El Albaicín quiere ser normalAutor José Carlos Rosales Medio: Granada Hoy, 02-07-2011 |
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CUALQUIER día se caerá el Albaicín y no
pasará nada, todo seguirá igual, nadie se inmutará. Unos, porque ya lo
veían venir (y así lo declararán compungidos en las teles locales).
Otros, porque tal vez no sepan por dónde está un barrio que no visitan
nunca o casi nunca. Y los más, porque pensarán que el Albaicín de
Granada es un albaicín más, como todos los albaicines, qué más da lo que
pase con él. Cualquier día el Albaicín amanecerá inundado de grúas gigantescas arrasándolo todo, de bloques de cemento meticuloso o de calles abandonadas, en las que sólo transitarán muertos vivientes, fantasmas vagabundos, esos que, con una brocha en mano, van rubricando su estupidez en muros y fachadas de casas en las que ya no vive nadie. Ya han cogido a uno, uno de esos extraterrestres que van acompañados de un perrito mientras escriben en las paredes de su barrio la mala baba de su torcida inteligencia. Qué raro es todo, tan raro que uno de los testigos que declaró en un juicio contra uno de esos fantasmas errabundos lo hizo protegido por una mampara, tenía miedo de que los otros extraterrestres y ectoplasmas memorizaran su cara o su nombre y luego, por la noche, acudieran a su dormitorio y le arrancaran las pestañas o el hígado o el alma. El Albaicín poco a poco se va inundando de vacíos irreversibles: el del potentado ilustre (o ilustrado) que edifica una costosa torreta de pésima elegancia, el de los que pululan por allí acariciando la nostalgia de un pasado que nunca existió o el de aquellos que organizan saraos supuestamente étnicos. Cada uno tiene una teoría peregrina para salvar un barrio que no encontró el camino para ser un barrio habitable y sereno, un simple barrio, sólo eso, un barrio donde la gente del barrio pueda pasearse y comprar tornillos y tomates, bombillas, un periódico. Entre la desidia administrativa y los impulsos grafómanos de algunos, el barrio del Albaicín languidece en el limbo de las joyas de la corona, esas de las que todo el mundo habla y se muestra orgulloso pero que nadie limpia o usa, esas que nadie se atreve a vender pero tasa y sopesa bajo el delirio secreto de su rentabilidad imaginaria. ¿Cuántos años o décadas llevamos hablando del Albaicín? ¿Cuánto tiempo mirando cómo se derrumba por arte de magia una casa del siglo XVI? ¿Cuántos siglos harán falta para que alguna administración (municipal, provincial, autonómica, nacional, europea o universal: ¡hay tantas!) se remangue los pantalones o las faldas y se decida a mantener unos niveles mínimos de salubridad e higiene en el Albaicín? Eso y poco más es lo que pide Lola Boloix, presidenta indesmayable de la Asociación de Vecinos del Bajo Albayzín. ¿Y pedir sólo eso es pedir demasiado? |