Turismo
Pongamos que hablo de Granada
La Alhambra y otros encantos de Granada,
la ciudad fortificada que atesora huellas de un extraordinario cruce
de tiempos y culturas.
Clarin (Buenos
Aires), 28-10-2007
Granada es de
esos lugares que hacen llorar. O, al menos, eso sostiene una
leyenda. Boabdil, el último rey musulmán de Granada, acababa de ser
expulsado por los Reyes Católicos y se alejaba para siempre de la
Alhambra. Entonces, en un rapto de sentimentalismo, se dio vuelta
para despedirse de la ciudad que adoraba cuando, paf, se largó a
llorar.
Al lado del emperador entristecido marchaba su madre, quien, en vez
de consolarlo, le dedicó una frase que cinco siglos después sigue
vigente en el glosario popular hispanoamericano: "Lloras como mujer
lo que no supiste defender como hombre". Granada (o la Alhambra, da
igual, ya que una y otra son tan complementarias que resultan
indivisibles) arranca lágrimas. Bien podría merecerse una canción de
otro andaluz famoso, Joaquín Sabina.
La Alhambra y Borges
Así como Buenos Aires le parecía cuento, La Alhambra le pareció una
poesía a Jorge Luis Borges. Apenas entramos a esta ciudad
fortificada que los árabes ocuparon hasta 1492, un mural nos recibe
con el poema que el escritor argentino trazó en la propia Granada,
en 1976, luego de haberse inspirado en las beldades de la Alhambra:
Grato sentir o presentir, rey doliente, que tus dulzuras son
adioses, que te será negada la llave, que la cruz del infiel borrará
la luna, que la tarde que miras es la última.
A quienes les cuesta imaginarse cómo hicieron los árabes para
dominar durante ocho siglos más de la mitad del territorio de lo que
hoy es España, la Alhambra ayuda a explicar ese poderío. Dentro de
la fortaleza se suceden palacios, mezquitas, parques, patios y
torres entre otras espléndidas construcciones que la convirtieron en
el eje político del occidente islámico. Más que una enorme ciudad
amurallada, la Alhambra es una sucesión laberíntica de edificios y
jardines entre los que da placer caminar a la deriva.
Nos habían dicho que medio día alcanzaba para recorrer lo que los
árabes llamaban "el edén terrenal", pero llevamos cinco horas desde
que leímos el poema introductorio de Borges y todavía no registramos
síntomas de tedio.
El sector más esplendente del complejo es el arábigo, que se
subdivide en cuatro grandes áreas: los palacios, la ciudad (Medina,
en árabe), la zona militar (Alcazaba) y la finca agraria del
Generalife. Los sultanes y su séquito, que de masoquistas
seguramente no tenían nada, vivían en los palacios reales nazaríes,
un cautivante grupo de patios rectangulares salpicados de agua y
canalizaciones.
Después de que los musulmanes fueran desterrados de la península
ibérica, los reyes de Castilla ocuparon la Alhambra y forjaron un
mosaico de estilos arquitectónicos. En esa confrontación artística
occidental-árabe, los turistas se inclinan a favor de la estética
ornamental que profesaban los moros. El contraste se magnifica con
la sobriedad renacentista del palacio de Carlos V, que parece
empalidecer de envidia frente a las delicadas sutilezas de los
alcázares andalusíes.
Nuestra última etapa dentro del complejo es el Generalife, un
paraíso de jardines aterrazados, huertos decorativos, surtidores de
agua, fuentes y un coqueto palacio que los reyes nazaríes utilizaban
como residencia de verano. Pero como la Alhambra y el Generalife
también se pueden contemplar desde el cercano barrio de El Albayzín,
que completa la tríada granadina declarada Patrimonio de la
Humanidad, salimos en búsqueda de esa imagen panorámica.
De bares y de tapas
Además de conformar una excelente plataforma para fotografiar la
Alhambra, el Albayzín (o Albaicín) es un encantador distrito árabe
que nos invita a obedecer un axioma ancestral que define a Granada:
"Para encontrar a la ciudad, primero hay que perderse". Le hacemos
caso al dicho popular y empezamos a pasear con aire errante entre
las pequeñas casas de paredes encaladas. Tarde o temprano nos
cruzaremos con el mirador de San Cristóbal, la iglesia del Salvador,
la plaza Nueva (su fachada supone una de las expresiones más lúcidas
del estilo mudéjar, el arte nacido del mestizaje entre cristianos y
musulmanes), las plazas con aljibes y los bares de la barriada.
Ay, los bares granadinos. En el extranjero, Madrid tiene fama de
constituir la capital mundial de las tapas, pero muchos españoles
declaman que Granada instituye el mejor escenario para abrazarse al
españolísimo rito de pasar la noche yendo de un bar a otro entre
cervezas, vinos, jamones serranos, quesos varios, lomos, tortillas,
aceitunas y morrones.
La calle de los bares es Pedro Antonio de Alarcón, aunque el Campo
del Príncipe, no tan céntrica, también concentra una importante
cantidad de tabernas y cantinas típicas. De todas maneras, las
aventuras gastronómicas de Granada alcanzan su clímax en las cenas
al aire libre que ofrecen los cármenes andaluces con vistas a la
Alhambra iluminada. Si algún romántico quiere impresionar, aquí
tiene una oportunidad irrepetible. La delicatessen granadina más
festejada son los chopitos de Motril a la plancha con salsa alioli y
picada de ajo y perejil. Y para beber, como en toda Andalucía, se
impone un tonificante gazpacho.
Sin embargo, desde que llegamos a la ciudad advertimos que una
Granada que sólo se remita a la Alhambra y a los bares de tapas
implicaba una definición incompleta. La triología básica del lugar
concluye con el flamenco, un rasgo principal para comprender el ADN
cultural de Granada.De hecho, contemplar los bailes rituales gitanos
(zambras) tal vez sea el espectáculo más impresionante y auténtico
de la ciudad. Entre taconeos, palmas, castañuelas, panderetas y oles,
los bailaores se entregan con devoción al espíritu flamenco. El show
se repite todas las noches en decenas de tablaos originales del
barrio de Sacromonte, el distrito mejor sazonado de Granada: muchos
de sus habitantes son descendientes de los gitanos que llegaron con
las tropas de los Reyes Católicos y luego se mezclaron con los
moros. Aquí, además, se realiza la procesión del Cristo de los
Gitanos, un babélico desfile de cofradías de hombres de traje y
mujeres de peineta que recorren las calles entre hogueras, llantos,
velos, flechas y bailes populares. También en Sacromonte, un grupo
de turistas suele congregarse cada atadecer para recordar el legado
de Federico García Lorca, uno de los hijos pródigos de la provincia
de Granada.
"¡Se acabaron los gitanos que iban por el monte solos!", recitó aquí
el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española
del siglo XX.
El techo de la península
Más allá de la mano del hombre, Granada recibió una bendición de la
naturaleza. Caminamos por la Alhambra y el Generalife, transitamos
los barrios de Albaizín y Sacromonte, vamos a bares de tapas o
cuevas de flamenco y la escenografía siempre es la misma. En el
centro o en los arrabales sólo será cuestión de levantar la cabeza
para que, omnipresente en el horizonte, divisemos Sierra Nevada, el
macizo montañoso de mayor altitud de Europa Occidental luego de los
Alpes.
Si Granada resulta una de las ciudades más elogiadas de España (o,
por qué no, sencillamente la más hermosa), mucho le debe a Sierra
Nevada. Ese marco natural le inyecta a la ciudad un aura refrescante
imposible de encontrar en el resto del país. El pico Mulhacén, de
3.482 metros sobre el nivel del mar, es el techo de la península
ibérica (no de España, ya que el Teide, en Tenerife, supera los
3.700 metros). Dentro del Parque Nacional de Sierra Nevada, se
levanta la estación de esquí más meridional de Europa, que cada
invierno recibe a miles de visitantes. Nadie podrá desmentir que las
cercanías de Granada satisfacen todos los caprichos: además de
montañas, hay grandes playas (ver imperdible).
Las últimas horas de nuestra visita discurren entre la Catedral y el
monasterio de la Cartuja, dos de los íconos de una ciudad que
descubrió el gen de la reinvención cíclica.
Granada nunca pierde sus encantos hereditarios, pero siempre se
renueva. Uno de sus secretos reside en la juventud de su población:
de sus 560 mil habitantes, aproximadamente unos 80 mil, o más,
pertenecen a los claustros. Son estudiantes foráneos que cursan en
la histórica Universidad local fundada en 1531.
Como le pasó a Boabdil, Granada es tan intensa que puede hacernos
llorar de tristeza. Pero conviene recordar un refrán que habría
consolado al último rey musulmán: "En la vida no hay nada peor que
ser ciego en Granada" |
Guía para turistas noctámbulos
El Mundo, 26-10-2007
Más allá de las colas de los museos, de
las rutas gastronómicas y de las playas del «todo incluido», el
turista noctámbulo busca nuevas formas de diversión al ponerse el
sol. El ocio nocturno se ha convertido en uno de los principales
reclamos turísticos y las ciudades empiezan a promocionar sus bares,
discotecas y zonas de marcha al mismo nivel que sus monumentos más
conocidos. La fortaleza de unas divisas frente a otras, la irrupción
de las compañías aéreas de low cost y la globalización de la
información a través de Internet han favorecido la aparición de este
nuevo tipo de turista. Las guías de viajes quedan obsoletas
rápidamente en un mundo cambiante en el que es fácil perderse. Así
pues, iniciamos un recorrido por las mejores noches, empezando por
las que tenemos más cerca.
Granada
Aunque el Albaicín, con sus callejuelas
empinadas y casitas blancas, es más un barrio para estar de día,
vale la pena dejarse los pulmones para trepar por él y ver las
vistas de la Alhambra iluminada desde sus miradores. De la que se
baja, se puede torcer a la derecha, para irse al tapeo, o a la
izquierda, para visitar las cuevas del Sacromonte. Aunque están
saturadas de turistas (la mayoría del público llega en minibuses que
salen directamente de los hoteles) es una buena experiencia caminar
por el paseo del Sacromonte y entrar en alguno de estos refugios
flamencos, como La Canastera (typical spanish) o El Camborio
(tirando a discoteca). Sin embargo, los verdaderos templos del
flamenco son las peñas, desperdigadas por distintos rincones de la
ciudad, como La Platería, en el mismo Albaicín.
En cuanto a las tapas, decir que se
puede visitar Granada e irse sin haber entrado en ningún
restaurante. La clave está en que, a cada ronda que pasa, las tapas
de los bares van en aumento. Patatas bravas, tostas, bocaditos de
lomo, pescadito... la oferta es inabarcable. Hay cuatro zonas: la
calle Navas (muy turística), la Plaza Nueva, la zona de Gonzalo
Gallas (cerca del campus de Fuentenueva, más barata) y la Plaza
Trinidad (con bares de tapas «de autor»). En las proximidades de
esta última se encuentra un lugar curioso: El rincón de Michael
Landon, donde las tapas tienen nombres de series (Webster es la
morcilla y Las chicas de oro, las patatas fritas) y la decoración es
retro-televisiva.
Respecto a los bares de copas, la
proporción es tan grande (se diría que uno por cada habitante) que
sólo cabe hablar de zonas (la calle Pedro Antonio de Alarcón, con
bares de todo tipo, las calles Elvira y Calderería, con mayor
proporción de teterías y espíritu hippie) y lanzar algunas
sugerencias al aire (el Afrodisia, catedral del funky en España; el
Planta Baja y el Sugarpop, hogar de la generación de Los Planetas;
el Loop Bar, punto de venta de vinilos).
Y en lo referente a discotecas, la
oferta es igualmente abundante. Las hay gigantescas, como la Mae
West o la Industrial Copera, que atraen a gente de otras provincias
son sus sesiones de electrónica. Pero también se pueden encontrar
pequeños locales con pop y rock de calidad (Vogue, Who, Boogaclub),
que abren hasta el la salida del sol.
La Canastera (Sacromonte, 89 / El
Camborio (Sacromonte, 47) / La Platería (Placeta de Toqueros, 7.
www.laplateria.org.es) / El rincón de Michael Landon (Rector
García Duarte, 2) / Afrodisia (Almona del Boquerón, 10.
www.afrodisiaclub.com) / Planta Baja (Horno de Abad, 11.
www.planta-baja.com) / Sugar Pop (Gran Capitán, 25) / Mae West
(Centro Comercial Neptuno.
www.maewestgranada.com) / Vogue (Duquesa).
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