", muy extendidos por todo el
territorio andalusí, configuran de forma muy especial el paisaje
periurbano de la Granada nazarí (s. XIV-XV) como un elemento indisoluble
del mismo y unas exclusivas peculiaridades en las que la idea de
productividad va unida a la de recreo y ornamentación. El término árabe
karm, al pasar el reino de Granada bajo dominio cristiano, da nombre a
un tipo de fincas de recreo, los cármenes, que aún hoy día perviven en
el antiguo barrio morisco del Albayzín y en las márgenes del río Darro.
En la documentación castellana del siglo XVI aparecen nombradas como
"viñas" o "viñedos" y más tarde ya como "cármenes", con la presencia
constante en ellas de emparrados, elementos característicos en el
paisaje periurbano andalusí.
Especies alimentarias y gastronomía
Es cierto, aunque ello pueda parecer una total simplificación, que
cuando los musulmanes llegan a la Península se encuentran con una
alimentación pobre y monótona, basada en el pan y el vino, consecuencia
de una grave crisis económica que había afectado a diversos ámbitos,
entre ellos la agricultura, en los últimos años del dominio visigodo.
La introducción de nuevas especies y la mejora por medio de una
agricultura racional y sabiamente explotada de otras ya existentes en el
suelo peninsular, unido a las nuevas influencias culturales llegadas del
Oriente islámico, contribuyeron decisivamente al cambio alimentario que
fue experimentándose en la población andalusí. No obstante, no
constituye una dieta homogeneizada sino que en ella, igual que en la de
cualquier sociedad, hay que establecer varios modelos, de acuerdo con
criterios económicos, básicamente.
Algunos de estos nuevos cultivos se introdujeron primero en el ámbito
médico y de éste pasaron al culinario, aunque mantuvieron un estatus de
lujo, quedando inaccesibles a la mayoría de la población, con excepción
del arroz en la región levantina, donde ya en los comienzos del s. XIII
se panificaba y se empleaba en la preparación de algunos tipos de sopas
espesas. El azúcar no consiguió desplazar a la miel como endulzante de
platos y postres populares, por cierto, muy consumidos.
Por lo que respecta a los cítricos, se valoraban especialmente en
ciertos preparados medicinales; algunos se recomiendan para las
enfermedades frías y los pescadores y marineros, por lo que cabría
preguntarse si ello indica un conocimiento empírico del contenido en
vitamina C de los cítricos y su acción protectora frente a catarros e
incluso un poder antiescorbútico. En el ámbito culinario algunos eran
muy empleados como aliño o preparados como encurtidos; aunque no era
demasiado frecuente que con ellos se elaboraran en mermeladas y
compotas, el Tratado anónimo de cocina andalusí (s. XIII), uno de los
dos únicos recetarios conocidos para al-Andalus, incluye una receta de
jarabe preparado con hojas de cidro y otro de limón, además de otras de
mermelada de naranja, pero todas ellas con fines medicinales.
La dieta alimentaria más generalizada, tanto entre la población de
extracción rural como urbana, era básicamente vegetal, y, dentro de
ella, los cereales y legumbres ocupaban un destacado puesto. En el
mercado de cereales, uno de los más importante en los zocos andalusíes,
era el trigo el que recibía una mayor vigilancia y atención por parte de
los almotacenes -o inspectores-, como correspondía a un producto
alimentario básico con el que se elaboraban gachas, sopas, pasta, dulces
y, sobre todo, pan.
Eran varios los tipos básicos de harinas panificables, en función, por
una parte, de la variedad de cereal empleado y, por otra, del mayor o
menor grado de molturación del grano y extracción de salvado. Entre las
harinas más apreciadas en las obras agrícolas se cuenta la de "trigo
trechel o candeal, de grano corto, amarillo", con el que nos dicen se
elabora sémola y pan de adárgama, variedad de pan blanco, de harina
totalmente refinada, que constituía todo un lujo, pero no demasiado
apreciado por algunos médicos andalusíes, como Averroes (s. XII), que
recomendaba el pan de extracción media a quienes quisieran conservar la
salud.
La presencia de pasta en la cocina andalusí, tanto la de tipo filiforme
como la redondeada, ha sido relacionada con el cultivo a gran escala en
al-Andalus de varios tipos de Triticum durum, cuyo alto contenido en
gluten permite hacer la pasta dura, además de utilizarse para sémolas. Y
pese a la existencia de teorías discutibles sobre la difusión de los
trigos duros y el consumo de pasta en al-Andalus, queda claro que si
bien la aparición de la pasta redondeada, en forma de cuscús, es algo
tardía (s. XIII), no lo es tanto en el caso de la filiforme, cuya
primera cita documentada aparece a finales del siglo XI, lo que nos
indica que se consumía con anterioridad a esta fecha.
Introducción de hortalizas y verduras
Otro grupo de productos básicos en la alimentación de la población
andalusí, y que supone un gran cambio en relación con la del resto de la
Península, eran las verduras y hortalizas frescas que se añadía a las
sopas y potajes preparados con cereales y leguminosas. Además de ser muy
variadas, dada su disponibilidad a lo largo de casi todo el año por la
alternancia de cultivos y especialización practicada en las huertas, las
técnicas de conservación propuestas en los tratados agrícolas mantenía
las posibilidades de abastecimiento, potenciando el consumo de estos
productos en todos los niveles de la población. También eran
ingredientes complementarios de los platos de carne y, aunque con menos
frecuencia, aparecen también como elemento principal y casi único en
cierto tipo de menestras.
En los zocos andalusíes existía la figura del frutero y verdulero, lo
que pone de manifiesto la importancia de su comercio y consumo, con
normas muy estrictas, al igual que en otros sectores del mercado
dedicados a la alimentación. De ellas hay una curiosa normativa de
carácter higiénico recogida en un tratado sevillano de comienzos del s.
XII relativo a la ordenación urbana, especialmente al control de zoco:
“Las verduras se lavarán en el agua del río que está más limpia, pero no
en las albercas y estanques de los huertos”. Esta recomendación denota
también la inmediatez y cotidianeidad del consumo de tales productos, a
la vez que dibuja los paisajes agrarios periurbanos configurados en
torno a los cauces de los ríos y de los sistemas de regadío.
La fruta, cuya producción y variabilidad fue superior a la de hortalizas
y verduras, constituye otro importante componente en la dieta de los
andalusíes, aunque con frecuencia se minusvalore.
Realmente, la fruta, como alimento, no gozaba de mucha estima entre los
médicos árabes medievales. Una de las causas de esta animadversión era
el seguimiento a ultranza de las teorías de Galeno, gran detractor del
consumo de frutas. No obstante, había otros médicos que hablaban
favorablemente de ellas: el hecho mismo de las detalladas prescripciones
sobre un considerable número de frutas incluidas en los tratados de
dietética, está evidenciando claramente que su consumo era algo habitual
en la dieta de la población.
Entre los frutales, destacan las higueras, melocotoneros,
albaricoqueros, ciruelos, manzanos, perales, granados, nísperos,
membrilleros, pistachos, azufaifos, acerolos, almeces, moreras,
avellanos, castaños, nogales, encinas, algarrobos, pino piñonero,
palmeras datileras, entre otros. De algunos de ellos, especialmente de
los que requieren un mayor aporte hídrico, hay un cultivo mixto con
hortícolas: membrillos, albaricoqueros y melones, etc. El
aprovechamiento, tanto de frutos como de madera y otros elementos de
ellos, era múltiple.
Además, de numerosas especies silvestres se recolectaban sus frutos,
entre ellas Rhamnus spp., Rubus spp., Arbutus unedo, Myrtus communis,
Crataegus monogyna, y Sorbus spp., consumidas generalmente secas, tras
complejos procesos recogidos en los textos agrícolas. Incidiendo en la
importancia de la fruticultura y su incidencia en la alimentación de los
andalusíes tenemos las exhaustivas técnicas de conservación de frutas
recogidas en los tratados agrícolas.
El aceite de oliva
De nuevo nos encontramos con un elemento básico en la alimentación y
cocinas de al-Andalus: el aceite de oliva que, como en toda el área
mediterránea era, sin lugar a dudas, la grasa más consumida, siguiendo
toda una antigua tradición, en retroceso en el período visigodo, que los
andalusíes relanzaron. No obstante, variaba su forma de utilización en
la cocina, en relación con los diversos grupos socio-económicos: en los
tratados culinarios andalusíes está casi omnipresente este aceite pero
como un elemento más, como un condimento de los platos, al mismo tiempo
que no se mencionan demasiadas frituras. No obstante, el 90% o algo más
de las recetas de los dos tratados de cocina andalusíes conocidos
utilizan el aceite de oliva. En los zocos, por el contrario, se
preparaban muchos y variados tipos de frituras, platos más fáciles de
elaborar y más económicos.
Por último, cabría destacar cómo el vivo cromatismo y riqueza de aromas
de las cocinas de al-Andalus se vieron favorecidos frente a las
monocromáticas y poco variadas de las del resto del territorio
peninsular por medio del empleo de las especias locales cultivadas,
entre las que destaca el azafrán, junto a las aromáticas espontáneas que
se integraban en los espacios naturales.
La influencia ejercida por la nueva agricultura de al-Andalus podríamos
resumirla en varios puntos. Por una parte, la diversidad alimentaria
conseguida tras el arribo de esta componente principalmente oriental
queda atestiguada por el elevado número de especies citadas a comienzos
del siglo XIII en la obra del agrónomo Ibn al-Awwam, en la que cerca de
400 especies las especies distintas son mencionadas como cultivadas,
cifra que representa un nivel muy estimable de diversidad, especialmente
si se tiene en cuenta la ausencia del elemento florístico americano.
Como resultado de este período llegamos al s. XV, en el que se
encuentran la mayor parte de las especies orientales hoy habituales en
la cocina española, introducidas y plenamente incorporadas en nuestra
alimentación.
Por otra, a partir del análisis de los textos agrícolas se puede otro
tipo de información, como es la preocupación de sus autores por una
alimentación sana que aproveche al máximo los productos cercanos. Ello
les lleva a incluir en sus obras normas sobre economía doméstica
impregnadas de una sabia dietética sobre procesos de conservación de
granos, frutas y verduras, elaboración de derivados lácteos y
panificación. Pero no se trata de una dietética estandarizada y
“tradicional”, de acuerdo con los cánones médicos, sino que son consejos
dirigidos a los agricultores, junto con determinadas normas, a veces muy
cercanas a la farmacopea, que recogen prácticas populares, en un intento
de ensayar nuevas fórmulas alimentarias para aprovechar al máximo los
recursos naturales. Todo ello responde a un concepto global de dietética
en el que salud y ecología van estrechamente ligadas, con una
convergencia de intereses y unicidad de objetivos a alcanzar: la salud
del individuo.
Espacios naturales y bosques. Intercambio de especies con el medio
agrícola
La presencia del bosque se intuye, se deja entrever en la lectura de los
textos agrícolas, pero no se concreta de manera explícita, por lo que
podría entenderse que la acción antrópica en ellos fuera mínima y, por
tanto, quedaban un tanto al margen de los intereses concretos de estas
obras. No obstante, el bosque como intervención humana existe y tiene
una enorme importancia en la producción de recursos diversos:
alimentarios, farmacológicos, industriales, ganaderos, entre otros.
Esta falta de definición por parte de los tratados agrícolas se registra
también en otros tipo de obras, caso de las históricas, donde sólo hay
alusiones generales referidas a la conquista de nuevos territorios:
"destruyó cosechas, taló bosques y arruinó sus recursos", "talando
árboles que quedaban en las laderas del monte"; "se recogieron en lo
alto del monte, otros se dispersaban por jarales cercanos", etc.
Por otra parte, el intercambio entre el medio agrícola y el natural -o
con una escasa huella humana- queda patente en numerosos ejemplos, pues
de algunas especies arbóreas y arbustivas los textos agrícolas y
botánicos señalan la posibilidad de la intervención del hombre para
adaptarlas al cultivo, esto es, apuntan ciertos procesos de
domesticación al seleccionar unos elementos ya existentes en los
espacios naturales. Se trata, en definitiva, de determinadas especies
silvestres que conviven con las cultivadas o, dicho de otra forma, de
especies espontáneas que en determinadas circunstancias sufren un
proceso de antropización y pasan a ser cultivadas: "se trasladan de la
selva al huerto", empleando los términos en los que se expresan tales
autores.
Son varias las especies de las que los textos agrícolas indican esta
adaptación al cultivo, algunas de ellas con un interés destacado, bien
porque confirman -o invalidan- determinadas teorías sobre su origen y
hábitat, o aportan información sobre nuevos usos, entre otras
cuestiones.
Una de ellas es el algarrobo (Ceratonia siliqua, árabe jarrub), del que
algunos agrónomos andalusíes señalan su presencia tanto en las zonas
llanas que marcan los límites entre cultivos y bosque como en los
montes, donde crece silvestre. Los usos que aparecen en los textos son
los que cabría esperar para la especie: alimento de ganado y, en épocas
de escasez, como en los tiempos modernos, alimento humano, llegando
incluso a panificarse. Aluden al aceite obtenido de las semillas
(garrofín), cuyas aplicaciones en muchos campos en la actualidad no son
suficientemente apreciadas.
Otra es Fraxinus angustifolia. Su carácter de especie espontánea en
ambientes riparios y zonas pantanosas, y también adaptada al cultivo
para establecer los límites de huertos, es puesta de manifiesto por
algunos autores, señalándose también como un elemento destacado en los
paisajes agrícolas, con unos variados usos de su madera: ornamentales,
agrícolas y medicinales.
Del laurel (Laurus nobilis) es correcta es la ecología que le reconocen
los textos, mencionando su presencia en montaña, en suelos frescos y
profundos, con prácticas de extracción para su trasplante al huerto.
Destaca la mención de sus usos condimentarios, por ejemplo, en el adobo
de aceitunas, como se recoge también en otro tipo de obras.
Rhus coriaria (zumaque, árabe summaq) es una de las especies más
interesantes, aunque de ella los textos no señalan expresamente un
proceso de adaptación a cultivo. El carácter autóctono de esta especie
en la Península Ibérica es un tanto incierto ya que, supuestamente
cultivada desde antiguo, su presencia se asocia a zonas antiguamente
cultivadas.
Por ello, llama la atención que, al tratarla, las obras agrícolas
proporcionen escasas indicaciones acerca de su cultivo, aunque los datos
referidos a su fenología indican que existe un grado de aprovechamiento.
Hay otras apreciaciones acertadas en estos autores, como la relativa a
que esta planta es indicadora de agua, ya que la especie prefiere
establecerse en ribazos, taludes de arroyos, cunetas u otras zonas de
encharcamiento estacional. Además de la referencia sobre su uso más
extendido, la obtención de taninos curtientes de excelente calidad, hay
otras sobre el empleo de sus bayas como adobo de aceitunas y berenjenas
y como condimento básico de variados platos, especialmente de uno a base
de carne y verduras al que le da nombre, summaqiyya. Por tanto, parece
que hay cierta discrepancia entre su carácter asilvestrado a partir de
cultivos y los escasos datos sobre el manejo agrícola que se deduce de
la lectura de los geóponos, lo que parece ser indicativo de una reciente
introducción y puesta en cultivo, descartando su exclusiva condición de
variedad silvestre como en ocasiones se ha pretendido.
Arbutus unedo es otra especie de la que se menciona su adaptación a
cultivo por medio de extracción de ejemplares jóvenes desde el monte,
método que puede ser indicativo por un lado de su difícil y lenta
propagación, pero también del fuerte y habitual extractivismo que en ese
tiempo se practica como forma de enriquecer huertos y jardines a partir
de la naturaleza, extractivismo que es representante también de una
primera fase de domesticación. Aparte del aprovechamiento de sus frutos
comestibles, la madera de madroño es muy apreciada y utilizada en todas
las culturas mediterráneas.
Un nuevo ejemplo de estas prácticas lo constituye la presencia de
poblaciones de cerezos silvestres (Prunus avium) en Sierra Nevada y
otras formaciones montañosas de Jaén, Córdoba y Algeciras y su "traslado
a los huertos" desde su hábitat natural señalado por algunos autores,
quienes ofrecen técnicas de cierto interés para conservar el fruto, pero
que hoy día están tal vez olvidadas: las cerezas se cortan y se secan al
sol y se rocían con hidromiel que actúa como conservante.
Otro caso interesante en muchos aspectos, aunque distinto de los
anteriores, es el de Celtis australis, de cuyo nombre árabe, al-mays, se
deriva nuestro arabismo almez. El tratado botánico en varias ocasiones
mencionado, Umdat al-tabib, precisa bien su ecología: "su hábitat lo
constituyen las montañas cubiertas por árboles, los lugares húmedos y
montañosos, así como los barrancos, cerca de las zonas por donde corre
el agua", comentario que parece reconocer un cierto carácter autóctono
para esta especie, que hasta ahora se había creído sólo introducida y
más tarde asilvestrada en numerosos lugares del territorio ibérico.
Los agrónomos destacan las grandes virtudes de este árbol, plantado
profusamente en lindes, cercados, proximidades de muros y de
conducciones de agua, valorado no sólo por su sombra, belleza y fruto,
sino además, y muy especialmente, por la calidad y múltiples usos de su
madera. Por todas estas razones fue muy apreciada en todo tipo de
actividades artesanas, pero sobre todo para fabricar horcas, ruedas,
cangilones, aros y piezas para ingenios con los que elevar o conducir el
agua, tales como aceñas y molinos, por lo que la ,Umdat al-tabib llama
al almez balubunuh, término derivado del romance "palo bueno", en
alusión a la calidad de su madera. Ha sido el almez uno de los árboles
más apreciados en los jardines, alquerías y propiedades agrícolas de la
época andalusí, marcando el trazado de las acequias y cursos de agua, de
caminos y de lindes. La información recogida en los textos son un
testimonio escrito de usos cuya huella andalusí puede encontrarse aún en
el paisaje de muchas zonas peninsulares, especialmente en las huertas
del granadino Generalife.
Los ejemplos seleccionados constituyen sólo una muestra de este rico y
relativamente frecuente intercambio entre el medio natural y el
agrícola, aunque se podrían poner otros muchos más en este sentido.
En resumen, a través de la información proporcionada por los autores
andalusíes sobre diversas especies de porte arbóreo y arbustivo y
algunas herbáceas, podemos hacernos una idea de las formaciones
vegetales en las que se integran. Unas marcan límites entre las zonas
lejanas a los cultivos y los núcleos de población y el inicio o límites
con los parajes boscosos, como Sorbus doméstica, cuyos frutos,
comestibles, se conservan ensartados en hilos; las citas del uso de
otras (Crataegus azarolus, Rubus ulmifolius...) para vallar lindes
espinosas resultan muy valiosas, pues apuntan a la existencia de un
paisaje y de una cultura de lindes y setos arbolados; zonas de riberas
con Acer pseudoplatanus, A. granatense, A. campestre y , son algunos
ejemplos.
De forma generalizada, se puede hablar de aulagares y espinares
(matorrales de montaña), bosques de frondosas, pastizales, humedales,
saladares, estepas, dehesas, tomillares (y otros subfrúctices),
ecosistemas lineares (algunas variedades de ribera, otras de lindes),
malas hierbas (malezas), ruderales y arvenses, entre otras.
Tampoco encontramos referencias explícitas en los textos agrícolas a la
presencia de ganadería en los paisajes andalusíes, aunque sí de forma
indirecta, a través de ciertos usos y aprovechamientos de gramíneas que
se intuyen son de uso ganadero y especialmente a partir de la constante
y específica cita de términos que aluden a los diferentes modelos de
aprovechamiento.
Para concluir, se puede decir que el establecimiento generalizado de
estos sistemas hidráulicos utilizados, algunos de cuyos modelos han
llegado hasta nuestros días, supuso una modificación sustancial en el
mundo agrario e, incluso, en los ecosistemas. En definitiva, condujo a
una reordenación de los paisajes y, como consecuencia, a la sustitución
de ecosistemas generales por otros más especializados, en los que la
agricultura ocupa un lugar preeminente. Ello no supone, como suele
pensarse y desgraciadamente en ocasiones resulta cierto, que las
acciones antrópicas sobre el medio han de tener siempre un efecto
destructivo o de degradación, sino que lleva a establecer un ecosistema
nuevo que va a diferenciarse del propio del mundo mediterráneo del que
forma parte. Todo ello, a su vez, supuso una gran diversidad alimentaria
que, a su vez, influyó paulatinamente en la transformación de la
alimentación de la población andalusí, más variada, abundante y
equilibrada que la de los habitantes del resto de la Península. |