El gemir de los moriscos
La Casa del Chapiz ofrece la mejor
representación del arte granadino tras la conquista de la ciudad
Granada Hoy, 03-02-2009
En
la Cuesta del Chapiz, gime un trozo de historia: la de la casa que,
con ese nombre, se encuentra en la bifurcación que conduce hacia el
Sacromonte. Fue casa con solera, de rancio abolengo, de estirpe
morisca y orgullo musulmán. Tal vez uno de los grandes ejemplos
arquitectónicos de las construcciones moriscas de la Granada del
siglo XVI, cuando ya los cristianos dominaban la ciudad pero se
mantenían respetuosos con los nativos locales. La Casa del Chapiz
tiene una larga historia desvencijada entre sus paredes.
No debería llamarse Casa del Chapiz sino las Casas del Chapiz, ya
que se trata de dos viviendas que hoy están unificadas. En su día
pertenecieron a dos moriscos ilustres granadinos, Hernán López el
Ferí, propietario del inmueble más pequeño, y Lorenzo el Chapiz,
dueño de la parte principal. Presumiblemente construyeron las dos
edificaciones sobre los restos de una casa más antigua,
probablemente del siglo XI, conocida como al-Dar al-Bayda (la Casa
Blanca). Esa casa contuvo en su día una pila procedente de Medina
Azahara que hoy se encuentre en el Museo Arqueológico de Granada.
Hernán López Ferí y Lorenzo el Chapiz eran parientes y pertenecían a
una familia pudiente de Granada en cuanto a lo económico. Eso les
permitió construirse ambas casas, llenas de adornos y ornamentos,
algunos de ellos mudéjares, y vivir con holgura. Las casas gozan de
su jardín con estanque, como era la usanza tanto en la Granada
musulmana como morisca. Según un estudio del profesor Antonio
Orihuela, autor, junto a Juan Castilla, del libro En busca de la
Granada andalusí, durante mucho tiempo se creyó que se trataba
de una sola casa con dos patios, al compartir la misma crujía, pero
recientes investigaciones han revelado que las construcciones tienen
orígenes diferentes. Habría sido Lorenzo el Chapiz el primero en
levantar su vivienda y posteriormente, su cuñado Hernán López el
Ferí.
Lorenzo el Chapiz organizó su vivienda en torno al patio central con
un estanque. A su alrededor estaban las habitaciones principales de
la planta baja, adornadas con bellas columnas. Levantó una segunda
planta en la zona norte de la vivienda para tener acceso, desde su
ventana, al paisaje de la Alhambra. Eso denota la exquisitez y el
buen gusto de los arquitectos moriscos de la época, quienes, por
algunos detalles en las escaleras de acceso a la segunda planta,
también mostraban mucha curiosidad por el Renacimiento.
Pasear por la casa, hoy, es sumamente placentero. Aún se percibe el
rumor del agua en el estanque, la paz de los cipreses y la
delicadeza de la huerta situada al lado de la casa. Todo está ideado
para ser armónico, hermoso, musical.
Sin embargo, la tragedia se abatió sobre ambas casas cuando Lorenzo
el Chapiz y Hernán López el Ferí decidieron unirse a la sublevación
morisca en 1571. La Carta de Incorporación dictada por Felipe II
establecía que las pertenencias de todos los moriscos que se
hubiesen alzado contra los cristianos pasarían inmediatamente a la
Corona de España. La Casa del Chapiz pasó entonces a manos de un
secretario del rey, Juan Vázquez de Salazar quien, a su vez las
traspasó a su patronato familia, conocido como el Patronato de
Salazar, que sería el titular de estos bienes hasta en siglo XIX.
El
Patronato de Salazar unió a las casas algunas tierras colindantes y
decidió arrendar las casas a la Real Compañía de Fábricas y Comercio
que, a su vez, las arrendó a toda suerte de inquilinos de la más
diversa procedencia. Lo que habían sido dos casas señoriales de
ricos comerciantes moriscos se convirtieron ahora en casas
vecinales. Y no sólo eso. Los inquilinos, con o sin permiso,
instalaron en ellas, además de su viviendas, sus comercios y sus
negocios y no tuvieron reparos en modificar el edificio a su antojo.
Con el paso de los siglos, y la poca comprensión que los cristianos
tenían de la cultura musulmana y el sentido que tenía cada uno de
los elementos en una obra arquitectónica, provocaron un tremendo
deterioro que dejó las casas prácticamente en ruinas a comienzos del
siglo XX.
En 1919 la Comisión Española de Monumentos decidió adquirir el
inmueble y, unos años después, encargó al arquitecto Leopoldo Torres
Balbás su restauración. Balbás, uno de los hombres que más han
trabajado por Granada, acometió una tremenda rehabilitación.
Desde el año 1932, la Casa del Chapiz es la sede de la Escuela de
Estudios Árabes del Centro Superior de Investigaciones Científicas.
Quienes hoy trabajan allí conocen perfectamente cada uno de los
elementos de la edificación y pueden apreciar, y oler, y saborear el
legado de un mundo que ya no existe, pero que dejó toda su huella. |
75 años de la
Escuela de Estudios Árabes
Miguel Cruz Hernández
Ideal, 31-10-2007
EL próximo 25 de noviembre se
cumplirán los setenta y cinco años de la publicación oficial del
Reglamento de la Escuela de Estudios Árabes de Granada, punto de
partida técnico de su labor científica que aún prosigue. La propia
legislación fundacional estableció que se instalase en la bella Casa
del Chapiz, propiedad que fue de los moriscos Hernán López el-Ferri
y Lorenzo el-Chapiz, armoniosamente restaurada por don Leopoldo
Torres Balbás (1888-1960), a quien tanto deben los monumentos árabes
granadinos. En la Escuela me formé y trabajé durante diez años de mi
vida universitaria. Pecaría de desagradecido y amnésico si ahora no
le dedicara un recuerdo, como ya hice en estas páginas de IDEAL el
14 de febrero de 1982, cuando se cumplía su cincuentenario.
Entré por vez primera en la Casa del Chapiz en la primavera de 1940
para escuchar un curso de poesía arábigo-española o
arábigo-andaluza, así se decía entonces, impartido por el profesor
de origen checo A. R. Nykl, refugiado en Granada en espera de poder
marchar a Estados Unidos. Un mes después, mi inolvidable maestra y
amiga, Joaquina Egüaras Ibáñez (1897-1981) convenció a mi fraternal
amigo de siempre, Andrés Soria Ortega, que hace poco nos ha dejado,
y a mí, de estudiar la lengua árabe. La marcha a Madrid del primer
director y creador de hecho de la Escuela, don Emilio García Gómez
(1905-1995), casi en vísperas de la Guerra Civil de 1936-1939, la
muerte violenta del director accidental, don Salvador Vila Hernández
(1904-1936) y otros dos profesores, y las demás circunstancias de
tan nefasto conflicto, dejaron desamparada la Escuela. Joaquina fue
desde 1939 a 1943 su alma y su cuerpo, amparada en lo que cabía por
el director accidental en al periodo 1938-1943, don Antonio Gallego
Burín, el secretario, don Alfonso Gámir Sandoval, y el
bibliotecario, entonces rector de la Universidad, don Antonio Marín
Ocete.
Gracias a Joaquina Egüaras, Andrés Soria y yo fuimos becarios de la
Escuela desde octubre de 1940 a diciembre de 1944, si la memoria no
me es infiel. Allí nos licenciamos en Filología Semítica, Andrés con
Premio Extraordinario; allí empecé el borrador de mi tesis doctoral,
que me dirigió don Emilio García Gómez, di un curso o dos de
Filosofía Medieval; en 1949, Vicente Vázquez Ruiz compuso a mano el
índice de términos en grafía árabe del primero de mis libros, 'La
Metafísica de Avicena'; en fin, cuando marché de catedrático a
Salamanca, mis maestros y profesores, mis compañeros, alumnos y
amigos me despidieron con una grata fiesta un día de mayo de 1950.
Todo ello sin que tarde alguna faltase al regalo del ocaso del sol
tras las torres de la Alhambra, visto desde las galerías y el jardín
de la Casa del Chapiz, el crepúsculo más hermoso del mundo que
conozco. Siendo ello tan importante para mí, lo es mucho más por el
extraordinario valor científico, cultural y político, en el buen
sentido del último término, de la creación y posterior labor de las
Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada, como legalmente
fueron llamadas.
La búsqueda de un centro que acogiera los estudios arábigos e
islamológicos fue un largo deseo de los arabistas conocidos como 'Beni
Codera', en razón del apellido del patriarca, don Francisco Codera y
Zaidín (1836-1917) y de sus discípulos don Julián Ribera y Tarragó
(1858-1934) y don Miguel Asín Palacios (1871-1944), que crearon una
escuela abierta, inquieta y trabajadora que muchos otros siguieron,
y culminaron don Ángel González Palencia (1889-1949) y don Emilio
García Gómez (1905-1995). Sin embargo, fue en Granada donde surgió
un movimiento apasionado que reclamaba un centro de estudios árabes.
Así, apenas proclamada la Segunda República, el primer ministro de
Instrucción Pública y Bellas Artes de aquella, don Marcelino Domingo
(1884-1939), en noviembre de 1931 firmó el Proyecto de Ley que
creaba la Escuela de Estudios Árabes en la ciudad de Granada «por
conservar más vestigios árabes que ninguna, por su naturaleza
espléndida y variada, por haber sostenido en su Universidad, casi
sin interrupción, cátedra de árabe, de tradición gloriosa».
A la proyectada Escuela de Granada se unió después la de Madrid,
fruto de las gestiones de don Emilio García Gómez, a la sazón joven
catedrático de Árabe de la Universidad granadina (tenía entonces
veinticinco años) cerca del segundo ministro de Instrucción Pública
de la República, don Fernando de los Ríos (1879-1949), catedrático
que había sido de la Universidad de Granada y uno de los impulsores
de aquel proyecto. Éste se convirtió en la Ley de 27 de enero de
1932 ('Gaceta de Madrid' del 4 de febrero). Se estableció que la
Escuela de Granada fuese «aneja, aunque independiente, de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad granadina». Como he
escrito antes, se determinó que la Escuela de Granada se instalase
en la Casa del Chapiz. La de Madrid no tuvo sede tan bella ni
histórica; se alojó en el viejo caserón del número 60 de la calle de
San Vicente Ferrer en la que habían habitado don Julián Sanz del Río
(1814-1869), introductor del krausismo en España, y don Francisco
Codera y Zaidín, antes citado. Allí vivía don Miguel Asín Palacios y
en ella siguió hasta comienzos del verano de 1944; el 12 de agosto
de dicho año murió en San Sebastián. En 1939 las Escuelas de Madrid
y Granada se integraron en el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas. Tras las sucesivas reformas de éste, sólo la Escuela de
Granada conserva su nombre original.
La importancia científica de la creación de las Escuelas radica en
el carácter pionero de la empresa; unos centros tan específicos como
aquellos eran más que raros en el ámbito del arabismo internacional.
La revista que recogería una parte de su labor, 'Al-Andalus'
(1933-1978) pronto adquirió prestigio mundial. En los difíciles años
cuarenta, publicar en ella un artículo era tener nombre propio en el
arabismo y la islamología. Las Escuelas empezaron por ser un hogar
científico común que evitaba el gran vicio de muchos docentes e
investigadores españoles: preferir ser cabeza de ratón en vez de
cola de león. Sólo el citar la obra escrita de los que siempre nos
hemos sentido ligados a las Escuelas, aún en los años en que ya no
teníamos vinculo oficial con ellas, exigiría más de un volumen.
En el aspecto cultural, las Escuelas propiciaron el desarrollo del
estudio de amplias zonas de la realidad social del mundo islámico.
Era normal que nuestro arabismo empezase en el siglo XIX por lo más
visible y próximo: la historia, el arte y la literatura de al-Andalus.
Con las escuelas cobraron valor otros aspectos: astronomía,
botánica, derecho, filosofía, matemática, medicina, teología y otras
más, como la gastronomía, el vestido, el calzado y tocado, y hasta
los peinados y afeites de aquellos tiempos. La revista 'Al-Andalus',
su digna sucesora 'Al-Qantara' y numerosos trabajos dan sobrado
testimonio de ello.
No quiero, en fin, obviar la importancia política del empeño. En
primer lugar, significaba el reconocimiento oficial de que la
presencia del mundo del islam no era un mero accidente en la
historia de España, sino uno de sus aspectos peculiares. Además, se
reconocía que en la creación de la Escuela de Estudios Árabes
«Granada, con todo tesón y entusiasmo, lo han venido solicitando
incesantemente desde hace años». La inteligencia del profesor García
Gómez y la perspicacia del también profesor Fernando de los Ríos
consiguieron la integración en la empresa de los 'Beni Codera', que
ya tenían prestigio internacional. No me resisto a recordar algún
detalle histórico. Unos años antes, los maestros Ribera y Asín
riñeron con don José Castillejo, hombre de la Institución Libre de
Enseñanza, por cuestiones más de oposiciones a cátedras
universitarias que por problemas ideológicos, y abandonaron el
Centro de Estudios Históricos. En 1932, siendo ministro de
Instrucción Pública don Fernando de los Ríos, también profundamente
formado en la Institución, fue nombrado director de la Escuela de
Madrid el más grande de los arabistas e islamólogos españoles, don
Miguel Asín Palacios. Don Miguel unía a su condición sacerdotal y su
honda espiritualidad cristiana, su ideología monárquica y su amistad
con don Alfonso XIII, que le había nombrado sumiller de cortina de
la Corte. El saber y el buen hacer se impusieron a lo accesorio, lo
que se repitió muchas veces en la ya larga vida de las Escuelas de
Estudios Árabes de Madrid y Granada. Quiera Dios que así sea también
en el futuro. |