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EL pasado martes, día 29 de enero,
nuestro periódico IDEAL abría su edición con un titular, a toda página,
anunciando que 'El Albaicín se muere entre la ruina de sus casas y la
despoblación'. Recurriendo, una vez más, a Gabriel García Márquez,
digamos que se trata de una muerte anunciada. Su agonía ha sido larga y
lenta. Y acaso consentida, si no propiciada, por nuestras incompetentes
autoridades competentes de turno. Sálvese quien pueda. Los avisos y
alarmas sobre el abandono y la degradación del barrio se vienen
repitiendo, por parte de los tíos coñazos de siempre, desde hace la tira
de años. Pongamos, por señalar una fecha, desde 1892, cuando Manuel
Gómez Moreno, en su 'Guía de Granada', dice: «La miseria y la
despoblación crecen rápidamente en el Albayzín, donde quizá pronto no
queden sino desdichadas familias entre las ruinas de las casas, que
nadie cuida de reparar». O sea, que el diagnóstico, y su correspondiente
pronóstico, ya estaban formulados con tiempo suficiente para ponerle
remedio a la patología que publica IDEAL, con la particularidad de que,
desde entonces y reiteradamente, se continúa denunciando el proceso de
transformación y pérdida de su singular configuración arquitectónica,
urbanística y sociológica. Todo en vano. Nunca, nadie con la autoridad y
el poder suficientes ha logrado, y a veces ni siquiera intentado,
remediarlo.
Por citar solamente un par de actuaciones colectivas, en las que yo he
participado, aparte de mis numerosos escritos periodísticos y charlas
públicas, me parece interesante, ahora que la gravedad del problema se
corrobora por la prensa local, referirme a la exposición 'El Albaicín,
visto por ocho artistas', organizada por el Centro Municipal de
Actividades Comunitarias, que estuvo abierta desde el 25 de junio al 7
de julio de 1990. Y a las jornadas del 15 de marzo al 16 de abril de
1995, 'Defensa del Albaicín', propiciadas por la Asociación de Vecinos
del barrio, el Centro UNESCO de Andalucía y el 'Colectivo 220'. Los dos
eventos fueron otros tantos inútiles intentos para tratar de conseguir
que los responsables de su mantenimiento y conservación tomaran cartas
en el asunto, y lo resolvieran de la mejor manera posible, y adecuada,
sin paños calientes ni retóricas mitineras al uso. Esfuerzos baldíos, a
la vista de la situación revelada por IDEAL.
Por lo que se refiere a 'El Albaicín, visto por ocho artistas', la
desaparecida Caja Provincial de Ahorros de Granada, presidida por
Vicente Azpitarte, publicó un libro, a gran formato, en el que se
incluían obras de los pintores Juan Albarracín, Eugen Arc, Horacio
Capilla, José Jerónimo Rueda, Francisco Izquierdo, Antonio Moleón
España, Antonio Moscoso Martos y Enrique Villar Yebra, hasta un total de
los 64 dibujos que componían la exposición al público.
Por mi parte, y como prólogo al libro editado, publiqué un texto,
titulado 'Memoria del Albaicín', en el que presentaba lo que yo
consideré un testimonio gráfico, es decir un documento permanente, por
indeleble, del barrio, cuya configuración arquitectónica y paisajística,
incluso ambiental, aseguraba que no consistía tanto en la estricta
realidad de su aspecto actual (1990) como en la imaginación o el
recuerdo de los artistas que lo interpretaban a través de sus obras. No
puedo afirmarlo -decía yo- pero mucho me temo que otros artistas, dentro
de los diez o veinte años próximos, ya no encontrarán ante su mirada la
posibilidad de dibujar o pintar un Albaicín -aunque sea por fragmentos
difícilmente selectivos¯como el que contemplaron y retrataron los que
ilustran este libro. Una crónica sentimental sobre algo irrepetible por
inaudito, como un viejo barrio granadino que el tiempo, y sobre todo, la
dolosa incuria, cuando no la agresividad de los propios granadinos,
consentida y hasta estimulada por quienes deberían salvaguardarlo,
acabarán por convertirlo, según los casos, en una caricatura ruinosa de
su propia belleza y singularidad.
Alguien podría considerar, a tenor de mis nostálgicas referencias, que
lamento la desaparición de un Albaicín cochambroso, vejestorio,
pobretón, insalubre, parado en el tiempo, y por lo tanto indeseable.
Pero yo sé muy bien, porque lo he visto en otras ciudades europeas, con
mejor suerte que la nuestra, que la defensa y conservación de un barrio
antiguo, histórico, artístico y monumental en la totalidad de su propio
conjunto, como el Albaicín, resulta compatible y hasta complementaria
con la modernización y el saneamiento, integrales, de sus viviendas y el
progreso de sus habitantes. Lo que pasa, y en ello radica la clave del
problema, es que el respeto y la consideración por unos valores
estrictamente artísticos y paisajísticos excluye la posibilidad de
ejercer con éxito la especulación inmobiliaria y urbanística sobre el
terreno. Contemplen los estropicios de la Vega y el litoral granadinos.
De tal modo que lo uno o lo otro. Y aquí, por el momento, decíamos en
1990, ganan los mismos que ya se cargaron, me temo que
irremediablemente, gran parte de la ciudad de Granada y su provincia.
Otro día recordaremos el ímprobo esfuerzo que se materializó con
aquellas jornadas sobre la 'Defensa del Albaicín'. Todo un mes del año
1995, dedicado a debatir un plan especial de protección y reforma del
barrio, con mesas redondas sobre urbanismo, ordenación, infraestructuras
y equipamientos, proyectos socio-culturales y soluciones políticas.
Nosotros, y ya se darán los nombres de los participantes, para general
conocimiento, hicimos lo que pudimos. Los responsables ahuecaron el ala,
una vez más, y se dedicaron a lo suyo: mantenerse o alcanzar el poder. Y
el Albaicín muriéndose a chorros. |